lunes, 31 de agosto de 2015

Alemania, ¡qué envidia!

Mafalda: "qué mal está el mundo, suerte que está tan lejos".

A primeros de agosto, la Unión Europea y sus 28 Estados Miembro fueron incapaces de repartir los más de 40.000 demandantes de asilo que se encontraban en situación de emergencia en Italia y Grecia, hacinados y saturados, sin poder cubrir sus necesidades básicas,personas que se han jugado la vida en el Mediterráneo, como los cerca de 3.000 que la han perdido en la travesía del Mar de las culturas.

Entre tanto,  en Bruselas, como en un bazar,  los ministros de Interior de la UE de cada país, y España no ha sido precisamente una excepción, más bien lo contrario, han regateado el compromiso de sus países para resolver el drama de un número de personas  que no llega a representar el 0,007%.

Pero ha sido precisamente Alemania (y su canciller Angela Merkel) el país, que gracias a la actitud de la mayoría de los ciudadanos y ciudadanas, nos está dando un ejemplo al resto de los europeos por nuestra vergonzosa pasividad frente a este drama de los refugiados que llegan a Europa.

Deberíamos sentir envidia de ese ¡Alemania, Alemania! de la boca de los hombres, mujeres y niños refugiados, que se oye en las estaciones de tren de Budapest y de otras ciudades europeas, como un grito de esperanza, de la valentía de la canciller al visitar un conflictivo centro de refugiados, que  mirando a los ojos de manifestantes que la acusan de traidora, afirma: "No puede haber tolerancia con quienes cuestionen la dignidad de otra gente…No hay tolerancia hacia quienes no están dispuestos a ayudar, cuando, por razones legales y humanitarias, la ayuda es debida”.

Envidia de ver que la mayoría de la ciudadanía alemana apoya la política de solidaridad con los refugiados, como refleja una reciente encuesta de ZDF donde el 86% de los encuestados dice concebir a Alemania como “un país de inmigrantes” y un 60% afirma que su país podría ser capaz de acoger a los refugiados.

Envidia del papel activo que están teniendo la mayoría de los medios de comunicación alemanes en favor de la solidaridad con los refugiados, de  ver en las pantallas de nuestros televisiones a miles de alemanes en Dresde manifestándose para dar la bienvenida a los refugiados y desafiar a los neonazis que con su violencia intimidadora tratan de espantarlos, de esos balcones de tantas viviendas alemanas con pancartas de “bienvenidos los refugiados”, de las pancartas de apoyo y ánimo a los refugiados que se han visto en los estadios de fútbol este fin de semana, de los aficionados del Borussia de Dortmund que invitaron en su último partido a 220 refugiados a su estadio para expresar la bienvenida a la ciudad.

Envidia al ver el video de la selección alemana de fútbol donde afirman "Por supuesto que el tema nos concierne. Es importante para nosotros dar ejemplo. Debemos ponernos al frente como futbolistas, como selección alemana", "Somos personajes públicos, tenemos el deber de hacer algo... Como uno de los países más ricos del mundo estamos en la posición de ayudar". O la convulsión en las redes sociales de ese país, como el hashtag/refugeeswelcome, agitando y movilizando la solidaridad o ‘Flüchtlinge Willkommen’ ("Bienvenidos refugiados"), la  red para  poner en contacto a ciudadanos alemanes con habitaciones libres y personas refugiadas en busca de asilo. Envidia de la iniciativa que han impulsado algunos bares y cervecerías  con etiquetas y posavasos con el lema "no hay cerveza para los racistas".


Cuántos minutos de silencio más tendremos que seguir haciendo en memoria de los muertos encontrados en un camión de la autopista o por los centenares de cadáveres flotando en las aguas del Mediterráneo. Cuántas portadas más como las del cadáver de ese diminuto niño en brazos de un policía en una playa de Turquía, para decir basta a la "globalización de la indiferencia". Cuanto tardaremos en movilizarnos, porque el mundo no está lejos como dice Mafalda, sino que está aquí, cada día y cada noche con nosotros, para exigir y aportar soluciones. Por esto sí valdría la pena, gritar: ‘España, España, Catalunya, Catalunya’.

viernes, 28 de agosto de 2015

Catalunya, sus dos mundos y el 27 - S

Que Catalunya y los catalanes somos especiales, es un hecho irrebatible, no solo, porque, como dijo Francesc Pujols (1882-1962) y repetía el pintor Salvador Dalí, ‘llegará un tiempo en el que los catalanes, por el solo hecho de serlo, iremos por el mundo y lo tendremos todo pagado’, ni por el hecho que cada mes celebremos una efemérides o cada trimestre se afirme ‘que vivimos un nuevo acontecimiento histórico’. Ni tampoco porque tengamos tantas cosas que son más de lo que son, como el Barça más que un club, Montserrat más que una montaña, el Palau de la Música más que un auditorio, TV3 más que una televisión o La Caixa, mucho más que una entidad financiera. 

Somos tan especiales que dos importantes y muy respetables entidades, como Asamblea Nacional de Catalunya (ANC) y el Omniun Cultural, también son más de lo que son, aunque ambas juntas cuenten con menos de la mitad afiliados que cualquiera de los dos sindicatos, CCOO o UGT, en Catalunya. Así que cuando hablan o entran por la puerta de las instituciones, para algunos medios de comunicación y para las propias instituciones, son nada menos que la voz y la representación de la sociedad civil catalana.

Somos tan especiales que desde hace unos años convivimos dos mundos tan distintos que si los midiéramos por sus estados emocionales y sus percepciones, bien podrían parecer que habitan en galaxias distintas. Dos mundos, el independentista y el que no lo es, conviven sin prácticamente fricciones en la cotidianidad de la familia, del trabajo o de las amistades, algo que debe decirse y reconocer para acallar algunas las alarmas malintencionadas. Dos mundos diferentes, no porque cada uno de ellos pertenezca a diferentes estamentos y clases sociales o respondan a ideologías distintas, sino porque sienten urgencias y preocupaciones distintas dada su posición favorable o no a la independencia de Catalunya.

Por una parte, el mundo independentista, hipermovilizado y lleno de emociones, con la sensación de estar viviendo en plena y constante excitación colectiva. Un mundo formado por personas y colectivos que se sienten protagonistas de la historia pues han encontrado la explicación a sus males: más fácil que la tediosa lucha de clases o la confrontación de modelos económicos, sociales e ideológicos en los que se dividen las sociedades modernas y democráticas. Más fácil y movilizador, hoy, aquí, fuera de aquí y siempre a lo largo de la historia, por  haber encontrado la solución a estos males: un enemigo común.

Todos juntos movidos por la fuerza motriz del patriotismo: ricos y pobres, derechas e izquierdas, los  trabajadores y sus empresarios. Todos juntos, cargados de emociones sanas, nobles, llenos de ilusiones, viviendo en comunión ese momento trascendental de sentir un sueño, sobre el que gira y ha girado desde hace meses toda la vida social, mediática, política e institucional en Catalunya, como un circuito cerrado, retroalimentándose de sus propias redes sociales, de sus medios de comunicación, de sus imágenes, de sus noticias, de sus informes económicos, de su revisión de la historia, etc.  

Y en la otra cara de la luna, como en otra galaxia que está a años luz, el  otro mundo, la otra mitad, más o menos, de la sociedad catalana escéptica e incrédula que asiste distante a la excitación social que viven algunos de sus conciudadanos y la mayoría de las instituciones públicas catalanas. Ese otro mundo, el de catalanes y catalanas que viven con indiferencia las banderas esteladas en los balcones, en las rotondas o en el ayuntamiento de su pueblo o ciudad. Ciudadanos y ciudadanas que ni ven, ni oyen, ni leen los medios de comunicación independentista, que viven su cotidianidad ausentes de las efemérides y de esos grandes hechos históricos que dicen están sucediendo día a día. 

Dos mundos, que vivirán la próxima consulta electoral también de forma y movilización muy diferente, pues para el mundo independentista, estas elecciones son, también, más que unas elecciones: son un plebiscito y la última oportunidad, hasta la próxima,  para romper con el pasado y abrir la ventana a un nuevo amanecer. El 27 de septiembre para el mundo independentista es el primer paso para poner los cimientos de un nuevo estado independiente, dicen más justo y más moderno, más rico e  innovador, más social, más todo,

Por el contrario, para el no independentista menos movilizado, este 27 de Septiembre, es sólo, pero nada menos, el momento de evaluar la gestión del gobierno de Artur Mas y elegir quién gobernará y con qué políticas se gestionará la sanidad, la atención a las personas en situación de dependencia, el medio ambiente, la enseñanza, la vivienda, los derechos sociales, las políticas de igualdad, etc. 


Pero, lo más previsible, según sea el resultado electoral, en la noche del 27 de septiembre, es que una parte de la sociedad catalana podrá añadir una efeméride más a su particular calendario para seguir soñando, como puede soñar que está volando el que se tira del piso 90 antes de llegar al 2º piso. Para luego seguir, que no ha sido nada, hasta que llegue el famoso y anunciado choque de trenes. No vaya a suceder que se les joda el invento  porque al final fuera a triunfar la opción, que de verdad es muy mayoritaria en Catalunya (Metroscopia junio 2015), de una Catalunya formando parte de España reformada, pero con nuevas y garantizadas competencias, ya que Catalunya es mucho más, por suerte, que los intereses, en el fondo tan parecidos, que representan los señores Aznar y Mas.