Joaquim González
Muntadas
CÁTEDRA INDITEX-UNIVERSIDAD A CORUÑA DE
RESPONSABILIDAD SOCIAL
Desde la
experiencia sindical, una mirada a la
RSC
A Coruña 6 de
marzo de 2013
Desde mi experiencia en la dirección de la
Federación de
Industrias de la
Moda, Energía y Química de CCOO, una
organización sindical reconocida en los foros sobre RSC por su compromiso en
este campo, quiero compartir algunas ideas que podrían ser útiles a las
personas interesadas en esta materia. Responsabilidad Social Corporativa o
Responsabilidad Social Empresarial, RSC o RSE unos términos que pretenden
trasmitir el esfuerzo voluntario, de la nueva de empresa sostenible, ciudadana,
con capacidad de diálogo, y comprometida socialmente, un concepto que cada día
está más presente en los medios de comunicación y en el discurso político,
social y también en el económico.
Pero, y hay que decirlo también, es un
concepto con mucha literatura, buenas voluntades, escasa experiencia, inflación
de actores disputándose el protagonismo, y mucho oportunismo e
instrumentalización al no ir más allá, en muchas ocasiones, de la gestión de la
imagen de la empresa.
Un concepto que el Movimiento Sindical
ha vivido de forma muy tímida y contradictoria. Lo ha recordado con toda
crudeza al revisar la conferencia que di, hace ahora doce años, en la
Universidad de
Verano del Escorial, comprobando que en el debate en el que participaron
sindicalistas de varios países, los términos más usado fueron
"perplejidad" y “desconfianza” al considerar la
RSC como
un riesgo para la función sindical y percibierse como un posible intento de las
empresas de ignorar a los sindicatos como legítimos representantes de los
trabajadores.
Mi Federación Sindical, FITEQA CCOO, que
organiza algunos de los sectores más sensibles y afectados por la globalización
de la economía como son el textil, el petróleo, gas y la química, no
compartíamos del todo estos miedos, y ya habíamos empezado nuestros primeros
escarceos incordiando a algunas empresas muy importantes como Inditex, Repsol,
Mango, Cortefiel, Corte Inglés, Gas Natural, sobre sus compromisos en
Responsabilidad Social. He dicho incordiar, lo sabe muy bien Antonio Abril como
directivo y secretario general del Consejo de Administración de Inditex, que
recordará, igual que yo, algunas conversaciones telefónicas, unas más amistosas
que otras, correos y cartas al respecto. A decir verdad todo era intuición,
inquietud y, si me permitís, un poco de olfato, porque estaba todo por
escribir, y en nuestro país todo por hacer.
Nuestra posición o, mejor dicho, nuestra
intuición, se concretaba en que el sindicato obtendría algo de información,
intervención o influencia en las empresas, porque si estábamos seguros de algo,
era que las empresas, hace quince años, tampoco sabían muy bien lo que querían,
ni como lo querían, no sabían qué hacer y hasta dónde iban a llegar, por muchos
folletos de colores que estuvieran editando en torno a su RSC.
En el sindicalismo comenzaba una primera
discusión sobre si el tema interesaba o no, si era solamente marketing
empresarial o un burdo intento de llevar a la decisión unilateral de la empresa
lo que antes había sido materia de negociación colectiva. Algo de esto había en
algunos planteamientos empresariales.
Existía otra discusión en el sindicalismo
organizado: unos decían que en la medida que los Códigos de Conducta eran
decisiones unilaterales de las empresas y abordaban temas, como son los
derechos y estándares básicos que la empresa se compromete a cumplir en
relación a los/as trabajadores y trabajadoras, la comunidad y el medio
ambiente, que interesan al sindicalismo no convenía intervenir en su aplicación
porque era hacer el juego de la política unilateral de las empresas.
Por ello se contraponía y se
contrapone a los unilaterales Códigos de Conducta los negociados Acuerdos Marco
para convertir lo unilateral en pactado. Confieso que nosotros
FITEQA-CCOO si bien coincidíamos en el objetivo del Acuerdo Marco, a la vez
entendíamos prioritario el contenido de las prácticas empresariales, reconozco
desde un descarado posibilísimo, consideramos que había que trabajar a
partir de lo que hay, de los Códigos de Conducta, y entendiendo que, aunque
unilaterales, los compromisos pueden ser de cumplimiento exigible. Por otra
parte, probablemente era más fácil alcanzar los deseados Acuerdos Marco
(objetivo que compartíamos) a partir de andar juntos empresa y sindicatos
porque una dificultad inicial está en ganar la mutua confianza y la utilidad
del trabajo.
Hoy existen un centenar de Acuerdos
Marcos en empresas transnacionales o multinacionales, pero no deja de ser
muy significativo que el único Acuerdo Marco en la industria de la confección,
uno de los sectores más complejos a la hora de hablar de gestionar y garantizar
el cumplimiento de los derechos humanos y laborales en los cientos y
miles de proveedores y en los centenares de miles de trabajadores y
trabajadoras en todo el mundo sea precisamente el de Inditex que se alcanzó
precisamente desde el trabajo gradual que permitió ganar la confianza mutua.
Pero quiero subrayar que hay una gran
diferencia, no teórica, sino práctica, entre el Código de Conducta voluntario y
unilateral y el Acuerdo Marco al ser el resultado de la negociación, el acuerdo
y la firma de los compromisos de la empresa y con ello también los instrumentos
de seguimiento y verificación de su cumplimiento entre la
Dirección de
la empresa y la
Organización Sindical.
Hoy, doce años después, si alguien, de
cualquier ámbito, sindical, social, económico, político o académico, dijera que
está perplejo o asombrado ante la
RSC, pensaríamos que acaba de despertar
después de dormir toda una década.
Sobre la
RSC se
pueden hacer muchas exclamaciones, incluida la de incredulidad, por
considerarla un engaña-bobos, falacia, marketing, maquillaje, pero ya no
exclamar perplejidad o sorpresa, como afirmé hace más de diez años que era lo
que sentía la mayoría del Movimiento Sindical Internacional, europeo y por
supuesto español.
El concepto no solo se ha extendido y ha
ganado naturalidad, sino que en nuestro país se ha institucionalizado con un
Consejo Estatal de Responsabilidad Social de las Empresas (CERSE), dependiente
del Ministerio de Empleo y Seguridad Social, donde participan las patronales en
nombre de las empresas, y en representación de los trabajadores las
organizaciones sindicales más representativas. También están otras
instituciones y organizaciones no gubernamentales, junto con una nutrida
representación de la
Administración General del
Estado, con el Ministerio de Empleo, el de Economía y Hacienda, y los de
Educación, Sanidad, Industria, etc. Así que es difícil encontrar mayor nivel de
institucionalidad de algo que nació de la voluntariedad empresarial a partir de
una difusa y a veces confusa presión de algunas organizaciones de la sociedad
civil.
Pero quizás más relevante que el grado
de institucionalidad alcanzado, son los múltiples Masters de Gestión que
imparten las Universidades y Escuelas de Negocios que han incorporado en todos
sus MBA asignaturas y referencias constantes a la
RSC, que expresan el esfuerzo por integrar
estos valores de forma transversal en la formación de los nuevos dirigentes
empresariales, y por relacionar la competitividad de la empresa moderna con los
intangibles que representan los valores, entendidos como protagonistas en la
gestión. Estoy hablando de teoría, de conceptos o imágenes mentales, que,
cuando se concretan, muchas veces tienen poco que ver con la realidad, pero
esto sería harina de otro costal.
Por eso ya podemos decir que la
RSC ha
conquistado su hegemonía social en términos gramscianos, al haberse convertido
en un valor de referencia para la mayoría de la sociedad. Hoy ya no es un
fenómeno nuevo que se debate por qué y para qué sirve. Hoy, al hablar de
RSC, todo el mundo sabe y entiende que nos estamos refiriendo a un valor
positivo como es el compromiso de la empresa con la mejora social y que ello
quiere decir necesariamente ir más allá del cumplimiento estricto de la ley.
Hoy todo el mundo ya sabe que hablar de RSC es el esfuerzo por definir la moral
o la ética de cada empresa.
Me refiero al término moral, como la
conciencia o el conjunto de facultades y valores de una persona o de una
colectividad, en este caso una empresa, que se consideran éticamente
aceptables. Entendiendo, por otra parte, y quiero subrayarlo porque considero
esencial precisarlo, la ética en el sentido aristotélico. Aristóteles define que
sólo son morales, en el sentido de especiales, aquellas acciones en las que
puedes elegir, y por ello decidir hacerlo o no. Concretando un poco más, en un
estado de derecho cumplir la ley no es voluntario ni optativo, así que hablar
de una empresa ética, y con ello hablar de la
RSC, no es y no sólo puede ser, solo por
cumplir la ley a la que se está obligado.
Pero antes de entrar en algunos porque y
como de la gestión de la
Responsabilidad Social desde
la óptica sindical, quiero apuntar, lo que entiendo, una de la mayores
dificultades para la buena gestión de la
RSC, al menos en nuestro país, como seguro
lo debe ser en otras muchas cuestiones de nuestra vida pública. Me
refiero a la "banalización del concepto" por un inadecuado uso del
término o, mejor dicho, por un abuso, ya que aprovechando su impacto positivo
en la opinión pública, se acaba convirtiendo en un cajón de sastre que no dice
nada porque se ha usado para todo.
El otro riesgo es el de la
"banalización de los compromisos" adquiridos voluntariamente por
algunas empresas. Lo explicará mejor la anécdota, que quizás Antonio Abril
también recordará, y es en el año 2002 cuando aquí en A Coruña, en
Arteixo, se celebró el Acto de Constitución del Global Compact promovido por
Kofi Annan y que en nuestro país se dio a conocer como Pacto Mundial de
Naciones Unidas y del cual Inditex hizo de promotor en España y presidió lo que
se denominó “la mesa cuadrada”. Yo asistí como único sindicalista a lo
que iba a ser la puesta en marcha de una iniciativa en la que voluntariamente
se podían comprometer nuestras empresas para alinear sus estrategias de gestión
con diez principios universales sobre que contiene el Pacto Global: derechos
humanos, estándares laborales, medio ambiente, y anticorrupción.
La anécdota es, que al leer la lista de
empresas que en España se habían adherido al Global Compact, desde el primer
día fueron 135. Ésta fue mi primera decepción, no por que fueran muy pocas
comparadas con las miles que habían. No, la decepción era porque había demasiadas
empresas, y si no veamos: en el inicio, el total de empresas adheridas al Pacto
Global en Japón fueron 8, en Alemania 16, en Italia 15.
Algo fallaba aquí, cuando el mismo
compromiso e igual de voluntario, por poner dos ejemplos, en España y Alemania
se producía esta desproporción que sólo podemos explicar desde dos variables.
La primera, que las empresas españolas son el número uno de responsables en
derechos humanos, en estándares laborales, en rigor con el medio ambiente y
también, claro, en mecanismos que eviten la corrupción. Para ser sincero, no
creo que fuera esta variable, ojala lo fuera. La segunda, creo que más
acertada, que en Alemania o Japón se le da un valor distinto a la firma de un
compromiso voluntario. Así que, cuando nos referimos a RSC, como en tantas
otras cosas en la política, en la economía y también en la vida, debemos ir más
allá del nombre de las cosas y atender a su contenido.
¿De dónde surge pues la
RSC? ¿Es, como muchos consideran, sólo un
intento más de las empresas para vender y lavar su imagen? Creo que podemos
afirmar, sin mucho riesgo a equivocarnos, que es la respuesta, unos dirán que
obligada, pero todos deberíamos decir que inteligente, a la decepción expresada
por la mayoría de la ciudadanía hacia las grandes corporaciones empresariales
en las décadas de los ochenta, precisamente cuando las empresas eran las
instituciones mejor valoradas y percibidas como las más capaces de responder a
los intereses de amplios sectores de la población. Lo reflejó con mucha precisión
Ronald Reagan con su concepto de la “Magia del mercado”.
En los años noventa se evidencia un
cierto divorcio entre el mundo de estas grandes empresas y corporaciones y las
necesidades sociales, y que se agudiza aun más con los escándalos económicos y
financieros protagonizados por altos ejecutivos, con un extraordinario impacto
en la opinión pública, esencialmente americana. Es cierto que las críticas a la
gestión de las grandes empresas y la revolución del accionista, en Europa se
producen con menos fuerza y crudeza.
La inexistencia de verdaderos
contrapesos y eficaces mecanismos de control sobre el poder de decisión de los
gestores, ha provocado que directivos de empresas con grandes beneficios
durante este periodo, mientras despedían a miles de trabajadores, no tuvieran
escrúpulos en aumentarse escandalosamente sus salarios y remuneraciones,
provocando la ruptura del contrato no escrito, por el cual de manera sutil se
entendía, que los trabajadores podían esperar estabilidad en su empleo mientras
la empresa fuera rentable, y a la vez la empresa podía contar con la
colaboración leal de los sindicatos, y una aceptable identificación de los
trabajadores con los proyectos y objetivos empresariales.
Lo más grave de la ruptura de este pacto
es que se había producido en un contexto de fuerte crecimiento económico, y por
tanto, no como una respuesta a las necesidades de carácter coyuntural y de
crisis lo que explica la reacción y la contestación social. El paradigma de
esta decepción por su dimensión a escala mundial fue Enron laureada por las
revistas especializadas como la empresa más innovadora de los Estados Unidos
durante cinco años consecutivos, entre 1996 y 2000 y en la lista de los 100
mejores empleadores. Hasta qué su reputación comenzó a decaer tras
conocerse los pago de sobornos y tráfico de influencias para obtener
contratos en América Central, América del Sur, África, las Filipinas y la
India y
tras conocer sus técnicas contables fraudulentas, avaladas por la entonces
prestigiosa firma Arthur Andersen que permitieron crear el mayor fraude
empresarial conocido hasta ese entonces. De ahí que "Enron" se
convirtiera en sinónimo del fraude empresarial planificado.
Algo muy parecido a la decepción vivida
con ENRON, es lo que está ocurriendo en nuestro país con algunas entidades
financieras. O queremos mayor sarcasmo, comprobar hoy, que hace justo cinco
años la tercera empresa española percibida con mejor reputación social fuera
Caja Madrid y BANKIA. Una entidad que no respetó el mínimo código de buen
gobierno, que actuó, como otras, con prácticas fraudulentas e
ilegales con sus clientes en las "preferentes". Algo nos
falla cuando se le reconoce a una empresa como la tercera empresa con
mejor reputación mientras practica una abusiva política retribuida a sus
directivos y una temeraria política de créditos a lo amigos de estos.
Fue la presión social, como lo
será ahora en España tras de la experiencia que estamos viviendo en el
Sector Financiero, la que contribuyó a situar en el primer plano la
discusión política de la función social de la empresa y la necesidad de nuevos
equilibrios entre las responsabilidades de los accionistas, los gestores, la
creación de riqueza y el conjunto de la vida social. Y ello con independencia
de la discusión teórica y académica, que sigue y seguirá viva, sobre la idea de
la responsabilidad social de la empresa.
Hay que destacar el protagonismo de las
organizaciones no gubernamentales, especialmente los grupos de derechos civiles
y el movimiento ecologista, con sus campañas de denuncia de determinadas
prácticas y conductas de las grandes empresas y corporaciones, y el hecho
que de que éstas sean permeables a las coacciones sociales y a la presión de
sus clientes. En Europa ha adquirido también una dimensión política, empezando
por las diversas Resoluciones del Parlamento Europeo que expresan el objetivo
de hacer de Europa un polo de excelencia de la responsabilidad social de las
empresas. De manera muy especial El Libro Verde de la
Comisión Europea en
el año 2001 para fomentar un marco europeo de RSC representó un impulso y
una referencia muy importante en España y en Europa, así como la nueva
definición de la
Comisión Europea en
su Comunicación de 2011 que incorpora el concepto expreso de la responsabilidad
empresarial por sus “impactos”.
No es un hecho de segundo orden que en
Europa el eje en torno al que gira la
RSC sea
el empleo, la organización y calidad del trabajo y la relación con los
trabajadores, tal como ya se había avanzado en el consejo Europeo de Lisboa,
reconociendo con ello que el principal déficit de la construcción europea es la
política social.
Debemos recordar, después de varias
décadas de viaje, que la
RSC no
ha sido un proceso pacífico, sino que ha tenido potentes enemigos como se
refleja en la dureza de los adjetivos utilizados, por poner un ejemplo, por el
influyente The Economist, calificando la
RSE de
conspiración e intoxicación a la opinión pública contra el capitalismo y la
libre empresa, y donde advertían de las graves consecuencias para la
competitividad y la reputación de la industria europea, y que de triunfar la
RSE, aumentarían artificialmente los costes
de las mismas al verse obligadas a atender objetivos que no le son propios.
Ataques y advertencias de los riesgos para la libre empresa desde los más
irreductibles representantes de la ortodoxia política y económica ultraliberal,
que llegaron a equiparar el movimiento de la
RSE con
la ofensiva teórica e intelectual de los adversarios de la libre empresa y la
economía de mercado, frente a las exigencias cívicas de responsabilidad social,
a las que responden con la lapidaria sentencia de Milton Friedman “la acción
social corresponde a los accionistas con sus dividendos, no a la empresa”, o la
más repetida de todas “ la finalidad de una empresa bien gestionada es hacer
beneficios, no salvar al planeta”.
El verdadero cambio al que asistimos es
el gran protagonismo que adquieren los intangibles en el valor de la empresa y
su marca, un cambio con relación a pocas décadas atrás donde se repartía entre
el 80% del tangible y el 20% de intangible, mientras que hoy, estamos en la
“gestión del intangible”, o dicho de otra forma, en la necesidad de integrar en
la gestión estratégica de la empresa lo duro y lo blando y con ello la nueva
importancia y trascendencia del concepto reputación, la necesidad de integrar
en un todo lo económico, lo social y lo medio ambiental, algo que ha provocado
un nuevo espacio de diálogo obligado entre las grandes empresas, las ONG, las
comunidades locales, las comunidades indígenas y los sindicatos.
Querría hacer un paréntesis antes de
entrar en el papel concreto de los sindicatos en la
RSC. Podéis intuir
que su papel es complejo, como organizaciones acostumbradas a gestionar la
dureza de las relaciones laborales concretas entre el trabajador, su
productividad, su salario y sus condiciones de trabajo –que tienen poco de
intangibles- y, al mismo tiempo, la gestión de lo blando, en esta diferencia
que acabo de apuntar.
El cambio de verdad, el radical, en el
mundo de la empresa y su relación con la sociedad, el cambio que nos explica
que la
RSC cada
día tenga mayor relieve en las empresas y la sociedad, es el peso y valor de la
marca. Porque hemos pasado de la idea, de no hace tantos años, de que lo
principal era la producción, lo duro, y que la marca, lo blando, era solo un
agregado. Hemos pasado de centrar todo el esfuerzo en diseñar y fabricar
productos, a considerar que lo más importante es comercializar y distribuir
estos productos, y que la marca no es solo una imagen impresa en las etiquetas,
sino una identidad o incluso una conciencia empresarial. La marca, ya no tanto
como producto, sino como ideas, actitudes, valores y experiencias, es decir, la
marca como cultura.
La
Marca y con ello el poder del cliente, que
coincidiremos que no es el mismo ante la empresa de frenos por ejemplo Ferodo,
o envases de vidrio si no cotizan en bolsa, que ante Nestlé o Camper, por
poner dos ejemplos, o Zara. Un espacio en el que inciden además las más
diversas ONG que saben que el talón de Aquiles es la marca y la percepción que
de ésta tenga el consumidor.
Una novedad que ha sido potenciada por
la globalización de los mercados, pues ha modificado el panorama del trabajo
mundial. Nada resulta más molesto, más desagradablemente material que las
fábricas que manufacturan sus artículos. La razón del cambio es sencilla:
construir una marca es un proyecto extraordinariamente caro, necesita una
atención, una gestión.
Pero para que una empresa recupere los
costes, sólo puede destinar una cantidad finita de dinero a cubrir todos los
gastos: los de materias primas, los de fabricación, los gastos fijos y la
creación de la marca, después de haber firmado contratos de patrocinio, de
promoción y publicidad de costes elevadísimos.
Según esta lógica, las empresas no deben
emplear sus limitados recursos en las fábricas. El cambio lento pero decisivo
de las prioridades de las empresas ha dejado en una posición precaria a los
productores no virtuales, a los trabajadores y trabajadoras.
Empresas que tradicionalmente se daban
por satisfechas con aumentos del 100% entre el coste de producción en fábrica y
el precio minorista hoy remueven el planeta para encontrar fábricas capaces de
manufacturar productos tan baratos que ese margen se multipliqué por tres, por
cuatro o por cinco. Un margen que dedican a la promoción de la marca, a los
locales de prestigio en el centro de las capitales y a la
publicidad y el patrocinio.
Lo dijo el Presidente Nike “Ya no
vale la pena hacer cosas. Lo que añade valor es la investigación, la innovación
y el marketing”. La producción no es la piedra fundamental del imperio de las
marcas, sino una tarea fastidiosa y marginal. Y con la pretensión de que a
medida que se traslada al exterior, se va con ello la anticuada idea que el
fabricante es el responsable de sus empleados.
Y ahí aparece otra vez el Sindicato
para recordarle a la empresa, a sea empresa que, fuera su pretensión o no,
tiene una responsabilidad en las condiciones de trabajo y en el respeto de esos
empleados que fabrican sus productos, sean muebles, vestidos, productos
alimenticios, teléfonos o automóviles, etc.
La función del sindicalismo hoy en la
economía y en la empresa global está en impedir que la estrategia de muchas y
muy importantes empresas, algunas laureadas con nominaciones de Empresa
Responsable y Ética, ignore a las personas que trabajan en sus productos,
aunque sea a miles de kilómetros de su sede central o en empresas
subcontratadas, y también sean ignorados de la vida comercial de los productos
que fabrican.
Dicho de otra manera, para que los
trabajadores del sur y los consumidores del norte nos comuniquemos, el
sindicalismo internacional debería ser el mejor cauce. Porque a pesar de
la retórica de la uniformidad del planeta, éste sigue profundamente dividido
entre productores y consumidores.
Y para acabar dos consideraciones
generales y una conclusión:
La primera consideración general: Sería
muy difícil hablar en los términos que hoy se hace sobre la
RSC sin
un mundo absolutamente intercomunicado por Internet y las redes
sociales que permite que las empresas estén constantemente observadas y
censuradas por los agentes sociales: ONG, consumidores, sindicatos, organismos
institucionales y directamente por sus clientes y la ciudadanía.
La segunda consideración, la hago en
forma de declaración de principios: Después que el Movimiento Sindical ha
despejado sus dudas y perplejidades iniciales en relación a la
RSC. Hoy está
obligado a luchar para que la empresa sea algo más que los dividendos de sus
accionistas, para que en ella rija un principio de responsabilidad pública, y
para que, de acuerdo con ello, las empresas sean responsables de los resultados
y los impactos económicos, sociales y ecológicos de sus actividades. Por ello,
el sindicalismo debe incorporar en la negociación colectiva cuantos mecanismos
de su participación y obligaciones a las empresas que garanticen el
seguimiento, control y el debido cumplimiento de los compromisos, inicialmente
voluntarios, de Responsabilidad Social.
La conclusión: Los trabajadores de una
empresa y sus sindicatos son, entre los actores de la
RSC, los que tiene una posición más
compleja, ya que el talón de Aquiles de la empresa y la razón que mueve en gran
medida la lógica de la
RSC, y con ello la creación de valor, es la
Reputación. El resto de las partes
implicadas sabe que su arma de presión y de coacción hacia la empresa es el
desprestigio de la marca y el deterioro de su reputación, con los riesgos que
comporta para la viabilidad presente y futura de la empresa. Así que a nadie se
le escapa que utilizar esa arma, digamos por ejemplo el boicot de los
productos, impulsarlo y promoverlo por parte de los trabajadores y sus
sindicatos, sería lo más parecido a escupir hacia arriba.
Por esto, quiero trasladar un mensaje a
las personas que actualmente o en el futuro, intervienen en la gestión de la
Responsabilidad Social en
las empresas. Que no veáis a los trabajadores y trabajadoras y a sus sindicatos
como una parte implicada más como los definen la mayoría de los manuales
de la
RSC. Porque estos
deberían ser vistos y tratados como, lo que son, como una parte esencial y
comprometida ya que la diferencia entre los trabajadores y los consumidores y
las organizaciones que los representan, está que su empleo presente futuro
depende de la buena o mala reputación de su empresa.
Bien, he querido desde la
experiencia sindical, una de las partes comprometida con la
RSC, dar la visión, o más bien una versión,
de algo que creo firmemente que puede ser, mejor dicho lo es ya, una
fuente muy importante de innovación social y de gestión empresarial, como lo
deberá ser también para el sindicalismo que aspire con su acción sindical
intervenir e influir en la gestión de las empresas.
Gracias por vuestra atención.