Sabemos --o al menos así se repite en muchos ámbitos-- que
precisamos un cambio de modelo productivo que refuerce y amplíe nuestra base
industrial, para lo cual es imprescindible situar la innovación, la formación y
la cualificación de las personas en el centro de las preocupaciones y los
esfuerzos.
Un cambio de modelo productivo que exige múltiples
transformaciones públicas y privadas, entre ellas, cambiar las relaciones
laborales que son una rémora. Están pensadas para un viejo modelo productivo
dominado por empresas y sectores de bajo valor añadido y para competir en una
económica menos abierta y global que la actual.
No habrá nuevo modelo productivo si no somos capaces de
cambiar las bases y la filosofía que inspiran la gestión de las personas, y si
sus gestores no aprecian la necesidad de cambiar los valores dominantes por
otros centrados en la gestión de nuevas formas y maneras de trabajar y de
relacionarse en la empresa.
No habrá nueva economía sin unas relaciones laborales que
sitúen la búsqueda del conocimiento y la creatividad en el centro mismo de la
gestión empresarial.
Es necesario reconocer que cada persona aporta un valor
único y diferencial, base de la motivación para mejorar la cualificación
profesional, la innovación y la competitividad.
Se trata de un cambio de modelo productivo que precisa de
nuevas formas de flexibilidad interna sustentada en el diálogo y la información
sobre la marcha de la empresa a los trabajadores. Nuevas relaciones laborales
que faciliten lo que es el principal factor de competencia: la capacidad de
anticiparse y responder a los cambios con celeridad y flexibilidad.
Tenemos que desprendemos de la vieja y pesada losa de unas
relaciones laborales --que ha extremado la última reforma-- que minusvaloran el
papel del trabajo y de los trabajadores en la empresa y estimulan la malsana
flexibilidad, basada en el despido y la temporalidad generalizada que ha
generado un mercado de trabajo enfermo e impropio de la nueva economía.
Esa que necesita entornos motivadores y orientados a la
búsqueda de creatividad, pero que exige mayor, pero también mejor flexibilidad.
Son nuevas políticas retributivas relacionadas con los objetivos compartidos,
trabajo en equipo e innovación. Justo lo contrario de las formas autocráticas y
jerárquicas que rigen la mayoría de nuestros convenios colectivos.
En países como Alemania nos enseñan que sus relaciones
laborales pueden representar una clara fortaleza competitiva. Así lo explicaba
hace más de una década, el Ministro alemán del Trabajo, Walter Riester, en el
Congreso de los Diputados de su país en un histórico discurso el 22 de junio de
2001: “Nuestra Ley Sindical es la norma fundamental de las empresas, la piedra
angular del sistema alemán de relaciones laborales. Partiendo del exitoso
modelo de participación que tenemos actualmente, debemos elaborar un modelo
para el futuro que permita incentivar el diálogo entre los trabajadores y los
empresarios ante una nueva situación económica. [...] Estamos convencidos de
que quien hoy invierte en la motivación de sus trabajadores y favorece su
participación democrática en las empresas estará en un futuro mejor preparado
para afrontar nuevos retos económicos”.
Es necesaria la participación sindical en las empresas
para ampliar y mejorar la duración de los proyectos empresariales. Algo
parecido afirmaba con meridiana claridad Ramón Paredes, cicepresidente de
relaciones institucionales de Seat y el Grupo Volkswagen, en los Diálogos de
KPMG / Banco Sabadell publicado el 13 de abril por La Vanguardia ,
sobre los cambios que está viviendo el sector del automóvil en nuestro país:
“les debemos mucho y se debe reconocer a los sindicatos que han sabido
adaptarse a las nuevas circunstancias y se les debe recuperar para la nueva
fase de reindustrialización”.
Diálogo, transparencia, información y participación son
pilares necesarios para construir el cambio de modelo productivo que tanto
necesitamos.
En una palabra, democracia industrial, la misma que ya
reclamaba Marcelino Camacho en los principios de los años 80 del pasado siglo
cuando denunciaba las dificultades que existían para que la “Democracia
traspasara las paredes de las empresas de nuestro país”.
Es una necesidad pendiente de conseguir en millares de
empresas españolas para poder dejar atrás los graves errores y déficits de la
economía del pelotazo, del corto plazo y la baja productividad y recolocar la
industria, revalorizar el capital humano y modernizar nuestras relaciones
laborales, una condición sine qua non, para poder mirar el futuro con esperanza