“Los más apasionantes avances revolucionarios del siglo XXI no ocurrirán
por la tecnología, sino por un concepto expansivo de aquello que implica ser
humano” ,
John Naisbitt
Sabemos que el cambio tecnológico basado en la digitalización y en la
Industria 4.0 (algoritmos, robots, inteligencia artificial, Internet de
las cosas, impresoras 3D, nuevos materiales etc.), no consiste sólo en unos cuantos robots, en operarios con tablets en la cadena de
producción, o compañeros y compañeras trabajando en teletrabajo desde casa,
sino que representa un profundo cambio en la visión misma de la empresa en
todos sus niveles. Supone un rediseño de su propia esencia, su organización de
la producción, su relación entre proveedores, productores y clientes, y por
supuesto una transformación muy profunda de las relaciones laborales y
sindicales. Hay incluso quienes afirman que estamos ante un nuevo salto en la
historia de la Humanidad.
Pero no sabemos, con tanta seguridad, las consecuencias que este profundo y
acelerado cambio tecnológico va a representar en el empleo, en las condiciones
de trabajo o en la distribución de la riqueza. Ni quién, entre los diversos
gurús y expertos que pronostican el futuro, tendrá razón. Si los tecno-optimistas, que describen una futura sociedad del ocio con más y mejor empleo
gracias a la tecnología, o los pesimistas que afirman, con igual
contundencia, que el resultado de esta transformación representará la masiva
destrucción de empleo, porque entienden que llegaremos al colapso tecnológico,
y por tanto se romperá el círculo virtuoso que ha existido hasta ahora entre
innovación tecnológica, reparto de la productividad y nuevos empleos.
Dos visiones que por su larga experiencia el movimiento sindical sabe que
pueden ser igual de perniciosas para los trabajadores. Ambas convergen en un
mismo mensaje: el determinismo que invita a la subordinación, a la pasividad de
los actores sociales y políticos y a la resignación ante los cambios. Una
visión que invita a quedarse sentado a contemplar cómo pasa el tiempo y a
esperar que la tecnología traiga por sí misma el progreso, el empleo y la
humanización del trabajo y la otra, también perdedora, que representaría para
el sindicalismo izar la bandera de la resistencia para conseguir lo imposible:
impedir el cambio tecnológico y renunciar a intervenir en la transformación en
marcha.
Por esto, consciente de la trascendencia de los cambios y de su papel, el
sindicalismo sabe que deberá trabajar duro para ganarse un papel relevante en
este proceso de transformación y transición digital en las empresas. Para ello
necesita mantener una posición activa, tener propuestas e iniciativas propias
sobre los nuevos empleos y condiciones de trabajo, en salario, seguridad,
formación permanente o participación de los trabajadores. El sindicalismo sabe
que no valdrán sólo las grandes declaraciones y eslóganes, y precisará formar a
sus equipos de sindicalistas, buscando nuevos conocimientos y construyendo nuevas alianzas con sectores profesionales, técnicos y centros de estudio
del mundo del trabajo. Y tendrá que reforzar al máximo la cooperación sindical
internacional para intercambiar conocimientos, experiencias y las mejores prácticas
entre los sindicatos de los diversos países y de las grandes empresas
transnacionales que ya están viviendo la transformación digital.
Tendrá que volver a definir y, en muchos casos, conquistar espacios de
participación en los centros de trabajo, como nos propone José Luis Lopez
Bulla, en su muy conocida reflexión publicada en abril de 2015 http://lopezbulla.blogspot.com.es/2014/09/la-parabola-del-sindicato.html, sobre los retos para el sindicalismo
en esta fase, como la necesidad de “interpretar adecuadamente los
procesos reales que se desarrollan en los ecocentros de trabajo, lo que va
surgiendo y lo que desaparece …… y los nuevos derechos propios de esta fase
tecnológica; y con qué amistades preferentes vamos a caminar en tan largo
recorrido que tiene que construir”
La Industria 4.0 puede ser una oportunidad para fortalecer el papel del
sindicalismo, si es capaz de aprovechar una de las características propias de
esta nueva fase, como la transparencia y la implantación del trabajo
colaborativo entre funciones y departamentos, o la cultura de mayor trabajo de
equipo entre trabajadores, técnicos e ingenieros, ante la desaparición de los departamentos
estancos o las estructuras cerradas de la vieja empresa.
Una oportunidad para corregir el actual déficit de representación del
sindicalismo entre los colectivos de trabajadores más cualificados y más
jóvenes, e intentar representar también sus intereses específicos junto al
resto de colectivos de la empresa. Una buena oportunidad para motivar su
implicación y sumar conocimientos imprescindibles para construir la
estrategia sindical ante la Industria 4.0, de un sindicato más fuerte y útil.
Digamos un Sindicato, también, 4.0, capaz de organizar y representar la
cada vez mayor diversidad del trabajo en la empresa donde se han incorporado
nuevas herramientas digitales en la gestión de las personas, cuyo derecho de
utilización debería ser exigido por los representantes sindicales en la negociación colectiva. Nuevas herramientas que han cambiado radicalmente
la concepción y la vieja dirección de recursos humanos, que han revolucionado
tanto las formas de control y comunicación interna de la empresas como entre
los propios trabajadores.
Sindicato 4.0 para esta era
de los grandes datos y la inteligencia artificial, donde esperemos que la
capacidad de iniciativa, fuerza y talento sindical impidan que esa nueva “fábrica inteligente” del futuro,
no acabe siendo la fábrica
“estúpida” e injusta para sus trabajadores y trabajadoras, donde el
trabajo haya perdido toda consideración y valor social. Ahí está el reto,
esperemos que la inteligencia sindical sepa responderle.