martes, 14 de enero de 2014

ENTERRAR LA VIEJA EMPRESA Y RENOVAR EL SINDICALISMO

Para ser más explícito, en una empresa vieja lo habitual --e incluso lógico-- es encontrar un sindicalismo antiguo. En una empresa humanizada y abierta, lo normal --y lógico--, es encontrar un sindicalismo innovador y dialogante, porque cuando no es así, pierde peso y sirve de poco, y lo más probable es que desaparezca ya que vehicula deficientemente los intereses de quienes aspira a representar.

Al analizar el comportamiento de nuestro sindicalismo habría que preguntarse en qué realidad se mueve y qué empresas predominan en nuestro país, si las de finales del XIX y principios del XX, descritas por el profesor Guillermo de la Dehesa (El Empresario del Siglo XXI), que corresponden a un perfecto Homo economicus, es decir “hedonista en el consumo, egoísta en la riqueza, individualista en la gestión y estajanovista en su trabajo”. 

O si predomina el empresario del Siglo XXI, que el mismo profesor define, como quien “se adapta a un nuevo entorno económico más abierto, global y complejo, donde los valores del egoísmo comienzan a dar paso al altruismo, a quien su flexibilidad, el trabajo en equipo, la capacidad creativa y de innovación, sustituyen a la rigidez y el individualismo. Un empresario que ya no vive aislado, tiene responsabilidades sociales respecto a sus empleados, los clientes, los suministradores, y un entorno cada vez más competitivo, que le exige una excelencia que sobrepasa sus tradicionales dotes de mando”.

Según qué tipo de empresa y de empresario se trate, la respuesta sindical, podemos suponer, es también distinta. En una empresa vieja y taylorista, cuya base de organización del trabajo es rígida, autoritaria, donde la iniciativa y la participación de los trabajadores y sus representantes encajan mal, poco sindicalismo moderno y europeo se puede esperar que nazca y crezca. Poca innovación sindical se puede esperar cuando hay escasos instrumentos de diálogo y negociación para la flexibilidad, ya que ésta se limita a los elementos externos (el despido, los contratos eventuales, la escasa formación, etc.).

Pocas propuestas sindicales innovadoras se pueden esperar en una empresa que se siente cómoda con un cuerpo normativo y contractual como el actual, pensado precisamente para ella y sus trabajos de bajo valor añadido, de poca formación y con trabajadores fáciles de sustituir. ¿Qué sindicalismo se puede esperar más allá de la resistencia, incluso la frustración y resignación frente al abuso que posibilita la grave situación de crisis y el brutal desempleo? Sólo resistir, sobrevivir y esperar tiempos mejores que cambien los equilibrios, como hace cincuenta o cien años y muy posiblemente realizando un sindicalismo parecido de esos años.

La pregunta --y el reto-- es si nuestro sindicalismo, su organización, medios, estructura y propuestas está suficientemente preparado para la nueva empresa y el nuevo empresario del Siglo XXI, que los hay, y muchos; donde el trabajo requiere versatilidad e iniciativa de las personas más allá de su responsabilidad, con jerarquías más difusas y organigramas más planos, y necesita formación permanente, implicación y compromiso con la marcha de la empresa. 

La pregunta de mérito es si el sindicalismo está en condiciones de responder a esta empresa más compleja y dinámica, necesitada atender los intereses individuales y conciliarlos con los colectivos, que sobrevive por su capacidad de innovación, reacción y flexibilidad, y para quien nuestro mercado de trabajo y el actual marco legal y contractual suponen una desincentivación y una rémora.


La respuesta es afirmativa. Sí, nuestro sindicalismo puede y sabe responder, tenemos cientos de ejemplos cada día, ante la política de aquellos empresarios innovadores que colocan a las personas en el eje de su gestión, y se esfuerzan por tener una actitud más abierta y global, en el que sus valores comienzan a dar paso al compromiso y a la responsabilidad social. Este empresario reclama y merece todo el esfuerzo de innovación y renovación sindical porque es ahí donde está el progreso, en el encuentro de estas dos voluntades renovadoras, lo que nos debe permitir enterrar la vieja empresa.


domingo, 12 de enero de 2014

RSC: la IQ un buen ejemplo

Joaquim González Muntadas
Director de Ética Organizaciones.SL



 La industria química española está celebrando estas semanas el XX Aniversario del Responsible Care, una iniciativa que desde 1993 impulsa y coordina la Federación Empresarial de la Industria Química Española (Feique). Responsible Care es un proyecto internacional de Responsabilidad Social Corporativa (RSC) que tuvo su origen en Canadá en 1985, y que como apuesta por el Desarrollo Sostenible, compromete a las empresas adheridas con la mejora continua en la Seguridad, la Salud Laboral y la protección del Medio Ambiente.

Responsible Care fue una de las primeras iniciativas empresariales de RSC de nuestro país, y expresó la conciencia de que el futuro de las empresas y el empleo están estrechamente ligados a sus esfuerzos de mejora continua de los procesos y la tecnología en favor de la sostenibilidad. Y que las malas prácticas, aunque sean de unas pocas empresas, pueden deteriorar los esfuerzos y la reputación de todo un sector industrial.

Estos veinte años de experiencia de Responsible Care enseñan el valor de las alianzas empresariales, tan escasas en nuestra historia y realidad económica. Y enseñan también que todo proyecto de RSC, para que sea algo más que buenas intenciones, precisa del riguroso control de los objetivos trazados y de la verificación de sus progresos. Por esto, hoy se pueden valorar los avances habidos: se ha reducido en un 70% el índice de frecuencia de accidentes, lo que ha hecho que en el año 2012 la siniestralidad laboral sea 7 veces menor que la media del conjunto de la industria y 4 veces inferior a la media general. Se ha reducido el 37% la emisión de gases de efecto invernadero (GEI), el 40% el consumo de agua o el 54% de emisiones y vertidos por tonelada producida, por poner algunos ejemplos muy significativos.

Estos avances y progresos no hubieran sido posibles --así lo reconoce la propia patronal química en todos sus actos y publicaciones de valoración del programa-- sin la participación y el compromiso de los trabajadores y trabajadoras de las empresas químicas y sin la activa participación de las Federaciones Sindicales de CC.OO y UGT, quienes, con su implicación desde el Acuerdo firmado el 29 de octubre de 2002 en la comisión de seguimiento del Responsible Care, consiguieron que España, junto a Dinamarca, fueran los primeros países europeos donde los sindicatos formaron parte del seguimiento y promoción activa entre los trabajadores y trabajadoras de las empresas químicas de los objetivos del proyecto.

La patronal y los sindicatos de la industria química entendieron hace ya varias décadas el valor de la cooperación empresarial-sindical, como se ha venido expresando en la negociación colectiva del Convenio General de la Industria Química, y en los múltiples foros y espacios de diálogo común que han permitido impulsar iniciativas con evidentes resultados positivos como se reflejan en el   
Balance 2013 de RSC de la Industria Química, presentado el pasado 11 de diciembre en el Ministerio de Industria. 

Estos veinte años demuestran el éxito de un proyecto que, por su contenido, sus resultados y gestión, puede ser una positiva referencia para otros sectores de nuestra economía y, particularmente, por la capacidad demostrada de comprometer al conjunto de las partes que implicadas en el proceso productivo: empresas, trabajadores, proveedores, transporte y el conjunto de la sociedad. Algo habrá hecho bien este sector industrial durante estos años si observamos el importante avance habido desde 1992, el primer año de la encuesta europea e inicios de Responsible Care, en la España era el peor país de Europa en percepción social positiva de la industria química con solo el 26%. El 2012, la misma encuesta sitúa a España con el 48% de percepción positiva y el 19% neutra, en el país europeo donde la industria química tiene mejor percepción social.


Un buen ejemplo de nuestras relaciones industriales y laborales con resultados positivos que es bueno explicar y conocer, como otros muchos que surgen de la colaboración entre patronal y sindicatos en empresas y sectores, pero que a veces quedan tapados por los muchos déficits, las malas noticias y por la crítica constante, no siempre rigurosa, a nuestros agentes sociales. Valoremos los buenos ejemplos, porque siempre es útil para corregir los errores y un estímulo para avanzar.


martes, 7 de enero de 2014

Empresas y trabajadores suspenden en confianza y cooperación

Joaquim González Muntadas
Director de Ética Organizaciones. SL

El pasado mes de septiembre se publicó la edición anual del informe de Competitividad Mundial que desde hace 34 años realiza el World Economic Forum (WEF), un prestigioso informe que analiza las fortalezas y debilidades competitivas de los países, que este año han sido 148. España está en el puesto 35, un lugar poco privilegiado si observamos el importante retroceso sufrido en estos últimos años. La mejor posición, la 22, la ocupamos el año 2002.

El informe subraya que ocupamos un lugar privilegiado, nada menos que el 4º, en escuelas de negocios, mientras en calidad directiva estamos en el muy modesto 43º. De igual forma, destacamos en alumnos matriculados en educación superior, ya que estamos en el 8º. Aunque en capacidad de innovación nuestro lugar es el 57º, y el 44º en científicos e ingenieros. Estos datos evidencian nuestro déficit en comparación con los países líderes. No basta con mucha universidad si se sigue manteniendo el histórico divorcio con el mundo de la producción y del trabajo, con la empresa y el emprendimiento.

El informe analiza múltiples indicadores que influyen directa o indirectamente en la competitividad de un país. Materias que van desde la independencia judicial a la eficacia de la administración, pasando por el sistema bancario, la gestión del gasto público o el marketing, hasta la utilización de la tecnología. En la mayoría de ellos no salimos demasiado bien parados, pero sabemos que muchos de estos déficits se pueden resolver con recursos, mejorando servicios y con nuevas leyes que corrijan los defectos.

De todos los indicadores, hay uno –que a su vez es el menos comentado-, para el que no hay dinero ni leyes que lo puedan mejorar sin la conciencia y la voluntad colectiva para corregirlo. Me refiero a lo que debería ser la base y principal garantía de la innovación en las empresas y la mejora de la competitiva: la necesaria confianza entre empresa y trabajador.

España está en el puesto 117º de 148 países en confianza y cooperación entre compañías y empleados porque España no es un estado de conflictividad laboral. Cabe recordar que en nuestro país, el pacto social y la cooperación han presidido el ámbito institucional. El problema está en el interior de muchas de nuestras empresas.

Esta posición nos debería preocupar de verdad, porque muchas de las dificultades a la hora de responder a los retos que se plantean en la nueva empresa y su nueva organización del trabajo en base de la competencia con eficacia, residen en el compromiso y la capacidad creadora de sus trabajadores y trabajadoras.

Unos objetivos, una confianza y una cooperación que necesitan de unas relaciones laborales fundadas en el compromiso y la garantía de la transparencia, la participación y la información veraz sobre la política de la empresa y sus objetivos. Unas relaciones que se construyen desde la normalidad del diálogo, de los instrumentos sencillos pero reales y de la participación de los trabajadores en la marcha de la empresa.

La realidad para muchos es un profundo alejamiento de la empresa, debido en gran parte a la percepción de pérdida de seguridad y equilibrio. Algo esencial para construir un escenario de lealtades mutuas, donde el trabajador concibe a la empresa como algo propio porque garantiza su existencia y su futuro.

No actuar en todos los frentes para modernizar nuestras anquilosadas relaciones laborales y el contenido de la mayoría de los actuales convenios colectivos --pensados aún para la gestión del palo y la zanahoria, más propia de la vieja empresa jerárquica y autoritaria de tareas sencillas, repetitivas y estrechamente controladas-- nos condena a seguir buscando. Con leyes y más leyes, con sentencias y más sentencias, con la competitividad desde las ventajas comparativas o desregulando y depreciando las condiciones laborales y salariales. Lo que supondría seguir hundidos en ese vergonzoso suspenso que representa estar en el 117º puesto en confianza y cooperación entre empresa y trabajador.

Salir de este hoyo es uno de los principales retos de nuestra economía. Extender de forma generalizada los principios y valores que inspiran la Responsabilidad Social Empresarial o Corporativa (RSC) puede ser una eficaz palanca para mejorar la realidad en nuestros centros de trabajo. Esencial para el cambio de modelo productivo y la salida de la crisis.


¡Ah! El mismo informe de Competitividad Mundial de WEF para 2013 sitúa a España en el puesto 122º en acceso al crédito. Sin palabras, porque el dato habla por sí solo.

viernes, 3 de enero de 2014

LA INDUSTRIA ESTÁ DONDE LA HEMOS DEJADO

Joaquím González Muntadas
Director de Ética Organizaciones SL


No deja de resultar llamativo escuchar a algunos sectores económicos y políticos preguntarse hoy, sorprendidos, ¿qué ha pasado con nuestro tejido industrial?, ¿dónde está la industria que fue el motor del progreso social de algunas zonas de nuestro país y que hoy tanto necesitamos? Nuestra industria está donde la han dejado los escasos esfuerzos dedicados a la formación técnica universitaria y la escasa o deficiente política de formación profesional. Allí donde la ha querido dejar nuestro sector financiero, con su descarada desconfianza hacia los aburridos sectores industriales frente la alegría demostrada hacia la construcción residencial y el consumo privado.

Tenemos la industria que han permitido los desproporcionados precios del terreno industrial, que durante años han casi doblado los del sur de Francia por poner un ejemplo cercano. Tenemos la industria que ha merecido el lastre de una política deficiente en infraestructuras de puertos (aunque algo hayan mejorado ahora) y ferrocarril, lo que ha representado un sobrecoste a nuestros productos para algunos sectores, insoportable para su competitividad. Tenemos la industria que ha tenido que soportar el castigo de una irresponsable política energética con unos costes más caros que los de nuestros competidores.

Tenemos la industria que ha sobrevivido a una insistente política económica que ha dado la espalda a todo aquello que es imprescindible para la industria, empezando por el reconocimiento y el aprecio de su valor social ausente en muchos ámbitos públicos y privados de nuestra sociedad.

Resultarán interesantes y muy aleccionadoras las conclusiones a las que lleguemos el día que revisemos las razones y argumentos esgrimidos por la mayoría de nuestras administraciones, de todos los colores, para expulsar industrias que tenían futuro, pero que eran notas disonantes respecto al proyecto y modelo de ciudad y sociedad a que aspiraban.

Se han analizado poco las consecuencias de esa irresponsable política generalizada a muchas localidades, de liberar suelo industrial para destinarlo al uso residencial o de servicios, y que a la larga se ha demostrado letal, al enterrar en plusvalías para sus propietarios muchos proyectos industriales, pues era imposible competir con la desorbitada y rápida rentabilidad que generaban las construcciones que se levantarían en lugar de esas industrias. Letal para las empresas y los empleos que hoy nos preguntamos donde están.

Cierre de miles de industrias que resultaban, se decía, disonantes para un modelo de ciudades que aspiraban todas a la alta tecnología, a industrias limpias y a servicios de alta cualificación que, como hemos visto, no acaban de llegar. Ciudades, y en parte sociedades, que pensaban y decían que la industria era el pasado a superar. Que la industria no era su modelo. Pero nadie se preguntaba: ¿A quién se le prestaría los servicios si desaparecía la principal receptora de estos? No se pensó, como la práctica está demostrando, que los servicios acaban emigrando hacia dónde va su cliente, y éste es principalmente la industria.

Hemos visto movimientos ciudadanos y vecinales que han empujado al cierre de no pocas empresas con futuro porque no eran propias del barrio residencial al que habían ido a vivir hacía un año, aunque la fábrica llevara allí cien. En muchos sectores, ha predominado el comportamiento de nuevos ricos que no han disimulado que les molestaba la grasa de las máquinas.

Pero parece que algo hemos aprendido cuando escuchamos en foros y tribunas repetir la importancia que debería tener nuestra industria. Escuchamos que es, precisamente, su fortalecimiento la única garantía que nos puede ayudar a avanzar en la salida de la crisis. Que la industria es la mejor garantía de la riqueza de un país y del empleo de calidad. Así que podemos repetir una vez más aquel conocido dicho, tan común para tantas ocasiones en la vida, de que "hay cosas que sólo se aprecian cuando se han perdido".

Sí, la industria, nuestra industria, está donde la ha querido llevar la falta de compromiso y de políticas. Aprovechemos la ocasión, corrijamos viejos errores, aprendamos las lecciones del pasado y alineemos voluntades y esfuerzos en torno a las necesidades de las industrias, unas necesidades que son esencialmente las mismas que ayer que no se atendieron: la formación profesional, el transporte de mercancías, las alianzas empresariales, la mejora de la productividad, la potenciación de los distritos o clústers empresariales, un mayor vínculo entre empresa y universidad, la mejora y racionalización de las normas administrativas ambientales y la gestión de los residuos industriales, el impulso de la innovación, el I+D, la inversión y para ello el crédito, el crédito y el crédito, porque sin ello no hay salida y todo se quedará en palabras ya gastadas.

Felices Fiestas.