Quim González Muntadas
Los tiempos cambian
que es una barbaridad, y en las formas de hacer política podemos afirmar que
todavía más. Solo hay que ver cómo aquellas estrategias de acción política y de
proselitismo en la búsqueda de tus iguales para sumar fuerzas y para
organizarse en partidos políticos hoy forman parte de un pasado lejano para
amplios sectores de la sociedad.
Empieza a parecer poco común la figura del
militante organizado en un partido, comprometido con su esfuerzo y participando
en sus estructuras, compartiendo reglas
de convivencia y de discusión y cuya opinión es contrastada por otros para ser
potenciada o matizada según la dialéctica del debate.
Ahora se está
imponiendo el activista, como se autodefinen tantas personas en sus perfiles de
Twiter o Facebook, en la firma de artículos o en la presentación como oradores
en conferencias, entrevistas y tertulias. Activista, él o ella, solos con su
individualidad ante el mundo y defensores de una causa particular, específica y
parcial.
Activistas sin
aparente adscripción política, como expresión de que se ha desactivado la
defensa del colectivo. Con nuevas formas de desarrollar la acción y la
movilización social a través de las redes sociales y también, en no pocos
casos, desde el sofá de casa. Personas que afirman que se han superado los
partidos políticos porque entienden que son estructuras estrechas y que limitan
la libertad personal.
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Pero en cambio la
nueva realidad de las formas de acción que se han impuesto en los ámbitos del
activismo desde la Red, tiene muy poco de participación real. La acción del
activista, en muchas ocasiones constituye la máxima expresión de la
verticalidad, su única reflexión son las consignas en la Red, seguidas con un grado
de disciplina y uniformidad que para sí lo hubieran querido aquellos viejos y
tradicionales partidos leninistas del férreo centralismo democrático.
Un ejemplo claro de
las nuevas formas de acción desde la Red lo vemos como ejemplo en Catalunya con
la movilización en torno al “Tsunami Democràtic”, que, en muy pocas semanas,
consigue trescientos noventa mil inscritos en su cuenta de Telegram y es capaz
de lanzar una consigna de acción desde el anonimato que siguen miles de
personas con instrucciones claras del qué, cuándo, cómo y dónde
actuar. Es la quinta esencia de la disciplina ciega. No sé quién me manda,
pero le sigo dónde y cómo me diga. Algo que ni el militante del partido más
leninista de la historia, ni el soldado más abnegado de un ejército regular, ni
incluso los más fieles de la Iglesia Católica, harían para seguir instrucciones
sin conocer quién las emite.
Son formas imbatibles
para estos dirigentes del independentismo catalán que elaboran las estrategias
y publican las instrucciones desde el anonimato, así nadie les podrá pedir
responsabilidades por sus decisiones. Como también es cómodo para el activista
en la Red que, frente a los aburridos partidos políticos con sus reuniones,
argumentos, discusiones, asunción de responsabilidades, crítica, balances de
resultados, dimisiones, votos, cuotas, escuchar y encontrar el consenso, etc.
etc., puede cumplir con la causa con tan sólo unos retweets, un me gusta o un
compartir.
Es mucho más
divertido, como estamos viendo estos días en Catalunya, salir a la llamada a
una marcha, a una manifestación, a un corte de vías y carreteras, o a la
performance más ingeniosa por su colorido y estar viviendo una gincana
permanente, como si estuvieran de colonias de verano todo el año, retransmitida
en directo durante horas por TV3.
Y sobre todo también,
es más cómodo y divertido para los líderes de los partidos independentistas y
para gobierno de la Generalitat que en lugar de ejercer la aburrida actividad
parlamentaria y responsabilidad institucional, han transferido al activismo la
responsabilidad de la acción política y el futuro del país. Convirtiendo la
agitación social en un fin en sí mismo que sirve para tapar
el fracaso del “procés” y su nula
gestión de gobierno, aunque este acabe devorando a los partidos políticos. Una
institución imprescindible porque hasta ahora, después de siglos, aún no se ha
inventado nada que mejore la democracia representativa ejercida desde los
partidos políticos cuando estos son capaces de asumir su responsabilidad.