Todos coincidimos en que la formación de las personas es el factor más decisivo para garantizar el desarrollo y el progreso social de un país. Más determinante, incluso, que las materias primas, las fuentes energéticas o el capital, porque comprobamos los resultados positivos en todas las sociedades donde la formación de sus trabajadores y ciudadanos ha sido su estrategia constante.
Sin embargo, parece que hemos necesitado la parada brusca en el crecimiento económico y la larga crisis para entender el valor de la formación, o dicho de forma más gráfica, que se vaciara la piscina para comprobar lo que ya nos indicaba nuestro débil tejido productivo: ¡estamos en pelota picada!
Ahora nos escandalizamos, y con razón, de la gravedad de nuestros errores, esos que día a día nos explicamos unos a otros como si estuviéramos inventando la ‘sopa de ajo’, redescubriendo el fracaso de los Planes de Estudio, la saturación de universidades, los altos niveles de fracaso escolar, los bajísimos niveles de inglés y el largo etcétera. Ahora nos hacemos la cruel pregunta ¿dónde estábamos todos? : instituciones públicas, gobiernos, fuerzas políticas y, si me apuran, el conjunto de la sociedad española, para haber descuidado de tal manera la formación y en particular la formación profesional.
Entre lo urgente toca recuperar el enorme retraso en la formación profesional de los jóvenes como palanca para el empleo, y provocar un gran salto en su cantidad y calidad para dar "el estirón del vago”, porque todos los esfuerzos que hagamos serán pocos frente al volumen de nuestras necesidades en formación para el empleo juvenil. Ya que, de no resolverse pronto, en un futuro inmediato podremos ver sus consecuencias en una juventud atrapada en la nada como las masas de jóvenes pegados en las paredes de algunas ciudades del Norte de África.
Nuestro débil sistema de formación profesional se ha sustentado en mucha teoría (el 70%) y muy poca práctica, precisamente al revés que el sistema dual alemán, austriaco o danés. Precisamente en esa dirección, las empresas y los sindicatos deberían prestarle la máxima atención, no solo en su discurso general o en el diálogo con los gobiernos, sino también en la acción, la negociación y el acuerdo en el ámbito de las empresas, donde con seguridad es ahí donde se dirá la última palabra en formación profesional.
En pocos campos es más urgente y necesaria la cooperación entre empresa y representación sindical. Las empresas, entendiendo que su política formativa es algo que debería compartir, los representantes sindicales desde la conciencia de que tienen mucho que aportar en materia de formación por el bien de sus representados, los trabajadores, y para la mejora competitiva de sus empresas.
Hay pocos ámbitos, en las actuales y difíciles relaciones laborales, donde el esfuerzo desde la negociación colectiva y el compromiso común puedan tener un resultado económico y social más positivo que facilitar la transición laboral de los jóvenes a través de la formación profesional dual de aprendizaje o en prácticas.
El escandaloso desempleo de más del 50% de los jóvenes exige no esperar a más convenciones, estudios o reflexiones, porque su gravedad reclama atención urgente, determinación y acciones a todos los niveles. Sabemos, porque el deteriorado mercado de trabajo nos lo ha demostrado mil veces, que por sí solas, la ley o las bonificaciones no garantizan el buen uso y el éxito de la extensión de los muy necesarios cientos de miles de contratos formativos y de aprendizaje para los jóvenes en nuestro país. El éxito dependerá, por una parte, del interés que presten y expresen las empresas, a las que su situación se lo permita, que son muchas, asumiendo en su cuota de
Responsabilidad Social el esfuerzo que les exigen los niveles de desempleo juvenil que padecemos. Por otra parte, e igual de determinante, que los Sindicatos le dediquen la atención necesaria en cada empresa, situando en su acción el impulso de los contratos de formación y aprendizaje, verificando día a día su correcto uso y el estricto cumplimiento de los compromisos de tutoría y formación a los jóvenes contratados. Será precisamente ahí, en los inicios de su vida laboral, donde estos jóvenes percibirán el interés (o no), de la afiliación sindical y la utilidad de los sindicatos en la empresa.
Tenemos pocas prioridades más urgentes que conseguir, desde avances palpables, trasladar la necesaria esperanza a esa juventud que hemos bautizado cínicamente como “generación perdida” , como si fuera el resultado de un accidente fortuito en lugar de “generación olvidada”, que es lo que ha sido de las prioridades políticas, sociales y económicas durante largos años y que ahora debemos recuperar como el mal estudiante con el estirón del vago.
Sin embargo, parece que hemos necesitado la parada brusca en el crecimiento económico y la larga crisis para entender el valor de la formación, o dicho de forma más gráfica, que se vaciara la piscina para comprobar lo que ya nos indicaba nuestro débil tejido productivo: ¡estamos en pelota picada!
Ahora nos escandalizamos, y con razón, de la gravedad de nuestros errores, esos que día a día nos explicamos unos a otros como si estuviéramos inventando la ‘sopa de ajo’, redescubriendo el fracaso de los Planes de Estudio, la saturación de universidades, los altos niveles de fracaso escolar, los bajísimos niveles de inglés y el largo etcétera. Ahora nos hacemos la cruel pregunta ¿dónde estábamos todos? : instituciones públicas, gobiernos, fuerzas políticas y, si me apuran, el conjunto de la sociedad española, para haber descuidado de tal manera la formación y en particular la formación profesional.
Entre lo urgente toca recuperar el enorme retraso en la formación profesional de los jóvenes como palanca para el empleo, y provocar un gran salto en su cantidad y calidad para dar "el estirón del vago”, porque todos los esfuerzos que hagamos serán pocos frente al volumen de nuestras necesidades en formación para el empleo juvenil. Ya que, de no resolverse pronto, en un futuro inmediato podremos ver sus consecuencias en una juventud atrapada en la nada como las masas de jóvenes pegados en las paredes de algunas ciudades del Norte de África.
Nuestro débil sistema de formación profesional se ha sustentado en mucha teoría (el 70%) y muy poca práctica, precisamente al revés que el sistema dual alemán, austriaco o danés. Precisamente en esa dirección, las empresas y los sindicatos deberían prestarle la máxima atención, no solo en su discurso general o en el diálogo con los gobiernos, sino también en la acción, la negociación y el acuerdo en el ámbito de las empresas, donde con seguridad es ahí donde se dirá la última palabra en formación profesional.
En pocos campos es más urgente y necesaria la cooperación entre empresa y representación sindical. Las empresas, entendiendo que su política formativa es algo que debería compartir, los representantes sindicales desde la conciencia de que tienen mucho que aportar en materia de formación por el bien de sus representados, los trabajadores, y para la mejora competitiva de sus empresas.
Hay pocos ámbitos, en las actuales y difíciles relaciones laborales, donde el esfuerzo desde la negociación colectiva y el compromiso común puedan tener un resultado económico y social más positivo que facilitar la transición laboral de los jóvenes a través de la formación profesional dual de aprendizaje o en prácticas.
El escandaloso desempleo de más del 50% de los jóvenes exige no esperar a más convenciones, estudios o reflexiones, porque su gravedad reclama atención urgente, determinación y acciones a todos los niveles. Sabemos, porque el deteriorado mercado de trabajo nos lo ha demostrado mil veces, que por sí solas, la ley o las bonificaciones no garantizan el buen uso y el éxito de la extensión de los muy necesarios cientos de miles de contratos formativos y de aprendizaje para los jóvenes en nuestro país. El éxito dependerá, por una parte, del interés que presten y expresen las empresas, a las que su situación se lo permita, que son muchas, asumiendo en su cuota de
Responsabilidad Social el esfuerzo que les exigen los niveles de desempleo juvenil que padecemos. Por otra parte, e igual de determinante, que los Sindicatos le dediquen la atención necesaria en cada empresa, situando en su acción el impulso de los contratos de formación y aprendizaje, verificando día a día su correcto uso y el estricto cumplimiento de los compromisos de tutoría y formación a los jóvenes contratados. Será precisamente ahí, en los inicios de su vida laboral, donde estos jóvenes percibirán el interés (o no), de la afiliación sindical y la utilidad de los sindicatos en la empresa.
Tenemos pocas prioridades más urgentes que conseguir, desde avances palpables, trasladar la necesaria esperanza a esa juventud que hemos bautizado cínicamente como “generación perdida” , como si fuera el resultado de un accidente fortuito en lugar de “generación olvidada”, que es lo que ha sido de las prioridades políticas, sociales y económicas durante largos años y que ahora debemos recuperar como el mal estudiante con el estirón del vago.