Joaquim González Muntadas
Director de Ética Organizaciones
La sordina es un mecanismo de reducción del volumen o
modificación de las cualidades tímbricas del sonido, con la que muchos músicos
de jazz, Miles Davis el más admirado, demuestran que sin rebajar el tono, el
solista puede expresar mejor sus sentimientos.
Por eso, en estos momentos especialmente complejos, tanta
gente de Catalunya y del resto de España, decimos que es preciso poner sordina
a los estridentes gestos y expresiones, y cambiar la actual tensión por un
nuevo estilo y formas más mesuradas que destierren las expresiones "
Catalunya chantajista" o " España nos roba".
Sordina para que puedan oírse los matices, las
reflexiones, las terceras, cuartas o tantas nuevas vías como sean necesarias
para superar el actual diálogo de sordos; que permitan escuchar y apreciar la
pluralidad que existe en este país y que, a la creciente estridencia del
trombón de varas - como extremo del conflicto- no le interesa que se
puedan apreciar.
Se está consolidando una polarización que silencia las
posiciones intermedias, hoy las más atacadas; las que expresan matices y dudas
en un conflicto en el que, sorprendentemente, han adquirido normalidad
expresiones como "choque de trenes", como amenaza a la parte
contraria. Un hecho que deberíamos reconocer que suena peligrosamente infantil,
por no decir auto-destructivo o suicida, impropio de líderes sociales europeos
del Siglo XXI.
Sabemos que vivimos un serio y complejo conflicto social y
político entre Catalunya y España que es preciso reconocer en toda su
dimensión. Un conflicto antiguo que seguirá por mucho tiempo reclamando
soluciones. Pero sabemos también, que en este siglo, no en 1714, la
solución únicamente puede llegar del realismo, la legalidad, la flexibilidad y
la inteligencia que sólo se encuentran en el campo del diálogo, la mesura, la
imaginación y la innovación.
Sobre todo, donde no encontraremos la solución es cavando
y cavando la trinchera ni insuflando los corazones. Ni tampoco negando el
conflicto, esperando inútilmente que el tiempo lo resuelva, o disimulando las
consecuencias de sus propuestas con metáforas épicas, silogismos o
declaraciones grandilocuentes y pomposas, porque las personas adultas sabemos
que no es la mejor vía para resolver cualquier conflicto personal, social o
político.
Corremos el riesgo de dejar el conflicto sin solución, que
es lo que suele ocurrir cuando se personifican los males y amenazas en la
otra parte, generando un espacio muy cómodo para los incondicionales. Los
líderes sociales y políticos deberían saber, como saben las sociedades maduras,
que no es posible gobernar ni construir el futuro solo con amigos dentro de un
partido político o un país, así nunca se ha construido nada duradero.
En la práctica común, en el día a día -y todo
experto en negociación lo sabe muy bien- el primer paso para resolver un
conflicto está en responderse a una simple pregunta, ¿la no resolución del
conflicto perjudica por igual a ambas partes?. La respuesta es afirmativa, o
creo que sería la respuesta de la gran mayoría de los ciudadanos y ciudadanas
catalanes y del resto de España. Y si la respuesta es afirmativa, podemos
decir que existen fundadas bases, aunque no fáciles, de solución; porque ambas
partes cumplen con la condición imprescindible, aunque no suficiente, de toda
negociación: la conciencia de que ninguna de las dos tiene, aunque lo deseara,
la solución unilateral. Tampoco habrá solución en este conflicto sin humildad,
de la que faltan toneladas, tantas toneladas como las que sobran de
prepotencia y demostraciones de fuerzas y exageraciones.
Pongamos sordina porque nos jugamos mucho y, a veces,
viendo el comportamiento de algunos de nuestros líderes, no lo parece, cuando
se dedica más tiempo y energías a discutir esencias que a construir existencias
que reclaman urgentes soluciones y compromisos compartidos