domingo, 17 de septiembre de 2017

Catalunya, cuidado: hay riesgo de que se rompa la convivencia



En Catalunya vivimos tiempos de fuertes emociones, de toques de corneta, de estrategias y aventuras que nadie sabe, a ciencia cierta, cómo acabarán. Pero lo que sí sabemos ya es lo que estamos viendo estos días. Negarlo sería una irresponsabilidad. Se está sembrando el campo del virus del sectarismo que puede acabar generando una peligrosa división social.

Quien tenga dudas acerca de estos riesgos,  o considere que son exageradas las afirmaciones de este primer párrafo, sólo tiene que repasar las muchas sandeces y las delirantes fábulas que se han dicho y escrito sobre confabulaciones y conspiraciones contra Catalunya y los catalanes durante el conflicto de los vigilantes de Eulen en el aeropuerto de El Prat de Barcelona. Y, más graves todavía, las muchas estupideces que se han vertido en relación con los atentados de las Ramblas de Barcelona y Cambrils, que deberían avergonzar sólo repetirlas. Unos comportamientos que indican que estamos demasiado cerca de una peligrosa y temeraria práctica como es la exhibición de superioridad moral y el desmesurado apasionamiento con "la causa”.

Empiezan a verse nubarrones que pueden amenazar la normal convivencia social. Es evidente que está terminando la “revolución de las sonrisas” cuando aparecen las sectarias respuestas y las descalificaciones que amplios sectores nacionalistas dedican a las personas y organizaciones que ahora, ya sin complejos, han empezado a romper su silencio y a expresar su oposición a la independencia de Catalunya, o incluso hacia aquellos, partidarios del derecho de autodeterminación pero que anuncian que no piensan participar en el 1 de Octubre, por entender que no tiene las garantías democráticas suficientes.

Es precisamente las muchas iniciativas que en estos días están surgiendo desde diferentes ámbitos en toda Catalunya, que  rompen ese largo silencio  que ha servido para disimular la discrepancia. Lo que provoca esas duras reacciones que marchitan ese "buen humor" del que tanto han venido alardeando los sectores independentistas  durante estos años.

Quizás lo que de verdad, se descubre en estos días, es que en realidad lo que ha facilitado esa imagen de buen rollo y “germanor”  ha sido precisamente el silencio mantenido durante estos largos años por parte del sector de catalanes y catalanas que no participan de la causa independentista. Quizás el mérito de esta ausencia de división social en Catalunya tenemos que buscarlo en el fair play de esa otra mitad de la ciudadanía catalana, no independentista, que se ha tragado en silencio y educadamente la incomodidad y anomalía que representa que las instituciones públicas en Catalunya les ignoren sistemáticamente.  

Quizás es ese fair play el que ha garantizado la falta de crispación porque ha decido convivir, sin darle mayor importancia, con la invasión abusiva, por parte de las instituciones de mayoría independentista, de los espacios públicos que compartimos toda la ciudadanía - independentistas y no independentistas- como han hecho con sus  banderas “esteladas” en ayuntamientos y rotondas, en muchos casos tan inmensas y ridículamente exageradas como la que ondea en la Plaza Colón de Madrid. 

Quizás ha sido el silencio de esa otra mitad de la población lo que permite explicar la tranquila convivencia social de estos últimos años y el que ha permitido presentar una Catalunya irreal, obviando con ello la comprobación de que las dificultades del proyecto de secesión no están fuera de Catalunya. Porque están en la de propia sociedad catalana de la que al menos la mitad se niega a fracturarse y a ver la solución de sus problemas fuera de España y Europa.

Por todo ello no está de más advertirnos de que “cuidado que se está rompiendo la convivencia” cuando se rompen o se ignoran las reglas de juego compartidas. Ya que, como escribía el 21 de noviembre de 2000 en un breve artículo Rosa Montero en el diario El País, “el sistema democrático no es más que un inmenso, hermoso, transparente castillo de naipes. Se sostiene en el aire de milagro, no apoyado en la fuerza bruta, sino en el respeto colectivo a la palabra dada; en la aceptación, libre y generosa, de las reglas del juego”, y continuaba diciendo: “Que no se nos olvide esa fragilidad en la joven España”.


Así que atención, porque parece que los  catalanes y catalanas que callaban han decido hablar.

lunes, 11 de septiembre de 2017

El discurso de Joan Coscubiela

Al escuchar el discurso de Joan Coscubiela del día 7 de septiembre en el Parlament de Catalunya, y ver las caras de susto de los miembros del Govern de la Generalitat, empezando por su President sentado en primera fila. Un discurso que se ha convertido en una pieza para la historia del Parlament  de Catalunya y que ha provocado la reacción inmediata de amplios sectores y notables líderes del mundo del  independentismo con duros ataques y la descalificación inmediata, cuando no el insulto hacia el portavoz parlamentario de Catalunya Sí que es Pot

Un discurso, y una escena en el Parlament, que me recordaron  una  historia sobre el valor de las leyes y la democracia que hace un par de años colgó en su muro una amistad de  Facebook. Una historia, que como el discurso de Joan Coscubiela, nos advierte del riesgo de no respetar las reglas y el abuso de poder y, por ello, de la importancia de defenderlas como base de la convivencia democrática.

La historia dice así:

El primer día de clase, un profesor de “Introducción al Derecho” entró en el  aula y preguntó el nombre del estudiante que estaba sentado en la primera fila:
- ¿Cuál es su nombre?.
- Mi nombre es Nelson, señor.
-¡Fuera de mi clase y no vuelva nunca más! – Gritó el maestro desagradablemente.
Nelson estaba desconcertado. Cuando volvió en sí, se levantó rápidamente recogió sus cosas y salió de la habitación.
Todo el mundo estaba asustado e indignado, pero nadie habló.
-¡Muy bien! – Vamos a empezar, dijo el profesor.
-¿Para qué sirven las leyes? preguntó el maestro – los estudiantes seguían asustados, pero poco a poco empezaron a responder a su pregunta:
-Para tener un orden en nuestra sociedad.
No! Respondió el profesor.
-Para cumplirlas.
No!
-Para que las personas equivocadas paguen por sus acciones.
No!
-¿Alguien sabe la respuesta a esta pregunta!
Una muchacha habló con timidez:- para que se haga justicia
 –¡Por fin! Es decir, por la justicia.
-Y ahora, ¿qué es la justicia?
Todos empezaron a molestarse por la actitud tan vil del profesor, pero sin embargo, continuaron respondiendo:
-          A fin de salvaguardar los derechos humanos
-          Bien, ¿qué mas ? – preguntó el maestro.
-          Para diferenciar el bien del mal, para recompensar a aquellos que hacen el bien…
 Ok, no está mal, pero respondan a esta pregunta:
-          “¿Actué correctamente al expulsar a Nelson del aula?”
Todos estaban en silencio, nadie respondió.
- Quiero una respuesta por unanimidad!
- ¡No! – Todos contestaron con una sola voz.
- Se podría decir que he cometido una injusticia?
--¡Sí!
-¿Y por qué nadie hizo nada al respecto? Para qué queremos leyes y reglas, si no tenemos la voluntad necesaria para practicarlas? Cada uno de ustedes tiene la obligación de hablar cuando es testigo de una injusticia. Todos. ¡No vuelvan a estar en silencio, nunca más! Vayan a buscar a Nelson – dijo. Después de todo, él es el maestro, yo soy un estudiante de otro período. Aprendan que cuando no defendemos nuestros derechos, se pierde la dignidad y la dignidad no puede ser negociada.

Cuando escuché las palabras de Joan Coscubiela, advirtiendo al President del Govern y a la Presidenta del Parlament de que "es muy grave cogerle el gusto a la antidemocracia y al autoritarismo", sentí un orgullo profundo por haber compartido con Joan muchos años de militancia sindical y política, y me recordó al profesor que preguntó a sus alumnos: ¿Para qué queremos leyes y reglas, si no tenemos la voluntad necesaria para practicarlas? Y les recuerda que cada uno de nosotros tenemos la obligación de hablar cuando somos testigos de una injusticia.

Así  que Joan, como dice la ranchera, "no te arrugues cuero viejo, que te queremos de tambor".