jueves, 30 de octubre de 2014

DOS DÍAS, UNA NOCHE


Se está proyectando en los cines de nuestro país la hermosa película Dos días, una noche, escrita y dirigida por Jean-Pierre y Luc Dardenne. Con un argumento sencillo y real como la vida misma, la última película de los hermanos Dardenne muestra, mejor que decenas de ponencias, la compleja realidad del mundo del trabajo enla Europa de hoy. 

De manera especial trata la realidad laboral de muchas pequeñas empresas donde no existe organización sindical que pueda mediar y canalizar el conflicto de forma colectiva, quedando así solo la relación individualizada y muy desigual de cada trabajador con su empresa.

La película nos muestra las contradicciones entre los intereses individuales y los colectivos. Cómo la crisis y el paro pueden hacer perder la confianza y debilitar la dignidad de las personas. En la película no hay juicios de valor, ni buenos ni malos, sólo realidades, necesidades, prioridades y miedos.  

La historia es muy simple: los jefes de Sandra, una trabajadora belga de una pequeña empresa manufacturera deciden despedirla ante las dificultades económicas que vive la empresa. Pero, en lugar de asumir la responsabilidad de la decisión, presentan al resto de la plantilla la posibilidad de que si la mayoría vota a favor de renunciar a la paga anual de mil euros que estaba comprometida, Sandra puede mantener su puesto de trabajo. 

La trabajadora, animada por su marido y una compañera de trabajo, tiene un fin de semana, Dos días y una noche, para tratar de convencer a la mayoría de sus dieciséis compañeros de trabajo para que el lunes voten rechazar el cobro de los mil euros para evitar su despido. 

No es mi intención explicar más el argumento, sólo decir que la película muestra sin exageraciones ni panfletos, el dilema que hoy se vive en el mundo del trabajo, cada día más fragmentado y dispar donde convive la realidad de las grandes empresas y los sectores públicos con negociación colectiva y representantes sindicales con la realidad, cada vez más numerosa en Europa, de millones de trabajadores y trabajadoras de pequeñas empresas sin convenio, sin presencia sindical y sin derechos.

Más allá del resultado final de la votación, si Sandra gana o pierde, si consigue conservar o no su puesto de trabajo, la película nos muestra un magnífico ejemplo de dignidad obrera, de valentía y de resistencia frente a la adversidad

La lección no la determina el resultado final, sino la difícil decisión de luchar por conseguir la solidaridad de sus compañeros y mantener su puesto de trabajo. O mejor dicho, la valentía para conseguir la conciencia de grupo, esa conciencia que durante décadas ha sido la esencia y la principal base que ha permitido a los trabajadores y trabajadoras construir y mantener sus organizaciones sindicales y la lucha por la conquista de los avances vividos en derechos, mejora de las condiciones de vida y trabajo y progreso social. 

Hora y media de película que pasa volando, pues describe esa geografía tan presente en nuestro mundo del trabajo real, pero al mismo tiempo tan ausente o disimulado por los medios de comunicación: el paro, la pobreza, la depresión, la solidaridad o el miedo. Es un valioso documento que va más allá de las historias habituales que presentan un mundo del trabajo compuesto por empleados irreales de sectores absolutamente minoritarios como los tecnológicos, los medios de comunicación, las finanzas o la moda. 

Por esto, como recomienda a sus alumnos el profesor de Derecho del Trabajo, Eduardo Rojo, en su artículo Dignidad, solidaridad, respeto, miedo, egoísmo, individualismo: el mundo del trabajo hoy”, hay que ver este película, donde “aunque no haya mucho contenido jurídico, hay mucha realidad social, mucho mundo del trabajo frágil y precario”. 

Creo que este consejo puede ser igualmente útil para aquellas personas comprometidas con la causa sindical y para quienes se preocupan por las relaciones laborales, pues encontrarán evidencia de que éstas son mucho más que leyes y normas, por muy importantes que éstas sean. 

Es determinante el factor humano, el que se teje desde las relaciones individuales y colectivas, que construye la unidad, el compañerismo y la solidaridad que han sido y son los cimientos del sindicalismo tan necesitado hoy de reforzar y tan imprescindible en las empresas para poder decir, como se oye en el final de película: “Hemos luchado bien”.

jueves, 23 de octubre de 2014

¡Cuidado, que nos pierde el sectarismo!

"La forma más segura de corromper al joven es enseñarle a apreciar más a los que piensan como él que a los que piensan de manera diferente" (Nietzsche)

Quizá la historia explique nuestras malas formas de hacer política, que están marcadas por el sectarismo. Sin él, difícilmente podrían entenderse los desgraciados episodios históricos y las dificultades que demostramos ante la regla básica de la democracia que es respetar la opinión del contrario. 

Sectarismo patrio es lo que vemos a diario en tantos medios de comunicación a la hora de dar y valorar las noticias en función de si son amigos o no. Lo apreciamos en artículos de opinión, llenos de ofensas indisimuladas o en las tertulias garbanceras y pseudopolíticas, cargadas de sarcasmos e insultos. Si alguien cree que los adjetivos empleados en estas líneas son exagerados, solo debe leer, escuchar y analizar las informaciones y opiniones que cualquier día son arrojadas en la arena de esta gran plaza de toros que es España.

Ese sectarismo facilita la ausencia de autocrítica en la función pública y permite explicar el fracaso siempre desde razones ajenas, endosando la responsabilidad al otro con el “tú más”, lo cual nos impide apreciar y valorar con valentía y sin reservas el éxito de nuestros competidores, siempre sospechosos de todo lo peor y merecedores de las descalificaciones más contundentes.

Nuestra particular cultura política hace que el acuerdo sea una excepción que genera decepciones y rupturas en las organizaciones. En cambio, el enfrentamiento, la confrontación y el enemigo externo se convierten en ese tan preciado bálsamo para la cohesión interna y facilita aparentar firmeza, cuando a veces no es más que disimulo y miedo a compartir riesgos y también soluciones. 

Ese conmigo o contra mí imposibilita ver y atender la compleja realidad que está llena de matices y grises que van más allá del radical blanco y negro. Así es difícil imaginar una solución a los problemas que exige solidaridad, diálogo y suma de esfuerzos, algo imposible de ver con esos anteojos que dañan la convivencia, paralizan la inteligencia política e impiden la modestia necesaria para afrontar los muchos retos que debemos resolver: la crisis económica, el desempleo, el paro juvenil, la enseñanza, la mejora de la productividad o la desconfianza hacia la política y las instituciones. 

Unas formas políticas que describió bien Daniel Innerarity con su habitual brillantez en el articulo La posibilidad de entenderse (El País 22 de febrero de 2006) donde dice: "La incapacidad de ponerse de acuerdo tiene no pocos efectos retardatarios, como los bloqueos y los vetos, pero sobre todo constituye una manera de hacer política muy elemental, a la que podría aplicarse aquella caracterización que hacía Foucault del poder como “pobre en recursos, parco en sus métodos, monótono en las tácticas que utiliza, incapaz de invención".

Se trata de una forma de hacer política que describe bien la actuación del Gobierno de España en el conflicto catalán, que por estar inflado de pasiones y emociones, es un campo ideal para el sectarismo de muchos españoles con todo aquello que tenga que ver con Cataluña.

Cuidado, pues con el sectarismo ha demostrado ser capaz, no solo de anular la inteligencia, sino incluso la pura percepción de los datos más elementales. Ésta debería ser la primera preocupación del Gobierno de España, quien debería hacer oídos sordos a quienes apelan a órdagos y nos amenazan con las siete plagas si se reforma nuestra Constitución, aunque fuera para hacerla más adaptable a las exigencias de una realidad social y política que ha cambiado y para garantizar la convivencia. 

La preocupación para evitar que se extienda y se pueda enquistar el sectarismo en generaciones de la sociedad catalana y hacia el resto de España debería ser también la prioridad del señor Mas y del conjunto de fuerzas políticas y sociales catalanas que lideran el movimiento independentista. 

Porque sabemos --negarlo sería una irresponsabilidad-- que hoy estamos viviendo en el mejor campo para que florezca el virus del sectarismo y que estamos demasiado cerca de prácticas que siempre han sido el abono que mejor lo potencian: la simplificación de argumentos, el cliché de buenos y malos, la exhibición de superioridades morales, el desmesurado apasionamiento con "la causa" de algunos medios de comunicación y en particular los públicos. Y lo más determinante, la melancolía que provoca la frustración por tacticismos y alternativas políticas sin salida.



En todo caso, solo decir: ¡cuidado!, que no nos pierda una vez más el sectarismo. Porque ya sabemos que al final la cabra siempre tira al monte. 

jueves, 9 de octubre de 2014

EL ESTRAPERLO POLÍTICO CON EL 9 N

Joaquim González Muntadas
Director de Ética Organizaciones SL


Estraperlo era como se denominaba a una ruleta eléctrica trucada que en los años treinta dos holandeses trajeron a España. Su control quedaba asegurado mediante el accionamiento de un mecanismo que garantizaba que la banca siempre ganara y nunca arriesgara. El nombre proviene del acrónimo de la fusión de esos dos pillos, Strauss y Perlowitz, que la quisieron extender en nuestro país y que tantos dolores de cabeza trajeron a los políticos de la Segunda República.

Como estraperlo o ruleta trucada podríamos calificar el resultado del Consell Nacional del pasado domingo de Unió Democrática de Catalunya cuando, tras horas de debate, resolvieron que “no se pronuncian sobre si están a favor de la independencia o no”. Como si no fuera la decisión política más transcendente en décadas y el eje que determina y determinará cualquier proyecto político en Cataluña. Lo dejan a la libre opinión de sus militantes, simpatizantes y electores.

Sabemos que hoy, para un partido político y su programa de acción, no hay pregunta más necesaria que definir si apuesta, trabaja y milita por una Cataluña independiente o no. 

UDC y otros partidos políticos pueden hoy estar en el mismo dilema: o, por una parte, saben que no se va a producir la votación y no quieren desgastarse o, por otra, son conscientes de que el riesgo no está en defender el derecho a preguntar.

Saben que la zona caliente está en la obligación de responder sí o no a la independencia, y arriesgar, como se emplaza a que arriesgue al conjunto de la sociedad catalana cuando se le convoca el 9N.

Por esto creo que es estraperlo político. Al igual que aquella ruleta trucada que no tenía riesgo para una banca que siempre ganaba. El Consell de UDC ha preferido no arriesgar y renunciar a la función que le es propia como partido político: la de aspirar a liderar con sus propuestas e iniciativas la acción política. Si es que aceptamos que un partido político no es un club de debate. Si aceptamos que un partido político no es solo la suma de las opiniones de sus líderes por muy carismáticos y prestigiosos que puedan ser y que, en este caso, lo son. Y si aceptamos que un partido político es algo más, y para ello tiene unos órganos de dirección que elige democráticamente donde se construye la opinión colectiva y la síntesis desde donde la sociedad le da su confianza o no.

Lo preocupante de este estraperlo político es que han dejado sin una referencia imprescindible, la de UDC, para el sí-sí o para el sí-no. Porque es ahí donde está la esencia y donde se juega, o se jugará en el futuro, la final. Es ahí donde está el debate en Cataluña y no en el no radical “de dejar las cosas como están”, como nos comunicaban con grandilocuencia lo que habían decidido en el Consell Nacional.

El debate real en la sociedad catalana, más allá de leyes y tribunales, está y estará en independencia sí o no. Y en este debate, UDC, como fuerza política, estará ausente. Y esto no es una buena noticia. Ni es un buen ejemplo para aquellos ciudadanos y ciudadanas en Cataluña que reclamamos un debate abierto, democrático, dentro de la ley y liderado con rigor por las fuerzas políticas y en las instituciones.

Pero lo más decepcionante, incluso más que la renuncia a aportar su opinión en el debate, es el argumento y las razones que han aconsejado a este partido político no tomar ninguna posición sobre votar sí-no o sí-sí. Que como nos han informado, son el temor a dividir y fracturar la organización donde, dicen, conviven diversas y distintas opiniones.

Lo ha explicado, como nadie, Josep Antoni Duran i Lleida en su carta semanal del pasado 3 de octubre, “El posicionamiento de nuestro Consell Nacional tiene que permitir que todo el mundo se pueda identificar. Sería un error histórico, de un partido histórico con consecuencias históricas. Vaya, lo que más desea una parte del Estado y otros que no son el Estado: que una vez roto el PSC, también se rompa Unió”.

En otras palabras, lo que se ha acordado es: "si sale con barbas, San Antón y si no, la Purísima Concepción". Y en este caso, mencionar a los santos no pretende ser ironía.