Joaquim González Muntadas
Director de Ética
Organizaciones SL
Vaya por delante que este artículo no está escrito desde la neutralidad
o equidistancia con la causa sindical, ya que hasta el pasado mes de febrero mi
actividad principal ha sido dirigir, como máximo responsable, la Federación Estatal de la Industria Química y Textil de
Comisiones Obreras. Así que me siento parte responsable de los sin duda muchos
errores y déficits que pueda padecer el sindicalismo en nuestro país.
Errores que a menudo resultan de difícil identificación ya que se les
crítica por una cosa y su contraria. Se critica a los sindicatos por no ser
como los de otros países, cuya función está centrada casi exclusivamente en las
relaciones empleado-empleador y en las condiciones de trabajo y salario de sus
afiliados. Pero también se les critica al reprocharles que sólo atienden los
intereses de los trabajadores con empleo, que son la base de su afiliación, y
descuidan en cambio al resto de trabajadores vinculados por contratos
precarios, o los que están en la economía sumergida, o en el desempleo.
Se les critica cuando aspiran a intervenir con los gobiernos, a través
del diálogo social, en todo lo que incide en las condiciones de vida de los
trabajadores, acusándoles de pretender usurpar y condicionar la
legitimidad de los partidos políticos y los gobiernos, calificándoles de
sindicatos politizados. Pero también se les critica justo por lo contrario,
afirmando que no atienden al bien común, cuando se les reclama Pactos Sociales
de Estado, considerando que su contribución es esencial para afrontar la crisis
económica. Se les critica por recibir fondos institucionales y se les exige que
vivan exclusivamente de sus recursos y de las cuotas de sus afiliados. Pero
también se critica y califica de ilegítimo, cuando no de "mordida",
el cobro de sus servicios a las personas no afiliadas cuando intervienen en una
negociación o en un conflicto.
Al margen del dudoso rigor e incluso de la solvencia de muchas de las
críticas que están recibiendo los sindicatos, algunas descaradamente
interesadas en su desaparición, el sindicalismo español, como instrumento
esencial de la democracia precisa, y así creo que lo están entendiendo nuestros
sindicatos más representativos, reflexionar con valentía sobre las causas de
que en ocasiones sean vistos como organizaciones ancladas en el pasado, poco
innovadoras, con escasa conexión con los jóvenes y casi nula relación con los
trabajadores cualificados o con responsabilidad en las empresas.
Muchas son las preguntas que se deben hacer nuestros sindicatos para
superar las actuales dificultades, pero pueden estar seguros de que las
respuestas correctas no vendrán de las críticas de esos sectores políticos, ni
del sectarismo de algunos medios de comunicación, que no hace todavía dos años
azuzaban a los sindicatos para convocar una huelga general al gobierno de
Zapatero por los recortes y el incremento del paro, y para los que ahora, con
un gobierno amigo, toda movilización es sinónimo de alta traición a los
intereses de la patria. Es imprescindible que la crítica, al menos la de los
demócratas, si su voluntad es ayudar en la reflexión a los sindicatos, sea
consecuente con la función que se les exige, para lo cual los medios de
comunicación deberían tratar, al menos, con el mismo rigor que al resto de las
organizaciones sociales y políticas.
Un ejemplo de ello son las experiencias vividas en conflictos y
negociaciones como las recientes en Seat, Nissan, Alston y otras muchas en las
que, si no hay acuerdo, se les responsabiliza de frustrar inversiones y
creación de nuevos puestos de trabajo. Y en cambio, cuando se alcanza el
acuerdo y esos mismos sindicatos con su firma asumen alguna pérdida de derechos
de los trabajadores y trabajadoras que representan, y por ello pagan un alto
coste en afiliación y crítica de una parte de los trabajadores y de la
sociedad, luego, con la ayuda de algunos medios de comunicación, el mérito de
estas nuevas inversiones y los nuevos puestos de trabajo son capitalizados por
los ministros, consejeros y consellers de turno al presentarlo como un
gran éxito de su "buena" política industrial.
Es cierto, muchos cambios deberán acometer nuestros sindicatos, pero de
poco van a servir si paralelamente no los acometen también con igual, o incluso
mayor intensidad, nuestras organizaciones empresariales que hasta hoy están
transitando como ausentes entre las críticas generalizadas a nuestras
relaciones laborales, como si no tuvieran su importante cuota de
responsabilidad en las dificultades para modernizarlas.
Critiquen a los sindicatos, pero háganlo con rigor, se lo merecen los
cientos de miles de militantes sindicales en las empresas que precisan
recuperar la confianza y la autoestima, desde la iniciativa y la pasión por
ideales tan nobles como son representar a la principal fuerza de la sociedad
que constituye el trabajo. Lo necesita nuestra economía y lo exige la
democracia.