26 de Junio, el pueblo ha hablado. El resultado está ahí, provocando el enfado y la frustración entre quienes esperábamos otro reparto de escaños en el Congreso de los Diputados, un Congreso que en estos momentos de especial complejidad deberá afrontar un futuro lleno de riesgos y también de oportunidades, que habían quedado disimulados tras los discursos épicos y las tácticas de folletín durante la larguísima campaña electoral.
No son buenos resultados para quienes entendemos que tras las elecciones del 20D se perdió la oportunidad de construir una nueva forma de hacer política y de relación entre los políticos en nuestro país. Nuestro dilema principal no estaba entre quién era el principal o hegemónico partido de la izquierda política, quién el verdadero socialdemócrata o quién hacía la campaña electoral más rompedora, divertida, emocional, sonriente o triste. Nuestro dilema ni siquiera estaba centrado en quién sería presidente y vicepresidente.
No, para muchos ciudadanos este no era el dilema. Entendíamos que las nuevas elecciones iban a representar más que una “segunda gran oportunidad” en realidad sería “la perdida de la gran ocasión” para afrontar un cambio moderado, sí, moderado y gradual, pero imprescindible para regenerar nuestras instituciones. Una oportunidad perdida para acometer las reformas que están en el cajón hace décadas y reparar los destrozos sufridos en el tejido social por la crisis y las políticas insensibles hacia los colectivos más vulnerables y castigados. La oportunidad de acometer esos retos pendientes: la educación, el desempleo , el paro juvenil, la industrialización y mejora de nuestro sistema productivo, la fortaleza del sistema de pensiones, acabar con el embrutecido mercado de trabajo, reforzar el papel de los agentes sociales, su autonomía y la negociación colectiva, etc. etc.
Para quienes pensamos en la necesidad del cambio, insisto, moderado y gradual, la pregunta es: ¿podemos estar satisfechos tras el 26J? Creo que no, más bien todo lo contrario. Algunos, como ciertos conocidos politólogos y comentaristas políticos lo expresarán sentenciando que tenemos unos ciudadanos miedosos, atemorizados y analfabetos. Otros, en lugar de reflexionar sobre las estrategias equivocadas y asumir con valentía los errores cometido por los responsables políticos, colgando en las redes su enfado y decepción con expresiones como “los españoles somos patéticos”, “habrá que admitir que somos un país de mierda”, “me avergüenzo de este país”, “en España se premia a los corruptos y ladrones”, “la gente tiene lo que se merece”….. Incluso, algunos de mis paisanos catalanes afirmando “estoy orgulloso de ser catalán porque aquí no se premia a los ladrones” etc. et.
Volveremos a leer análisis sobre las causas de estos resultados y volveremos a ver animados platós de TV con sus periodistas y politólogos, donde escucharemos sus sesudas conclusiones sobre por qué la ciudadanía ha votado como ha votado. Pero parece ser que la razón no debe estar muy lejos de resumirse en: “porque les ha dado la gana a los ciudadanos y ciudadanas”. Una decisión tan legitima y tan errónea para unos o tan acertada para otros como cuando decidieron con su voto libre y democrático meter al bipartidismo el 26 D en el cajón de la historia. Y por ello me siento igualmente decepcionado o igualmente orgulloso de mis conciudadanos y conciudadanas como en todas y cada una de las elecciones desde 1977, sean legislativas, municipales u autonomías.. ¿Por qué? porque el pueblo es libre y soberano, ahora y siempre
Vistas y oídas algunas reacciones de vergüenza hacia la ciudadanía ante los resultados del 26J, se podría convertir en realidad la parodia escrita por Bertolt Brecht en su poema ‘La Solución’, en la que un gobierno, decepcionado por el pueblo que le había tocado en suerte, deliberaba sobre la posibilidad de disolverlo y elegir uno de nuevo. Pero lo que se elige son los políticos y los gobiernos, no los pueblos. Por tanto la explicación de los resultados electorales se deberá buscar, no en las supuestas bondades o miserias de la ciudadanía. Sino en los posibles aciertos o errores de los distintos dirigentes políticos que para eso es su oficio, uno de los más bellos y nobles que puede hacer una persona cuando se ejerce con responsabilidad, inteligencia, valentía, generosidad y ética.