viernes, 26 de abril de 2013

Bangladesh,


El pasado día 24 de abril en la ciudad de Savar, Bangladesh, se derrumbaba un edificio con varias fábricas textiles que a fecha de hoy ha causado 382 muertos confirmados, cientos de desaparecidos y varios miles de heridos, lo que podría elevar la cifra final de fallecidos a varios centenares más. Un nuevo y gravísimo accidente que se añade a la larga lista de tragedias ocurridas en los talleres textiles de este país asiático. En abril de 2005, 64 trabajadores murieron al desplomarse la fábrica de confección Spectrum, también en Savar. En febrero de 2006, 18 trabajadores perdieron la vida, 25 en junio de 2010, y  en noviembre de 2012, 100 trabajadores más murieron en el incendio de otra fábrica. Todos estos incendios y derrumbes responden a construcciones e instalaciones inseguras y deficientes.



En Bangladesh los medios para garantizar la seguridad en el lugar de trabajo son prácticamente nulos, tan sólo cuentan con 18 inspectores y subinspectores para controlar miles de fábricas en el distrito de Dhaka. Unos déficits que si bien suponen una directa responsabilidad del gobierno y las organizaciones empresariales del país, las empresas multinacionales que fabrican sus productos en este país deben conocer. No pueden alegar que no es de su responsabilidad lo que suceda en fábricas que no son de su propiedad y mirar para otro lado. No pueden defender que no va con ellas si las personas que trabajan los productos de sus marcas mueren quemadas, aplastadas en sus lugares de trabajo o apaleadas por el ejército cuando reclaman libertad sindical. No pueden defenderse alegando que desconocen los  abusos que se producen en los centros de trabajo, o que sus auditorías no han detectado los déficits de derechos sindicales, los déficits en seguridad y las indecentes condiciones de trabajo con que se fabrican las prendas de sus marcas. Si así fuera, y sus Códigos de Conducta y sus auditorías no fueran capaces de detectar e impedir catástrofes e incumplimientos flagrantes y constantes de los derechos fundamentales del trabajo, sería el momento de que replantear su política de Responsabilidad Social y repensar una política comercial que no es capaz de garantizar que no sucedan catástrofes como la del pasado 24 de abril.



La Confederación Internacional de Sindicatos resalta en su último Informe titulado “Responsabilidad Subcontratada” que hace pocos meses se produjo otro dramático ejemplo de auditorías sin rigor en la fábrica de ropa de Ali Enterprises in Karachi, Pakistán, donde puertas y ventanas bloqueadas impidieron que los trabajadores pudieran salir del edificio en llamas, de los que murieron 290. Hacía sólo tres semanas que esta fábrica había sido certificada por cumplir supuestamente los estándares SA8000 sobre los derechos y seguridad de los trabajadores. Nadie, ningún técnico ni experto, había visitado la fábrica.



Ali Enterprises recibió la certificación global de SAI y el correspondiente acceso a contratos con importantes marcas y mercados como lugar de trabajo socialmente responsable y seguro. Ahora, una de las empresas para las que fabricaban prendas en los talleres del edificio derruido, afirmó que este taller había pasado recientemente una inspección con resultado de cumplimiento positivo de los estándares exigidos en el Código de Conducta de esta multinacional, que visto el resultado de la inspección, mucho deberán mejorar para que sus auditorías tengan la mínima utilidad y su Responsabilidad Social la mínima credibilidad.



Una de las reacciones más extendida en amplios sectores de la sociedad consiste en reclamar a las empresas de la moda que no trabajen en ese país. Lamento no coincidir. Entiendo que sería la opción más fácil, cómoda y, si me apuran, también la más barata para las empresas, la que menos favorece a los trabajadores y las trabajadoras bengalíes, frente a la necesidad de practicar una política real de Responsabilidad Social con inversiones que garanticen el trabajo sin muertes ni accidentes, con un salario vital y empleo digno, a partir de un rigurosa y costosa, es verdad, vigilancia del real cumplimiento de los Códigos de Conducta, necesariamente complementada con la activa intervención del sindicalismo nacional e internacional.



Es hora de decir basta para que el drama irreversible de estas catástrofes, de estos cientos de muertes y miles de damnificados, provoque la exigencia radical y decisiva de cambio en las empresas, que de una vez por todas, traspase las buenas palabras y las excusas. Es hora  de exigir que las empresas cumplan con su obligación, que respondan y cumplan lo escrito en los folletos de su Responsabilidad Social. Es hora de no abandonar a los trabajadores de Bangladesh, de mejorar sus condiciones de vida, de trabajo y garantizar su seguridad y sus derechos, depende también de nosotros.


jueves, 25 de abril de 2013

NECEISTAMOS EL "ESTIRÓN DEL VAGO" EN FORMACIÓN



Todos coincidimos en que la formación de las personas es el factor más decisivo para garantizar el desarrollo y el progreso social de un país. Más determinante, incluso, que las materias primas, las fuentes energéticas o el capital, porque comprobamos los resultados positivos en todas las sociedades donde la formación de sus trabajadores y ciudadanos  ha sido su estrategia constante.

Sin embargo, parece que hemos necesitado la parada brusca en el crecimiento económico y la larga crisis para entender el valor de la formación, o dicho de forma más gráfica, que se vaciara la piscina para comprobar lo que ya nos indicaba nuestro débil tejido productivo: ¡estamos en pelota picada!

Ahora nos escandalizamos, y con razón, de la gravedad de nuestros errores, esos que día a día nos explicamos unos a otros como si estuviéramos inventando la ‘sopa de ajo’, redescubriendo el fracaso de los Planes de Estudio, la saturación de universidades, los altos niveles de fracaso escolar,  los bajísimos niveles de inglés y el largo etcétera. Ahora nos hacemos la cruel pregunta ¿dónde estábamos todos? :  instituciones públicas, gobiernos, fuerzas políticas y, si me apuran, el conjunto de la sociedad española, para haber descuidado de tal manera la formación y en particular la formación profesional.

Entre lo urgente toca recuperar el enorme retraso en la formación profesional de los jóvenes como palanca para el empleo, y provocar un gran salto en su cantidad y calidad para dar "el estirón del vago”, porque todos los esfuerzos que hagamos serán pocos frente al volumen de nuestras necesidades en formación para el empleo juvenil. Ya que, de no resolverse pronto, en un futuro inmediato podremos ver sus consecuencias en una juventud atrapada en la nada como las masas de jóvenes pegados en las paredes de  algunas ciudades del Norte de África.

Nuestro débil sistema de formación profesional se ha sustentado en mucha teoría (el 70%) y muy poca práctica, precisamente al revés que el sistema dual alemán, austriaco o danés. Precisamente en esa dirección, las empresas y los sindicatos deberían prestarle la máxima atención, no solo en su discurso general o en el diálogo con los gobiernos, sino también en la acción, la negociación y el acuerdo en el ámbito de las empresas, donde con seguridad es ahí donde se dirá la última palabra en formación profesional.

En pocos campos es más urgente y necesaria la cooperación entre empresa y representación sindical. Las empresas,  entendiendo  que su política formativa es algo que debería compartir, los representantes sindicales desde la conciencia de que tienen mucho que aportar en materia de formación por el bien de sus representados, los trabajadores, y para  la mejora competitiva de sus empresas.

Hay pocos ámbitos, en las actuales y difíciles relaciones laborales, donde el esfuerzo desde la negociación colectiva y el compromiso común puedan tener un resultado económico y social más positivo que facilitar la transición laboral de los jóvenes a través de la formación profesional dual de aprendizaje o en prácticas.

El escandaloso desempleo de más del 50% de los jóvenes exige no esperar a más convenciones, estudios o reflexiones, porque su gravedad reclama atención urgente, determinación  y acciones a todos los niveles. Sabemos, porque  el deteriorado  mercado de trabajo nos lo ha demostrado mil veces, que por sí solas, la ley o las bonificaciones no garantizan el buen uso y el éxito de la extensión de los muy necesarios cientos de miles de contratos formativos y de aprendizaje para los jóvenes en nuestro país. El éxito dependerá,  por una parte, del interés que presten y expresen las empresas, a las que su situación se lo permita, que son muchas, asumiendo en su cuota de
Responsabilidad Social el esfuerzo  que les exigen los niveles  de desempleo juvenil que padecemos. Por otra parte, e igual de determinante, que los Sindicatos le dediquen la atención necesaria en cada empresa,  situando en su acción el impulso de los contratos de formación y aprendizaje, verificando día a día su correcto uso y el estricto cumplimiento de los compromisos de tutoría y formación a los jóvenes contratados. Será precisamente ahí, en los inicios de su vida laboral, donde estos jóvenes percibirán el interés (o no), de la afiliación sindical y la utilidad de los sindicatos en la empresa.

Tenemos pocas prioridades más urgentes que conseguir, desde avances palpables, trasladar la necesaria esperanza a esa juventud que hemos bautizado cínicamente como “generación perdida” , como si fuera el resultado de un accidente fortuito en lugar de “generación olvidada”, que es lo que ha sido de las prioridades políticas, sociales y económicas durante largos años y que ahora debemos recuperar como el mal estudiante con el estirón del vago.

viernes, 19 de abril de 2013

EL HOMBRE QUE TENÍA DOS ESPOSAS Y ARTUR MAS


‘Hace muchos años, un hombre de mediana edad tenía dos esposas; una de ellas joven, la otra, vieja. Las dos lo querían mucho y cada una de ellas deseaba que el hombre fuera como ellas. Pero el cabello del hombre empezaba a encanecer, lo cual no gustaba a la joven, porque lo hacía demasiado viejo para ella. Todas las noches solía peinarlo y aprovechaba para arrancarle todos los cabellos blancos que veía. Por su parte, la vieja veía complacida cómo el cabello de su marido iba encaneciendo, pues no le gustaba que la tomasen por su madre. Todas las noches, con la excusa de arreglarle el pelo, le arrancaba cuanto cabello negro veía. La consecuencia de todo esto fue que en poco tiempo este hombre quedó con la cabeza sin un solo pelo".

Esta antigua fábula de Esopo refleja la contradictoria situación que está viviendo Artur Mas, President de la Generalitat de Catalunya, tras las últimas elecciones del pasado 25 de noviembre. El líder de Convergencia Democrática de Catalunya vive como el hombre de la fábula: cada una de las mujeres hace bien su trabajo, la joven para disimular en lo posible su madurez, y la vieja para evidenciarlo al máximo.  

Seguramente quien haya llegado hasta aquí en la lectura habrá puesto nombre a cada una de las mujeres de la fábula, representantes de intereses contrapuestos. Una es Oriol Junquera y la  otra, Mariano Rajoy. Ambos, y cada cual a su estilo y manera, van arrancando con igual amor los pelos (la iniciativa y el protagonismo) al President, uno, los negros y el otro, los blancos. Ambos, con intereses opuestos y contradictorios, seguirán haciéndolo hasta dejarle totalmente calvo, sin protagonismo alguno, y hasta que CiU pierda su valor político, el valor de la centralidad en la sociedad catalana y la fuerte influencia que hasta hace poco tenía en la gobernación del Estado español.

Centralidad política y social, que no es lo mismo que dar una de cal y otra de arena, como ir entre semana a la Moncloa -lo que es de aplaudir-, para intentar resolver la difícil coyuntura económica que padecemos, y el domingo a Pallejà (Baix Llobregat), para defender en un mitin el “SI”, como si estuviéramos ya en proceso de consulta –virtual, más bien-, ya que todavía están por concretar la pregunta, la fecha y las bases del hipotético proceso soberanista. Un día, el de descanso dominical, en el que Mas concentra su mensaje en lo emocional, precisamente aquello de lo que vamos sobrados tanto en la sociedad catalana como en la española.

Una parte de la encrucijada y de los mensajes contrapuestos que vivimos en Catalunya se expresa en los movimientos de acercamiento de Mariano Rajoy de las últimas semanas, y lo ilustra también muy gráficamente el Conseller Germà Gordó, destacado dirigente de CDC y del Gobierno de Artur Mas, diciendo que entre la rebelión para continuar existiendo (Pau Claris) y la voluntad de diálogo sin renuncias (el Compromiso de Caspe), él cree y, lo más importante, espera, que la sociedad catalana opte, como lo ha hecho siempre y de forma mayoritaria, por el consenso y el diálogo. Un deseo que se acerca a la estrategia de acercamiento de una parte de los dirigentes del PP y a los aires revisionistas del PSOE de Rubalcaba, lo que podría dar como resultado, en el corto y medio plazo, una clara mejora de la financiación de Catalunya y sus infraestructuras, así como el imprescindible respeto al hecho diferencial, empezando por la lengua y la cultura propia.

Como la otra cara de la moneda, ERC empujando el Sí o Sí de Artur Mas en la anterior campaña electoral, coloca la independencia en el centro y prioridad de la política catalana a corto, medio y largo plazo, como explicación de todos nuestros problemas y también de todas sus soluciones. De ello se desprende la necesidad de rechazar reformas y consensos e iniciar de forma urgente, sin más demora, y como ha definido Oriol Junquera “el camino sin retorno”, concretando la fecha en 2014 – tal como se firmó en el Pacto CiU y ERC - la consulta para la soberanía. Por esto desde esta perspectiva estamos viviendo un supuesto proceso de transición, con su “Consell Català per a la Transició Nacional” incluido.

Artur Mas, como el  hombre de nuestra fábula que se quedó sin un pelo, corre el riesgo de que en el contexto de la delicada situación de emergencia económica y social que vivimos, acabe sin credibilidad. Falta de credibilidad generada por seguir explicando la acción de gobierno con jeroglíficos que pueden valer para una cosa y la contraria como "No hay proyecto nacional sin proyecto social y no hay proyecto social sin proyecto nacional". Esta frase  que seguro es útil en campaña electoral, pero no lo es para una acción de gobierno que debería ser clara, previsible y generadora de confianza, en este delicado momento atravesado de graves problemas en el empleo, la sanidad, la educación, la vivienda, etc. Los dirigentes políticos y sociales están llamados a resolverlos liderando con generosidad el esfuerzo común y  la suma de  voluntades, y a estos objetivos sólo se responderá desde la claridad del mensaje y la credibilidad de los dirigentes políticos, siendo conscientes de que “no es lo mismo tener una cita con la historia, a que al final la historia les cite”.

miércoles, 10 de abril de 2013

NECESITAMOS UN "REVAMPING" POLÍTICO



Joaquim González Muntadas

En la Industria Química se entiende por ‘revamping’ las acciones de mejora de una determinada planta química dirigidas a modernizar equipos y procesos y a la incorporación de nuevas herramientas con el objetivo de mejorar la producción. Con ellas se optimiza y se facilita la operativa, se reduce el consumo y se incrementa la seguridad, y todo ello sin necesidad de construir una nueva planta cuyo coste sería inasumible.

Como esa planta química, España precisa urgentemente de un ‘revamping’ porque están fallando casi todos los indicadores de funcionamiento: el institucional, el político, el económico y el social. Todos se han deteriorado y la razón,  como en la planta química,  es que no ha habido el necesario mantenimiento ni la innovación constante. Cuando más se precisa en la crisis económica, falla la red social, los tirantes institucionales y las políticas de cooperación, de diálogo, de compromiso compartido y de consenso.

Falla la transparencia y la solidaridad institucional y aflora el sectarismo, social, político e institucional, y el desprestigio de todos los agentes por los que necesariamente debe pasar la solución, ahondando en una particularidad muy nuestra, como es el desapego a la participación activa de la ciudadanía en la política.

Partimos de una cultura ciudadana acostumbrada a convivir con la apatía hacia la política, con el "apoliticismo": España es el país de Europa con los niveles de participación política y social más bajos; cuatro de cada diez españoles considera que es mejor no meterse en política; tan sólo el 2,8% pertenece o participa, de alguna forma en un partido político. La única actividad en donde los españoles estamos por encima del resto de los europeos es en la participación en manifestaciones. Igual es que en determinadas circunstancias somos un país que nos sobra temperamento y nos falta carácter.

Así, a veces, parece que no existen ideologías, mi políticas de derechas o de izquierdas, justas o injustas, acertadas o equivocadas, que no existen empresas que especulan o deslocalizan, ni otras que invierten y crean riqueza, innovación y empleo, etc. Nada de esto existe, han desaparecido del debate público, de las ideas, de los buenos y los malos ejemplos, mientras encontramos la explicación a todos nuestros males en la política y los políticos. Explicación cuanto menos curiosa para una sociedad apolítica y que apenas interviene, participa, controla y fiscaliza la gestión pública, porque considera que no va con ella, que son cosas de “esos” políticos.

La culpa la tienen los políticos. Qué suerte tienen y qué poco miedo les da a algunos sectores esta conclusión y esta denuncia, aunque llene la calle de cacerolas y manifestantes gritando "el próximo parado un diputado", o incluso que en las tertulias familiares se oiga decir "todos son iguales”. A algunos les puede parecer muy innovador, e incluso revolucionario, pero en este país es más viejo que el hilo negro. Expresiones que, quizás, sólo se explican por los largos periodos que hemos vivido sin democracia.

Así que estamos ante el curioso -por no decir contradictorio- convencimiento social de que la responsabilidad única de la grave crisis económica es de los políticos y, a la vez, persistimos en una escasa participación ciudadana a través de partidos y asociaciones, que  deberían ser los cauces principales para transformar el statu quo de las cosas.

Seguimos renunciando y desmotivando, cuando no denostando, la afiliación y la militancia política y sindical, y seguimos sin entender que prescindir de los partidos, de las patronales y de los sindicatos, de estos instrumentos necesarios e insustituibles, hará más difícil cualquier solución, porque sin organizar la participación ordenada de la ciudadanía como resultado de la militancia social y del compromiso político estable, no habrá alternativa a la improvisación, a las tertulias y cenáculos o a la atomización corporativa, y no habrá propuestas coherentes y razonables que nos saquen de ésta.

Necesitamos hacer un "revamping" a este país como a esa planta química, para mejorar  su seguridad, productividad y calidad, y para ello, es necesario que  en el Parlamento este la centralizad política y no sólo la pelea y que la sociedad invada los partidos políticos para  que rompan su autismo. Un "revamping" que unos le llamaran "Nuevo Pacto Constitucional" o "Nueva Transición" y  otros " Gran Pacto" y que todos expresan que hemos agotado una época y que hay que actuar.

Actuar como todas las sociedades democráticas que han superado una crisis de esta naturaleza e identidad, que ha sido con diálogo y consenso. Y para ello se precisa la activa participación de todos los implicados, es decir del conjunto de la sociedad, y con ella un efectivo liderazgo, no efigies en la pantalla de plasma.





(1) La ciudadanía europea en el siglo XXI. Mariano Torcal Loriente

lunes, 1 de abril de 2013

OÍDO SINDICATOS: CON LA CABEZA BIEN ALTA



Joaquim González Muntadas

Había una vez un hombre que al cruzarse con otro por la acera le sujeta por el brazo y le exclama con alegría: ¡Hola Manuel, cuánto tiempo y qué cambiado estás! Y ante el silencio de éste, el hombre, con la misma alegría, le continúa diciendo, «muchacho qué cambiado estás, tan delgado y calvo que eras antes, y ahora tan gordo y con esa melena». Y ante la falta de respuesta, el hombre  sigue insistiendo: que cambio chico, si incluso eres mucho más alto, dónde vas a parar Manuel, vaya cambio que has hecho, nadie diría que eres tú. Disculpe señor, le contesta el otro, lamento decirle que no le conozco de nada, y además debo aclararle también que yo no me llamo Manuel, me llamo Juan. Lo ves Manuel, lo que has cambiado, lo que  yo te digo, si incluso te has cambiado el nombre, Manuel.

Esta simpática fábula expresa bien lo difícil que es conseguir que se cambie de opinión cuando está predefinida y más aún si responde a un interés, pero lo que sucede en la realidad política y social de nuestro país, donde los niveles de sectarismo irracional en la cosa pública son habituales y se agravan de día en día, no es un chiste.

Es normal que desde su ideología y perspectiva particular, cada persona analice la actualidad política y social, pero no debería ser tan normal el extendido hábito de negar la más mínima razón al que no coincide con las ideas de uno, ni tampoco debería ser lógico que lo que hagan ‘los de uno’ sea siempre impecable, y lo que hagan ‘los del otro’ siempre sea negativo, cuando no corrupción.

No es sensato ni sano socialmente el sectarismo extremo que se ha apoderado del panorama de nuestras relaciones políticas, que en gran medida explica que seamos incapaces de acordar y compartir soluciones comunes ante la grave situación de crisis económica, social e institucional que estamos padeciendo. Este panorama debería obligar a los líderes políticos y sociales a tomar conciencia y corregir esta negativa realidad. De lo contrario, acabaremos yendo a paso firme hacia un país donde despreciar al otro será la norma y los valores sólo servirán para agredirnos.

Lo más grave es que se ha instalado en una parte de los dirigentes políticos, y en sus medios de comunicación afines, que la permanecía en el poder o su conquista sólo depende de haber destruido  al contrario. Esto explica el todo vale, sea verdad, mentira o medio pensionista, y que se pida la dimisión, responsabilidades políticas, comisiones de investigación parlamentaria o comparecencias, por ejemplo, por una noticia de prensa no contrastada, si ésta se refiere a los otros.

Un ejemplo de lo anterior lo vemos casi cada día ante las noticias que se refieren a denuncias, escándalos o procesos judiciales. En el caso de los ERES de Andalucía estas últimas semanas, con especial virulencia e instrumentalización por parte de algunos sectores que han visto una ocasión de oro para intentar la destrucción de uno de sus principales enemigos, el sindicalismo. ¡Qué mejor que poder presentar como espuria la legítima actividad sindical y como delictivo el legal cobro de sus servicios!.

Mezclando comportamientos graves y delictivos de personas ajenas a las organizaciones sindicales y calificando como soborno o comisiones ilegales y tráfico de influencias lo que es parte de la actividad propia de la responsabilidad y la actividad sindical: el asesoramiento, participación y negociación en las, por desgracia, demasiadas  empresas en crisis, sin recursos, con trabajadores excedentes, quienes en ocasiones precisan de ayudas de las Administraciones Públicas para tratar una solución menos traumática que los 20 días por año trabajados contemplados en la Ley, como es la jubilación anticipada. 

Es verdad que se trata de una opción más cara, pero gracias también a la acción sindical ha sido utilizada por miles de empresas españolas de todos los sectores y en todos los territorios. Una fórmula que ha beneficiando a decenas de miles de trabajadores y trabajadoras, en su gran mayoría, sin ayudas públicas, y en otras, sin recursos propios, gracias a esas ayudas del Gobierno Central o Autonómicos, que han permitido que miles de trabajadores y trabajadoras pudieran  evitar lo que hoy están padeciendo la gran mayoría de los despidos individuales y colectivos: personas  de cincuenta y cinco años que resultan condenadas al paro permanente y a un futuro con una  fortísima pérdida del valor de su jubilación por la que han cotizado durante más treinta años.

Los sindicatos tienen que hacer un esfuerzo muy especial para aclarar a quienes las últimas noticias pueden haber producido preocupación o incluso decepción, estos malos entendidos. Deben explicar su trabajo con la cabeza bien alta, deben explicar que cuando intervienen en los expedientes de crisis de una empresa, han cobrado, cobran y seguirán cobrando por los servicios y el trabajo que prestan sus abogados, sus economistas, sus técnicos, sus actuarios y sus sindicalistas.

Los sindicatos deben hacer un esfuerzo para explicar su función legitima y legal aunque sepan  que es  difícil, por no decir imposible, convencer a nadie de su error cuando cree que ha encontrado una eficaz munición, como es la acusación de corrupción, contra uno de sus principales enemigos, los sindicatos, en un momento especialmente sensible por la saturación de casos y por la grave crisis.

Es tan difícil como intentar convencer al hombre de la fábula que Juan  no es Manuel, pero ahí tienen hoy CCOO y UGT una de sus prioridades: la de evidenciar, porque hay razones y hechos suficientes para demostrarlo, que los sindicatos españoles son parte de lo más sano de este país y por esto deben afrontar estos momentos difíciles con la cabeza muy alta.