Joaquim González Muntadas
Inútiles, más que inútiles,
es la expresión que más he escuchado de personas amigas, de izquierdas y
progresistas, que hemos seguido con preocupación el día a día de las negociaciones
para la investidura de Pedro Sánchez. Inútiles porque han sido incapaces de
cerrar un acuerdo que se consideraba conveniente y, sobre todo, se preveía
posible atendiendo a los resultados salidos de las urnas.
Hoy no se trata de
buscar culpables, aunque no hay duda que han existido errores y que ninguno de
los dos partidos puede escapar de sus responsabilidades. El PSOE por su
desconcertante estrategia de cambios en sus propuestas sin apenas argumentación.
La insinuación del fantasma de unas nuevas elecciones y la insistencia muy poco
creíble opción de la abstención de PP y
Cs. Han acabado transmitiendo una imagen de improvisación, poca credibilidad y
nula eficacia de presión a UP, si este era uno de sus objetivos.
Tampoco está exento
UP de responsabilidad, que ha errado de plano en su estrategia de negociación.
No por haber introducido cambios desconcertantes en su objetivo, ya que UP
siempre ha dejado claro y meridiano su objetivo desde la noche del 28 de mayo
que era conseguir un gobierno de coalición, que en parte, y no hay que olvidarlo,
había conseguido en la recta final de la negociación,. Su error habrá que
buscarlo en la explicación de el “¿por qué?” de su presencia en un gobierno de
coalición. “Somos la garantía, ya que sin nosotros el PSOE no es de fiar”, ha
sido su reiterado argumento central que condena a una lógica de negociación de
suma cero. Repitieron el mismo argumentario que en la reciente negociación de
los Presupuestos Generales del Estado en el que explicaron cada avance y medida
positiva (SMI, pensiones, vivienda, etc) con un “hemos arrancado al gobierno
del PSOE… “. Una lógica explicable en una negociación presupuestaria en puertas
de una campaña electoral. Pero muy poco útil para construir las bases de la
negociación de un gobierno de coalición que se debería sustentar en la confianza y el
compromiso común.
El otro error ha sido
el convencimiento de cada uno de creer adivinar las debilidades de la otra
parte. Y en este caso es fácil deducir que no han acertado ninguno de los dos.
Ni Pedro Sánchez, acertó
al creer que conocía la psicología de
Iglesias al no considerar el inmenso peso que tiene en toda negociación la
reacción emocional que resulta del “juego del ultimátum”, en el que un
negociador es capaz de sacrificar unas ganancias significativas, como creo que
ha sucedido este el caso, con tal de castigar a la otra parte al tener, como
dijo el líder de Podemos, la sensación de humillación.
Ni tampoco acertó Pablo Iglesias, al
equivocarse en su convencimiento de que, al final de los finales, en Pedro Sánchez
acabaría primando su interés de mantearse en la Moncloa a cualquier precio. Lo
que le hizo creer que esta era su baza principal y definitiva, que le haría
alcanzar sus máximas pretensiones. Se equivocó al no haber sabido medir dónde
estaba “el límite elástico”, ese punto máximo de tensión que puede soportar un
material sin sufrir deformaciones permanentes que le hará que ya no vuelva
recuperar su forma original.
Ahora, tras el
fracaso y los errores se abre una nueva
oportunidad. Conscientes, como sabemos bien, por experiencia, aquellas personas
que su oficio es el sindicalismo que cuando se rompe una negociación casi nunca
se reinicia con un ”como decíamos ayer”,
ni en el punto y la hora del día de la ruptura. Pero los votantes del PSOE
y Unidas Podemos tenemos el derecho de pedir que los protagonistas aprendan de los errores cometidos. Tenemos el
derecho que en este nuevo ciclo que se abre, en lugar de repetir reproches y
los mismos argumentos de antes de la votación de la fallida de la Investidura
y pongan en común una reflexión adulta y profesional de las
causas que explican su fracaso. Y sobre todo, tenemos el derecho que se pongan
a trabajar en lo imprescindible, en lo que interesa a la inmensa mayoría de sus
votantes, más allá de los nombres de los y las ministras y las formas de
gobierno. Que pongan a tratar en el “¿para qué?”, o sea en un programa de
gobierno común, realista, valiente en el que su eje sea la justicia social, la
solidaridad, la lucha contra la desigualdad y la defensa del bien común.
Lo contrario, deben
saber que no se les perdonará.