George Orwell, “el fútbol ... es la guerra sin disparos”.
En una cafetería de Madrid, donde solía desayunar habitualmente de lunes a viernes durante los años que he ejercido la responsabilidad de Secretario General de la Federación Estatal de Químicas y Textil de CCOO, esta mañana entré a tomar mi cortado. El camarero, con el que me une una cordial relación, conversaba con dos parroquianos en la barra. Al verme, conociendo que soy catalán y seguidor del Barça, con un gesto de hospitalidad elevó la voz para que me incorporara a su amigable conversación.
Sí, afirma rotundo, y asienten a la una los dos caballeros, ‘se lo tiene merecido, porque él tampoco respeta el himno de España y pitan al Rey. ¿No dicen que es libertad de expresión? Pues eso’. Y me preguntan, ‘¿o no es así?’. Me hago el sueco y pregunto ‘¿de quién habláis?’ ‘De Piqué hombre, del independentista, que si no quiere ser español que no juegue en la Selección ’.
Yo pregunto ‘¿pero ha dicho él que no quiere ser español?’ Y la respuesta es contundente, ‘Sí, siempre que conquista un título se envuelve en la bandera catalana’. Y vuelvo a preguntar con sorna (creo que también con cara de gilipollas, como sin darme cuenta de la carga de esa respuesta).:‘¿Y Pedrito, con la bandera de Canarias o Villa con la Asturiana ? Hasta hace poco eran incluso del mismo equipo que Piqué y las pasearon juntos en los estadios’. La respuesta, y ahí está la carcoma a la convivencia, fue clara: ‘No, no es lo mismo, donde vas a parar’. Y ahí nos quedamos: ni ellos quisieron acabar la frase ni yo quería oírla.
Efectivamente, no es lo mismo, y ahí está el fondo del problema: el que día a día, unas veces con cosas serias y otros, la mayoría, con tonterías y provocaciones, se va cargando la caldera. No es lo mismo que Piqué se envuelva con la bandera catalana, no una “senyera estelada”, ni que nadie le haya oído decir que no sienta los colores de la selección española. Ni por supuesto tampoco se le ha oído silbar al himno de España. Da igual, el clima lo propicia e incluso en parte lo necesita y así a las redes sociales les permiten soplar las brasas para que suba el fuego.
Es indudable que si el objetivo de aquellos que organizaron la masiva pitada del himno de España en el Camp Nou era cavar un metro más de zanja de separación, francamente lo consiguieron ya que ofendieron a muchas personas amigas de otras comunidades, de igual forma que ofendería a otras muchas personas que se silbara el Segadors por innecesario. Igual que a esos aficionados que el sábado 5 de septiembre, con parecido tesón en el estadio de Carlos Tartiere en Oviedo, pitaron a Piqué, un profesional que estaba representando a España, no por sus fallos y errores en el campo, sino por lo que ellos sabrán, también han conseguido cavar otro metro más en esa zanja.
Porque el verdadero problema, no está en lo que puedan decir los diferentes dirigentes políticos, ya que hoy pueden decir digo y mañana Diego, puesto que siempre estará el margen de negociación, que es parte de su profesión. Lo más preocupante es que nos está saliendo a la luz, ya sin complejos, lo "mejor" de nuestra forma cainita de resolver y debatir nuestras diferencias y gestionar los conflicto, ahí está nuestra historia política y social para recordárnoslo.
Sé que está lejos, que no tiene nada que ver, sé que solo mencionarlo se puede considerar una exageración y un grave error, incluso alguien puede considerarlo un insulto, comparar la realidad que vivimos con la vieja Yugoslavia. Lo sé, pero me viene a la memoria, será por el balón de cuero, la historia de aquel partido de fútbol del 13 de mayo de 1990 celebrado en el estadio de Maksimir de Zagreb, días después de que ganaran las primeras elecciones multipartidistas celebradas en la república yugoslava los partidarios de la independencia de Croacia. Los seguidores de los dos equipos Los Delije de la Estrella Roja de Belgrado y los Bad Blue Boys del Dínamo de Zagreb llenaron las gradas del estadio y los seguidores del Dínamo entonando cánticos nacionalistas fueron respondidos con insultos por los aficionados del Estrella Roja.
Los enfrentamientos se trasladaron al terreno de juego y "se desató el infierno”. Al final, casi no se podía ver el césped ya que todo estaba cubierto de ladrillos y escombros de las gradas. Zvonimir Boban, futbolista del Dínamo, que sólo tenía 21 años, vio que un agente de la policía apaleaba a un hincha local, le dió una patada al policía lo que permitió escapar al seguidor croata. La muchedumbre empezó a corear “Boban, Boban” y esa patada le convirtió en un héroe nacional y un símbolo croata.
Lo que sucedió un año después de ese partido, en la primavera de 1991, está en la memoria de muchos de nosotros, y quién no lo conozcas o no lo recuerde, puede buscar en los libros de historia. Y para acabar, lean por favor el artículo: Trampas y 27S, de Jordi Évoleen el Periódico de Catalunya del 7 de septiembre, no exagera de verdad.