Ya están aquí, llenando páginas y horas de conversación, esos artilugios capaces
de moverse con autonomía y de realizar tareas que, hasta ahora, sólo podíamos
hacer las personas, esos
protagonistas que solo existían en la imaginación de los novelistas de ciencia
ficción. Ya están aquí los robots acompañados de computadoras con inteligencia
artificial, en nuestros hogares, centros de estudio, carreteras y lugares de
trabajo: robots diseñados para analizar su entorno y adaptarse a él, gracias a
su capacidad de aprender nuevos comportamientos, capaces de imitar nuestra
forma de razonar a partir de recopilar pruebas, estudiar datos, construir
hipótesis, buscar evidencias y encontrar respuestas.
Robots y aplicaciones que ya están presentes en despachos de
abogados analizando, comparando, deduciendo leyes y sentencias, redactando
demandas; en laboratorios de investigación y en centros clínicos ayudando
a los médicos en el diagnóstico y tratamiento a los pacientes; en refinerías,
en las plantas químicas, en las cadenas de montaje y en las entidades
financieras. Con sus brazos antropomórficos capaces de levantar 50 kg en cada
mano y a la vez tener una precisión de 0,02 mm o coger un huevo sin romperlo,
conviven y colaboran con los trabajadores en sus puestos de trabajo, permiten
liberarles de las actividades más penosas, repetitivas o peligrosa, y también
logran en algunas operaciones una precisión jamás alcanzada por las personas.
En algunas empresas bautizan a los robots con nombre de personas,
y corren a batallón por las naves de los almacenes de logística recogiendo los
productos antes de ser enviados a los clientes para llevarlos a las mesas de
empaquetado. Algunos tienen aspecto de pequeños personajes con ruedas y
una pantalla en el pecho, y son capaces de acompañar a los humanos y
percibir emociones de su interlocutor, como si está contento, triste o
enfadado.
Hace pocas semanas algunos de estos robots entraban por la puerta
de la empresa Faxconn en China para remplazar a 60.000 trabajadores en la fabricación de los
iPhones. Robots esquiroles, que son presentados por el exconsejero de McDonald,
Ed Rensi, como la mejor respuesta a la lucha sindical en su demanda en EEUU de
extender un salario mínimo de 15$ en las cadenas de comida rápida, afirmando
que: “es más barato comprar un brazo robótico que contratar a un empleado
que cobre 15$ a la hora embolsando patatas fritas”.
Un mundo que ofrece grandes e indiscutibles posibilidades de
progreso y generación de riqueza, pero acompañadas de serios riesgos y
amenazas, que van más allá del debate filosófico y ético sobre el papel del
avance tecnológico en nuestra sociedad, presente desde la primera máquina de vapor.
Las respuestas no pueden venir sólo de la ciencia, la economía y la empresa,
sino que, mientras aprovechamos las oportunidades que nos ofrece la Industria
4.0, se debe responder a la pregunta de cómo vamos a impedir el riesgo de que
los trabajadores y trabajadoras sean relegados al último lugar y se conviertan
en los paganos de esta nueva revolución industrial, con más desempleo y
más desigualdad social.
Junto con el impulso a la modernización de la economía y la
digitalización, las empresas y los gobiernos están obligados a incorporar la
máxima atención y preocupación a los posibles riegos de polarización de la
sociedad. Es imprescindible evitar que se conviertan en realidad los tristes y
negros pronósticos que nos anuncian la masiva pérdida de empleo como
consecuencia del cambio tecnológico, y con ello una sociedad más desigual,
donde unos pocos disfrutarán de más libertad y empleos de alta calidad,
y la gran mayoría de la esclavitud del desempleo o los mini empleos.
Para esto, es una excelente noticia que estas últimas
semanas la Confederación Europea de Sindicatos (CES) haya anunciado su
compromiso prioritario de intervenir con sus propuestas y discusión y la
formación de sus cuadros sindicales, en todo aquello que representa la
Industria 4.0, la digitalización de la economía y la robotización, para
garantizar que las personas estén presentes en el debate público e institucional y en la negociacion
colectiva. Y, por qué no,
también, utilizando las nuevas posibilidades que las tecnologías ofrecen a los
sindicatos para forjarse un nuevo papel en las empresas y en la sociedad.