Mafalda: "qué mal está el
mundo, suerte que está tan lejos".
A primeros de agosto, la Unión Europea y sus 28 Estados Miembro fueron
incapaces de repartir los más de 40.000 demandantes de asilo que se encontraban
en situación de emergencia en Italia y Grecia, hacinados y saturados, sin poder
cubrir sus necesidades básicas,personas que
se han jugado la vida en el Mediterráneo, como los cerca de 3.000 que la han
perdido en la travesía del Mar de las culturas.
Entre tanto, en Bruselas, como en un bazar,
los ministros de Interior de la UE de cada país, y España no ha sido
precisamente una excepción, más bien lo contrario, han regateado el compromiso
de sus países para resolver el drama de un número de personas que no
llega a representar el 0,007%.
Pero ha sido precisamente Alemania (y su canciller Angela
Merkel) el país, que gracias a la actitud de la mayoría de los ciudadanos y
ciudadanas, nos está dando un ejemplo al resto de los europeos por nuestra
vergonzosa pasividad frente a este drama de los refugiados que llegan a Europa.
Deberíamos sentir envidia de ese ¡Alemania, Alemania!
de la boca de los hombres, mujeres y niños refugiados, que se oye en las
estaciones de tren de Budapest y de otras ciudades europeas, como un grito de
esperanza, de la valentía de la canciller al visitar un conflictivo centro de
refugiados, que mirando a los ojos de manifestantes que la acusan de
traidora, afirma: "No puede haber tolerancia con quienes cuestionen la
dignidad de otra gente…No hay tolerancia hacia quienes no están dispuestos a
ayudar, cuando, por razones legales y humanitarias, la ayuda es debida”.
Envidia de ver que la mayoría de la ciudadanía alemana
apoya la política de solidaridad con los refugiados, como refleja una reciente
encuesta de ZDF donde el 86% de los encuestados dice concebir a Alemania como
“un país de inmigrantes” y un 60% afirma que su
país podría ser capaz de acoger a los refugiados.
Envidia del papel activo que están teniendo la mayoría de
los medios de comunicación alemanes en favor de la solidaridad con los
refugiados, de ver en las pantallas de nuestros televisiones a miles de
alemanes en Dresde manifestándose para dar la bienvenida a los refugiados y
desafiar a los neonazis que con su violencia intimidadora tratan de
espantarlos, de esos balcones de tantas viviendas alemanas con pancartas de
“bienvenidos los refugiados”, de las pancartas de apoyo y ánimo a los
refugiados que se han visto en los estadios de fútbol este fin de semana, de los aficionados del Borussia de Dortmund
que invitaron en su último
partido a 220 refugiados a su estadio para
expresar la bienvenida a la ciudad.
Envidia al ver el video de la selección alemana de fútbol donde afirman "Por supuesto que el tema nos concierne.
Es importante para nosotros dar ejemplo. Debemos ponernos al frente como
futbolistas, como selección alemana", "Somos personajes públicos,
tenemos el deber de hacer algo... Como uno de los países más ricos del mundo
estamos en la posición de ayudar". O
la convulsión en las redes sociales de ese país, como el
hashtag/refugeeswelcome, agitando y movilizando la solidaridad o ‘Flüchtlinge
Willkommen’ ("Bienvenidos refugiados"), la red para poner
en contacto a ciudadanos alemanes con habitaciones libres y personas refugiadas
en busca de asilo. Envidia de la iniciativa que han impulsado algunos bares y
cervecerías con etiquetas y posavasos con el lema "no hay cerveza
para los racistas".
Cuántos minutos de silencio más tendremos que seguir
haciendo en memoria de los muertos encontrados en un camión de la autopista o
por los centenares de cadáveres flotando en las aguas del Mediterráneo. Cuántas
portadas más como las del cadáver de ese diminuto niño en brazos de un policía
en una playa de Turquía, para decir basta a la "globalización de la
indiferencia". Cuanto tardaremos en movilizarnos, porque el mundo no está
lejos como dice Mafalda, sino que está aquí, cada día y cada noche con nosotros,
para exigir y aportar soluciones. Por esto sí valdría la pena, gritar: ‘España,
España, Catalunya, Catalunya’.