miércoles, 6 de noviembre de 2019

CATALUÑA, ¿ACTIVISMO O POLÍTICA?


Quim González Muntadas

Los tiempos cambian que es una barbaridad, y en las formas de hacer política podemos afirmar que todavía más. Solo hay que ver cómo aquellas estrategias de acción política y de proselitismo en la búsqueda de tus iguales para sumar fuerzas y para organizarse en partidos políticos hoy forman parte de un pasado lejano para amplios sectores de la sociedad.

Empieza a parecer poco común la figura del militante organizado en un partido, comprometido con su esfuerzo y participando en sus estructuras, compartiendo  reglas de convivencia y de discusión y cuya opinión es contrastada por otros para ser potenciada o matizada según la dialéctica del debate.

Ahora se está imponiendo el activista, como se autodefinen tantas personas en sus perfiles de Twiter o Facebook, en la firma de artículos o en la presentación como oradores en conferencias, entrevistas y tertulias. Activista, él o ella, solos con su individualidad ante el mundo y defensores de una causa particular, específica y parcial.

Activistas sin aparente adscripción política, como expresión de que se ha desactivado la defensa del colectivo. Con nuevas formas de desarrollar la acción y la movilización social a través de las redes sociales y también, en no pocos casos, desde el sofá de casa. Personas que afirman que se han superado los partidos políticos porque entienden que son estructuras estrechas y que limitan la libertad personal.
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Pero en cambio la nueva realidad de las formas de acción que se han impuesto en los ámbitos del activismo desde la Red, tiene muy poco de participación real. La acción del activista, en muchas ocasiones constituye la máxima expresión de la verticalidad, su única reflexión son las consignas en la Red, seguidas con un grado de disciplina y uniformidad que para sí lo hubieran querido aquellos viejos y tradicionales partidos leninistas del férreo centralismo democrático.

Un ejemplo claro de las nuevas formas de acción desde la Red lo vemos como ejemplo en Catalunya con la movilización en torno al “Tsunami Democràtic”, que, en muy pocas semanas, consigue trescientos noventa mil inscritos en su cuenta de Telegram y es capaz de lanzar una consigna de acción desde el anonimato que siguen miles de personas con instrucciones claras del qué, cuándo, cómo y dónde actuar. Es la quinta esencia de la disciplina ciega. No sé quién me manda, pero le sigo dónde y cómo me diga. Algo que ni el militante del partido más leninista de la historia, ni el soldado más abnegado de un ejército regular, ni incluso los más fieles de la Iglesia Católica, harían para seguir instrucciones sin conocer quién las emite.

Son formas imbatibles para estos dirigentes del independentismo catalán que elaboran las estrategias y publican las instrucciones desde el anonimato, así nadie les podrá pedir responsabilidades por sus decisiones. Como también es cómodo para el activista en la Red que, frente a los aburridos partidos políticos con sus reuniones, argumentos, discusiones, asunción de responsabilidades, crítica, balances de resultados, dimisiones, votos, cuotas, escuchar y encontrar el consenso, etc. etc., puede cumplir con la causa con tan sólo unos retweets, un me gusta o un compartir.

Es mucho más divertido, como estamos viendo estos días en Catalunya, salir a la llamada a una marcha, a una manifestación, a un corte de vías y carreteras, o a la performance más ingeniosa por su colorido y estar viviendo una gincana permanente, como si estuvieran de colonias de verano todo el año, retransmitida en directo durante horas por TV3.

Y sobre todo también, es más cómodo y divertido para los líderes de los partidos independentistas y para gobierno de la Generalitat que en lugar de ejercer la aburrida actividad parlamentaria y responsabilidad institucional, han transferido al activismo la responsabilidad de la acción política y el futuro del país. Convirtiendo la agitación social en un fin en sí mismo que sirve para  tapar  el fracaso del  “procés” y su nula gestión de gobierno, aunque este acabe devorando a los partidos políticos. Una institución imprescindible porque hasta ahora, después de siglos, aún no se ha inventado nada que mejore la democracia representativa ejercida desde los partidos políticos cuando estos son capaces de asumir su responsabilidad.