Joaquim González Muntadas
Secretario general de Fiteqa-CC.OO.
Un buen amigo, directivo de una importante empresa multinacional con plantas de producción industrial en Catalunya desde hace décadas, me cuenta desde la ironía y condescendencia que aporta ver el mundo en la atalaya de una multinacional líder mundial de su sector --acostumbrada, como todas ellas, a mirar la política y a los políticos como un mal necesario pero nada inquietante para sus intereses-- la sorpresa que le causó escuchar al President Mas en el Hotel Palace de Barcelona el pasado 8 de noviembre en el “Fórum Europa: Tribuna Catalunya”. Mas hablaba de forma exageradamente positiva de las ventajas que la independencia reportaría a los niveles de exportación de las empresas catalanas y a la balanza comercial de Catalunya, que incluso doblaría la capacidad exportadora, al exportar también a la futura España sin Catalunya.
El mensaje del President Mas y el discurso de todas las fuerzas políticas defensoras de la independencia han convertido las cifras de exportación en algo más que un buen o mal parámetro económico. Para el independentismo catalán, las cifras de exportación representan un valor político de capital importancia y un vector patriótico, al significar --y así se cuenta con claridad en mítines y conferencias-- poder reducir a la mínima expresión la actual dependencia comercial y económica con España. No deja de ser una dificultad muy importante para cualquier proceso de secesión tener, como tienen muchas de nuestras pequeñas y medianas empresas industriales y de servicios, más de dos tercios de sus clientes más allá del Ebre.
Para tener una visión más real de la exportación, es exigible ir más allá de las cifras globales (aún muy modestas para que nos podamos definir como una economía avanzada y exportadora), e incorporar a los porcentajes de crecimiento factores como el precio al que se exporta, sus costes de transporte, los gastos añadidos, plazos de cobro, seguros etcétera, porque reflejarán que la apuesta exportadora de hoy de muchas de nuestras empresas no es para ellas una noticia económica tan buena como lo es para la utilidad política o para las cifras macroeconómicas.
Para muchas empresas, catalanas y españolas, la exportación es un mal menor y una acción defensiva que intenta sustituir la fuerte contracción de la demanda interna en su mercado natural, y en no pocos casos, se realiza a precios extremadamente bajos, incluso en pérdidas.
A la hora de hablar de exportación, autonomía de decisión y dependencia o independencia de los mercados, es preciso considerar los profundos cambios en la mayoría de las multinacionales que, desde la especialización productiva de cada una de sus plantas europeas, se han concentrado en productos o familias de productos para mejorar su competitividad. Cambios con los que, en algunos casos, Catalunya ha salido ganando al reforzarse nuestras unidades productivas y, con ello, se han incrementado las exportaciones de esos productos. En otros, lamentablemente los mayoritarios, nos han perjudicado, al desplazar o deslocalizar líneas de producción y fábricas enteras en Catalunya hacia otros países.
No considerar todos los datos y, en particular, las dificultades de las pequeñas y medianas empresas para abrirse en nuevos mercados más allá de nuestras fronteras, sin créditos y sin los imprescindibles apoyos institucionales para la innovación, y quedarnos en que Catalunya es la economía más exportadora de España, y que se doblaría con la independencia, nos puede llevar a conclusiones erróneas o distorsionadas.
La importancia de tener todos los datos para comprender lo que ocurre a nuestro alrededor, especialmente si se trata de política y economía, se ilustra en la conocida historia de Isócrates (Atenas436 a C- 338 a C). Isócrates, filósofo griego, falleció como consecuencia de la huelga de hambre que se impuso para protestar contra la tiranía que afligía a Atenas. Esto quizás sea cierto, pero la conclusión cambia sustancialmente si nos aclaran que este ilustre competidor de Platón murió con los noventa y ocho años cumplidos.
Igual que en la historia del orador y educador griego, que ciertamente murió en la huelga de hambre, Catalunya ha incrementado levemente la exportación y es la comunidad más exportadora de España. Pero tan cierto como los noventa y ocho años cumplidos de Isócrates que matiza y mucho su gesta, es que las pequeñas y medianas empresas que son la mayoría del tejido productivo y del empleo de Catalunya, siguen teniendo un escaso apoyo a la innovación y la internacionalización y una nula financiación y crédito.
Ésta es también la realidad catalana aunque reflejarla desafine la bucólica melodía que nos presenta el discurso de la independencia en relación al futuro comercial.
El mensaje del President Mas y el discurso de todas las fuerzas políticas defensoras de la independencia han convertido las cifras de exportación en algo más que un buen o mal parámetro económico. Para el independentismo catalán, las cifras de exportación representan un valor político de capital importancia y un vector patriótico, al significar --y así se cuenta con claridad en mítines y conferencias-- poder reducir a la mínima expresión la actual dependencia comercial y económica con España. No deja de ser una dificultad muy importante para cualquier proceso de secesión tener, como tienen muchas de nuestras pequeñas y medianas empresas industriales y de servicios, más de dos tercios de sus clientes más allá del Ebre.
Para tener una visión más real de la exportación, es exigible ir más allá de las cifras globales (aún muy modestas para que nos podamos definir como una economía avanzada y exportadora), e incorporar a los porcentajes de crecimiento factores como el precio al que se exporta, sus costes de transporte, los gastos añadidos, plazos de cobro, seguros etcétera, porque reflejarán que la apuesta exportadora de hoy de muchas de nuestras empresas no es para ellas una noticia económica tan buena como lo es para la utilidad política o para las cifras macroeconómicas.
Para muchas empresas, catalanas y españolas, la exportación es un mal menor y una acción defensiva que intenta sustituir la fuerte contracción de la demanda interna en su mercado natural, y en no pocos casos, se realiza a precios extremadamente bajos, incluso en pérdidas.
A la hora de hablar de exportación, autonomía de decisión y dependencia o independencia de los mercados, es preciso considerar los profundos cambios en la mayoría de las multinacionales que, desde la especialización productiva de cada una de sus plantas europeas, se han concentrado en productos o familias de productos para mejorar su competitividad. Cambios con los que, en algunos casos, Catalunya ha salido ganando al reforzarse nuestras unidades productivas y, con ello, se han incrementado las exportaciones de esos productos. En otros, lamentablemente los mayoritarios, nos han perjudicado, al desplazar o deslocalizar líneas de producción y fábricas enteras en Catalunya hacia otros países.
No considerar todos los datos y, en particular, las dificultades de las pequeñas y medianas empresas para abrirse en nuevos mercados más allá de nuestras fronteras, sin créditos y sin los imprescindibles apoyos institucionales para la innovación, y quedarnos en que Catalunya es la economía más exportadora de España, y que se doblaría con la independencia, nos puede llevar a conclusiones erróneas o distorsionadas.
La importancia de tener todos los datos para comprender lo que ocurre a nuestro alrededor, especialmente si se trata de política y economía, se ilustra en la conocida historia de Isócrates (Atenas
Igual que en la historia del orador y educador griego, que ciertamente murió en la huelga de hambre, Catalunya ha incrementado levemente la exportación y es la comunidad más exportadora de España. Pero tan cierto como los noventa y ocho años cumplidos de Isócrates que matiza y mucho su gesta, es que las pequeñas y medianas empresas que son la mayoría del tejido productivo y del empleo de Catalunya, siguen teniendo un escaso apoyo a la innovación y la internacionalización y una nula financiación y crédito.
Ésta es también la realidad catalana aunque reflejarla desafine la bucólica melodía que nos presenta el discurso de la independencia en relación al futuro comercial.