"La forma más segura de corromper al joven es enseñarle a
apreciar más a los que piensan como él que a los que piensan de manera
diferente" (Nietzsche)
Quizá la historia explique nuestras malas formas de hacer
política, que están marcadas por el sectarismo. Sin él, difícilmente podrían
entenderse los desgraciados episodios históricos y las dificultades que
demostramos ante la regla básica de la democracia que es respetar la opinión
del contrario.
Sectarismo patrio es lo que vemos a diario en tantos medios de
comunicación a la hora de dar y valorar las noticias en función de si son
amigos o no. Lo apreciamos en artículos de opinión, llenos de ofensas
indisimuladas o en las tertulias garbanceras y pseudopolíticas, cargadas de
sarcasmos e insultos. Si alguien cree que los adjetivos empleados en estas
líneas son exagerados, solo debe leer, escuchar y analizar las informaciones y
opiniones que cualquier día son arrojadas en la arena de esta gran plaza de
toros que es España.
Ese sectarismo facilita la ausencia de autocrítica en la función
pública y permite explicar el fracaso siempre desde razones ajenas, endosando
la responsabilidad al otro con el “tú más”, lo cual nos impide apreciar y
valorar con valentía y sin reservas el éxito de nuestros competidores, siempre
sospechosos de todo lo peor y merecedores de las descalificaciones más
contundentes.
Nuestra particular cultura política hace que el acuerdo sea una
excepción que genera decepciones y rupturas en las organizaciones. En cambio,
el enfrentamiento, la confrontación y el enemigo externo se convierten en ese
tan preciado bálsamo para la cohesión interna y facilita aparentar firmeza,
cuando a veces no es más que disimulo y miedo a compartir riesgos y también
soluciones.
Ese conmigo o contra mí imposibilita ver y atender la compleja
realidad que está llena de matices y grises que van más allá del radical blanco
y negro. Así es difícil imaginar una solución a los problemas que exige
solidaridad, diálogo y suma de esfuerzos, algo imposible de ver con esos
anteojos que dañan la convivencia, paralizan la inteligencia política e impiden
la modestia necesaria para afrontar los muchos retos que debemos resolver: la
crisis económica, el desempleo, el paro juvenil, la enseñanza, la mejora de la
productividad o la desconfianza hacia la política y las instituciones.
Unas formas políticas que describió bien Daniel Innerarity con
su habitual brillantez en el articulo La posibilidad de entenderse (El País 22
de febrero de 2006) donde dice: "La incapacidad de ponerse de acuerdo
tiene no pocos efectos retardatarios, como los bloqueos y los vetos, pero sobre
todo constituye una manera de hacer política muy elemental, a la que podría
aplicarse aquella caracterización que hacía Foucault del poder como “pobre en
recursos, parco en sus métodos, monótono en las tácticas que utiliza, incapaz
de invención".
Se trata de una forma de hacer política que describe bien la actuación
del Gobierno de España en el conflicto catalán, que por estar inflado de
pasiones y emociones, es un campo ideal para el sectarismo de muchos españoles
con todo aquello que tenga que ver con Cataluña.
Cuidado, pues con el sectarismo ha demostrado ser capaz, no solo
de anular la inteligencia, sino incluso la pura percepción de los datos más
elementales. Ésta debería ser la primera preocupación del Gobierno de España,
quien debería hacer oídos sordos a quienes apelan a órdagos y nos amenazan con
las siete plagas si se reforma nuestra Constitución, aunque fuera para hacerla
más adaptable a las exigencias de una realidad social y política que ha
cambiado y para garantizar la convivencia.
La preocupación para evitar que se extienda y se pueda enquistar
el sectarismo en generaciones de la sociedad catalana y hacia el resto de
España debería ser también la prioridad del señor Mas y del conjunto de fuerzas
políticas y sociales catalanas que lideran el movimiento independentista.
Porque sabemos --negarlo sería una irresponsabilidad-- que hoy
estamos viviendo en el mejor campo para que florezca el virus del sectarismo y
que estamos demasiado cerca de prácticas que siempre han sido el abono que
mejor lo potencian: la simplificación de argumentos, el cliché de buenos y
malos, la exhibición de superioridades morales, el desmesurado apasionamiento
con "la causa" de algunos medios de comunicación y en particular los
públicos. Y lo más determinante, la melancolía que provoca la frustración por
tacticismos y alternativas políticas sin salida.
En todo caso, solo decir: ¡cuidado!, que no nos pierda una vez
más el sectarismo. Porque ya sabemos que al final la cabra siempre tira al
monte.