En la caliente batalla del sí o no en
torno al fracking, que se está librando en nuestro país, algo nos debería
enseñar la noticia de la declaración conjunta adoptada por la patronal y la
mayoría de los sindicatos franceses presentada en la
Conferencia Social los
pasados 20 y 21 de junio y titulado "Reinventando el crecimiento",
donde reclaman al Gobierno y llaman a la sociedad a revisar la posición de
prohibición en Francia del gas de esquisto, afirmando que "el pensamiento
actual sobre política energética no puede excluir el gas de esquisto", y
apostando por un esfuerzo en la investigación sobre la explotación de este gas
del que Francia tiene considerables reservas.
Esta posición común de los sindicatos y
patronal franceses en las negociaciones del Diálogo Social para la mejora
competitiva de un país como Francia, con un alto nivel de soberanía energética
por la energía nuclear, nos recuerda y reafirma que cuando hablamos de nuestra
necesidad de mejorar la competitividad, como condición para la salida de la
crisis y la creación empleo, es determinante situar la industria en el eje de
la economía, y que este objetivo es muy difícil de conseguir si no conseguimos
mejorar nuestro déficit energético (un lastre constante de nuestra economía) y
más aún cuando el sector energético está viviendo una convulsa revolución
mundial.
Me refiero a la revolución energética
provocada por las nuevas y enormes reservas de hidrocarburos no convencionales,
cuya posibilidad de explotación de forma competitiva se debe a las tecnologías
del fracking. Se trata de una revolución o una convulsión que modificará el
mapa energético mundial y las ventajas comparativas de algunos países frente a
otros. Así se está poniendo de manifiesto en la industria de EE.UU. al empezar
a contar ahora con unos precios de gas significativamente más baratos que el
resto de sus competidores mundiales. La pregunta que en Europa aún no se ha
respondido es: ¿cómo gestionar esta revolución del gas de esquisto o gas no
convencional, aún sin legislación regulatoria ni política común?, ¿cómo
afrontará Europa la extrema diferencia en su contra del coste de la energía
cuando ésta representa casi el 30% de los costes totales de su industria? El
tiempo nos lo dirá, pero sabemos que no es la rapidez una de las virtudes de
nuestra UE.
Y en España, ¿cómo estamos afrontando
este radical cambio energético? ¿perderemos como casi siempre el tren, o
seremos capaces de aprovechar los estímulos a la innovación que representa esta
nueva industria? ¿podremos ser tan "originales" de ser un país,
posiblemente de los únicos del mundo, que tiene carbón y no lo explota y puede
tener hidrocarburos pero rechaza incluso la posibilidad de investigar y
explorar para conocer sus reservas?
Lo más preocupante es la falta de
posición y de referencias creíbles y rigurosas por parte de las fuerzas
políticas, que han ido adaptando su opinión y posición a los inmediatos
intereses electorales, lo que les ha llevado a defender posiciones distintas y
contrapuestas en función del territorio y de la responsabilidad
(gobierno/oposición) que gestionasen en cada momento. Indefinición y falta de
debate de las fuerzas políticas que gobiernan, que hasta hoy han tenido que
reglamentar y conceder la autorización para la exploración del gas de esquisto,
generando desconcierto en gran parte de la ciudadanía. Un desconcierto que
facilita que prácticamente haya acabado siendo percibido como un litigio entre
dos polos opuestos e irreconciliables. Por una parte, aquellos colectivos y
organizaciones sociales que respondiendo a sus legítimas opiniones, se oponen
frontalmente. Por otra, las empresas energéticas directamente interesadas en la
explotación de nuestras reservas de gas no convencional. Y en medio de esta
confrontación, el silencio, cuando no la indiferencia y la desinformación de la
mayoría de la ciudadanía, sin conciencia clara de las consecuencias
determinantes de una u otra opción para el futuro económico, energético e
industrial de España.
Por esto sería muy útil y necesario que
nuestras organizaciones empresariales y sindicales también se impliquen,
estudien y reflexionen con rigor las ventajas y los inconvenientes de la
explotación de nuestras reservas de gas no convencional e incorporen en el
Diálogo Social necesario para la mejora de la competitividad de nuestra
economía.
Hablamos de realizar debates francos y
rigurosos, conscientes que estamos ante una batalla plagada de intereses, ya
que existe la posibilidad de modificar el actual mapa energético mundial,
cambiando el estatus de los actuales suministradores de hidrocarburos, sean
éstos árabes o rusos.
Por esto podemos decir que en esta
guerra dialéctica, preñada de intereses, a favor o en contra del fracking
adquiere sentido aquella frase de Jorge Semprún:"pueden haber guerras justas pero no hay ejércitos
inocentes".