sábado, 30 de abril de 2016

26 J: ¿habremos aprendido algo?

La nueva convocatoria electoral para el 26-J ha suscitado preocupación y enfado en muchos ciudadanos y ciudadanas por el fracaso político que representa la repetición de las elecciones. Enfado por las formas de relacionarse nuestros dirigentes políticos entre ellos llena de sectarismo y falta de profesionalidad, por no decir infantilismo en bastantes casos.

Cuatro meses de reuniones, posados y ruedas de prensa, de supuestos argumentos, razones y sobre todo de excusas, para explicar la imposibilidad de llegar al acuerdo que tenía que haber hecho posible abrir esa nueva etapa política, tan necesaria y tan deseada por tantos ciudadanos de este  país.  Ciudadanos que veían la necesidad de un gobierno que empezara a andar a paso ligero hacia las urgentes y necesarias reformas que demandan los muchos problemas que precisan de  soluciones urgentes. El resultado: hemos perdido cien días. Pero esto no es lo más grave. Lo más preocupante son las razones con las que se nos intenta explicar este fracaso; los argumentos con los que se nos pretende explicar las causas por las que no está ya en pleno funcionamiento es gobierno; el por qué no ha sido posible un gobierno del cambio y plural, con un programa de regeneración y de reformas que llevamos esperando décadas y que, a este paso, otras décadas deberemos esperar.

Pero en el fondo, una vez más, es ese sectarismo que está en el tuétano de nuestras formas de relacionarnos y de hacer política dónde encontraremos la principal explicación de ese fracaso.

Un sectarismo, tan incrustado en nuestra práctica política y sin el cual no se entenderían ni los crudos conflictos entre los medios de comunicación o entre las organizaciones políticas de hoy. Ni, quizás,  los desgraciados episodios históricos y las dificultades que demostramos o hemos demostrado tener ante el principio básico de la democracia: respetar la opinión del contrario. Un mal que, de no curarlo, nos condenará a la mediocridad política aunque, como ha sido el caso, cambie profundamente el mapa político con nuevos actores, pero con las mismas viejas formas. 

Ese sectarismo que facilita la ausencia de autocrítica en la función pública y permite explicar el fracaso siempre desde razones ajenas, endosando la responsabilidad al otro con el “y tú más”, que nos impide apreciar y valorar con valentía y sin reservas el éxito de nuestros competidores. Estos siempre sospechosos de todo lo peor y merecedores de las descalificaciones más contundentes.

Algo pasa en nuestra particular cultura política que hace que el acuerdo sea una excepción, lo cual genera decepciones y rupturas en las organizaciones. Mientras el enfrentamiento, la confrontación y el enemigo externo, sean el preciado bálsamo para la cohesión interna que facilita aparentar firmeza cuando a veces no es más que disimulo y miedo a compartir riesgos y también soluciones.

Algo tendrá que cambiar, ya que es difícil imaginar una solución a los muchos problemas que se  deben afrontar, y que exigen solidaridad, diálogo y suma de esfuerzos. Porque será imposible ver soluciones a esos problemas desde esos anteojos del sectarismo que paralizan la inteligencia política e impiden la modestia necesaria para afrontar: la crisis económica, el desempleo, el paro juvenil, la enseñanza, la mejora de la productividad o la desconfianza hacia la política y las instituciones.

No podemos seguir con esta manera de hacer política a la que se le podría aplicar aquella caracterización que hacía Foucault del poder (que nos suele recordar a menudo en sus artículos y conferencias Daniel Innerarity), como “pobre en recursos, parco en sus métodos, monótono en las tácticas que utiliza, incapaz de invención".


Esperemos que después de otros cien días podamos decir: ¡valió la pena volver a las urnas!.  Porque habremos aprendido que democracia es el equilibrio entre cooperación y competencia.  Que los ideales expresan lo que queremos ser, pero que al final son siempre los compromisos los que verdaderamente expresan lo que somos. E incluso igual aprendemos también de ese aforismo tan presente en el mundo sindical que dice “muchos se contentan con una victoria cuando podrían conseguir algo mucho mejor, que es un acuerdo”. Los votos y el tiempo nos lo dirá.



jueves, 14 de abril de 2016

El trilema de Podemos y la necesidad de un gobierno del cambio

La palabra trilema no está recogida en el diccionario de la Real Academia Española, pero se puede leer en múltiples artículos y trabajos de análisis político y económico. La popularizó Dani Rodorik, profesor de Harvard, en su libro “La paradoja de la globalización “, donde la define como las opciones que hoy deben afrontar los dirigentes de los estados democráticos occidentales en torno a la globalización económica, la democracia política y la soberanía nacional. Explica que en un mundo globalizado como el actual, con democracia y plena soberanía de los Estados, no es posible combinar todo al mismo tiempo y con la máxima intensidad.

En síntesis, si un dilema es la elección entre dos alternativas incompatibles, un trilema es elegir dos opciones sobre tres alternativas que simultáneamente son incompatibles. Que es precisamente lo que estos días Pablo Iglesias y los dirigentes de Podemos, tienen pendiente de resolver ante la investidura de Pedro Sánchez y la formación de un gobierno de cambio.
Por una parte, necesitan no aparecer como los directos responsables de no desalojar al PP del gobierno e impedir la aprobación de importantes medidas que son una clara mejora de la situación actual, como las referidas a la reforma laboral, a un ingreso mínimo vital, instaurar un impuesto sobre los grandes patrimonios o bajar el IVA cultural, etc.

Por otra parte, Podemos necesita repetir el mensaje de que vienen y, sobretodo, que van hacia lugares diferentes que el resto de partidos políticos. Como su líder Pablo Iglesias, recibido el pasado sábado 9 de abril en el Casino de la Aliança del Poble Nou de Barcelona con el grito de los asistentes “no queremos pacto”, repitió al referirse al final de las negociaciones con PSOE y Cs: “hemos resistido la voluntad de otras fuerzas que intentan domesticar y normalizar a Podemos”. Necesitan insistir que ellos están en una orilla frente a todos los demás en la otra.

Y por otra parte, desde la razón misma de su constitución, está su rechazo a ser una organización testimonial instalada en la oposición en el papel de “pepito grillo”. Si algo desde el primer día Podemos ha expresado con nitidez es su aspiración a influir, condicionar y sobre todo a gobernar, en la misma línea del famoso: “El cielo no se toma por consenso: se toma por asalto”   lo cual quedó meridianamente claro en su declaración de intenciones la noche del 20D, al igual que sucedió tras la audiencia real. Así que, como en el trilema de Robrik, las tres opciones a la vez y las tres con la máxima intensidad no son posibles.

Se puede facilitar la investidura, apuntarse el mérito principal de haber desalojado al PP y condicionar e influir de forma muy importante en la política de nuestro país como resultado de una negociación. Pero ya no se podría defender que se va a lugares diferentes a los demás.  Porque ya no estaría solo en su orilla frente al resto.

Se puede, como parece, no votar la investidura  y afirmar que han impedido que les normalicen y domestiquen. Y con ello,  mantener su orilla. E incluso se puede defender la ambición declarada de  “tomar el cielo” y unas nuevas elecciones con la posibilidad de ser el principal partido de la oposición, por delante del PSOE. Pero no podrán impedir, por mil ingeniosas metáforas como “Pedro Sanchez enjaulado”,  “los Intereses del Ibex 35” o con otro líder socialista habría acuerdo”, cargar con la culpa, para muchísimas personas de izquierdas,  de frustrar un gobierno del cambio y de las consecuencias de unas nuevas elecciones de las que es muy  probable que salgan  un futuro gobierno de derechas.


El tiempo nos dirá las consecuencias de la opción del trilema elegida por Podemos. Pero merece la pena recordar que un partido vale la suma de sus votos  y de sus alianzas, que el poder es tanto lo uno como lo otro. Además que en política no se ha construido nada duradero desde las intransigencias, los ataques personales y la descalificación. Esperemos que la iniciativa ciudadana de recogida de firmas en torno a la carta dirigida a PSOE, Podemos y Ciudadanos: ES POSIBLE Y NECESARIO UN GOBIERNO DEL CAMBIO: REPETIR LAS ELECCIONES NO ES SOLUCIÓN https://porungobiernodelcambio.wordpress.com/ convertida en menos de 24 horas en una potente y plural movilización ciudadana sea un acicate para reactivar las negociaciones hacer realidad un acuerdo, evitando ese irredentismo tan común en la historia de la izquierda de despreciar lo posible para idealizar lo imposible. Porque, si se puede, un gobierno del cambio.

martes, 5 de abril de 2016

Industria 4.0 robots, trabajadores y sindicato




Un mundo cercano a la ausencia de trabajo se está aproximando a pasos agigantados y puede llegar antes de que la sociedad tenga tiempo suficiente, tanto para debatir sus importantes consecuencias como para prepararse plenamente frente a su impacto generalizado”.  Jeremy Rifkin en ‘EL FIN DEL TRABAJO’.


En el año 1953, Henry Ford II, jefe de Ford Motor Company y Walter Reuther, veterano líder del sindicato United Automobile, protagonizaron una conocida anécdota mientras visitaban juntos las instalaciones de la nueva y más automatizada planta de montaje de automóviles Ford en Cleveland, Ohio. Henry Ford II le preguntó a Walter -¿cómo va a conseguir que esos robots paguen sus cuotas sindicales a la UAW"? Y sin perder el ritmo del paseo por los pasillos de la factoría, Reuther le respondió: Henry, lo que yo me pregunto es ¿cómo va a conseguir usted que esos mismos robots le compren sus coches?”.

Esta anécdota ilustra el eterno conflicto entre innovación tecnológica y empleo, algo tan antiguo como el conflicto del verano de 1854 en Barcelona que provocó el incendio de fábricas, para impedir que se implantaran las selfactinas, las nuevas máquinas de hilar algodón traídas de Inglaterra, que ahorraban mucha mano de obra y expulsaban a cientos de trabajadores al desempleo. O aquella máquina de cigarrillos que en 1881 patentó James Bonsack, que liaba de forma automática, sin intervención humana, 120.000 cigarrillos al día frente a los 3.000 que era capaz el trabajador más especializado. Y así, década tras década, hasta nuestros días.

Con el pegadizo nombre de Industria 4.0 se conoce el nuevo concepto que está a la vuelta de la esquina y que representa el cambio de paradigma que modificará: cómo, qué, quién, cuándo y dónde se produce. Aspectos estos que concretarán la cuarta revolución industrial de la mano de la innovación tecnológica, mediante el aumento en los volúmenes de datos disponibles por las empresas industriales, su capacidad para almacenarlos y analizarlos, unido a la conectividad en red que permite la interacción de las maquinas entre sí y con las personas, y la fabricación personalizada de los productos. Producción en fábricas autosuficientes, más inteligentes y ecológicas en el uso de los recursos  energéticos y de las materias primas, producción flexible, autorregulada, conectada con el proveedor y el cliente final.

Se reiteran, en paneles, conferencias y seminarios, nuevos conceptos referidos a Industria 4.0 como : fábrica smart,  digitalización, big data, internet de las cosas, impresoras 3D, robots y sensores, sistemas ciberfísicos, plantas autogestionables, inteligencia artificial y machine learning, biotecnología y genómica, etc… Pero se presta muy poca atención e interés en analizar los riesgos de la masiva destrucción de empleo si la nueva revolución industrial y tecnológica solo responde al objetivo de reducir costos,  a maximizar los beneficios y las ventajas de los importantes incrementos de productividad solo son aprovechados para aumentar el reparto de dividendos a los accionistas y los salarios de los altos ejecutivos.

Sabemos, como ha sucedido en las anteriores revoluciones industriales, que la iniciativa sindical será determinante. Que no fue, ni ahora será lo mismo para los trabajadores y trabajadoras de aquellas empresas donde impere el individualismo y sin representación sindical, que lo será en a aquellas otras, donde se trabaje por el bien común y cuenten con una sólida implantación sindical, con amplios derechos de información y participación en la marcha de la empresa. Aquellas donde trabajen e investiguen y se movilicen en busca de nuevas ideas, esfuerzos y compromisos para abrir nuevos campos y nuevas reivindicaciones relacionados con la formación,  la salud en el trabajo, el reparto del empleo o la reducción  de las horas de trabajo. Y donde la gestión sostenible y responsable socialmente sea una exigencia de sus trabajadores y trabajadoras. Y allí, donde la acción política sea capaz de exigir nuevos esfuerzos desde la política fiscal que permita repartir de manera más justa los beneficios que nos anuncia Industria 4.0.


Porque esta nueva era de reducción drástica de costes y de robots danzarines sin enfermedades, ni perdida de concentración y con su energía continua, puede representar tanto una gran división social, con más desigualdad e injusticia, como un nuevo renacimiento para la humanidad, un reparto inteligente del trabajo y la liberación de largas jornadas laborales. Dependerá, si además de hablar de lo inteligentes que serán las maquinas, se habla también de las personas. Este es el reto del sindicalismo, conseguir que en el centro de Industria 4.0 estén las personas.