Quienes por su actividad profesional, como es mi caso, conozcan los variados materiales que las escuelas de negocios editan y publican sobre las nuevas filosofías en la gestión de los recursos humanos, comprobarán que, cuando se refieren a la "nueva empresa", a la "empresa abierta" e innovadora en la gestión de las personas, en su gran mayoría ignoran, o está prácticamente ausente, el papel del sindicalismo y la función de los representantes sindicales. Y de manera explícita o implícita, sostienen que en las empresas con nuevas formas y estilos de gestión participativa y abierta, los sindicatos son un agente extraño, por no decir distorsionador.
La renuncia de muchas empresas a facilitar las condiciones que promuevan la implicación de la representación sindical en las nuevas formas de gestión y cambio, es una de las razones de la desconfianza o rechazo que en muchas ocasiones expresan los representantes sindicales, dificultando el éxito de las iniciativas innovadoras o devaluando en gran medida su sentido al dejar fuera a determinados colectivos de trabajadores de la empresa y generar con ello dos mundos en las relaciones laborales. Uno, el representado por los sindicatos, impermeable al cambio y gestionado con las viejas formas y valores. Otro, donde prima la relación individual, la formación, la carrera profesional, la diversidad y la participación en la marcha de la empresa, donde la representación sindical tiene poco que ver y decir.
Dos mundos dentro de algunas empresas que el sindicalismo necesita unir si aspira a intervenir y participar más que hoy en la marcha de la empresa y desmentir esa interesada creencia de que su hábitat natural sólo está en la vieja empresa, representando exclusivamente el trabajo poco cualificado, demandante de escasa formación, y que el sindicalismo solo puede germinar frente a las viejas maneras de gestión y ante la organización del trabajo rígida y jerárquica.
El movimiento sindical debería ser el primer interesado en desmentir, con hechos e iniciativas, la creencia de que solo puede representar derechos colectivos a costa de no atender los individuales y profesionales, algo que de ser verdad le apartaría definitivamente de amplios y diversos colectivos de trabajadores y trabajadoras cualificados, preocupados por su carrera profesional, por su retribución variable, interesados en participar e intervenir en la marcha de la empresa. Unos colectivos a los que el sindicalismo no debería renunciar a representar y no debería permitir ser excluido de la gestión de las carreras profesionales, de la información y discusión de los criterios de la retribución por objetivos y resultados, ni estar al margen de los nuevos canales de comunicación abiertos en esas empresas que borran jerarquías y generan nuevos e informales liderazgos.
El sindicalismo no debería renunciar a ser parte activa y proactiva en aquellas iniciativas que impulsan la formación, ni en las acciones que promueven el emprendimiento interno en la empresa. Ni debería estar al margen de los criterios de Acción Social que realiza la empresa, ni del voluntariado corporativo de éstas cuando participan en él un porcentaje muy considerable de personas.
Y como parte implicada más relevante que es, urge dar un firme paso al frente para exigir su papel activo en aquellas empresas que declaran su compromiso de Gestión por Valores, y reclamar su protagonismo en las políticas de Responsabilidad Social, entre otras razones, porque será la mejor forma de convertir en realidad muchas de las buenas palabras y buenas intenciones.
Pasar a la ofensiva con propuestas de negociación y acción que respondan a los nuevos conocimientos, a los cambios tecnológicos y a las nuevas formas de trabajar y de relacionarse los trabajadores, con iniciativas que permitan atender y representar a las nuevas diversidades en los centros de trabajo y nuevas iniciativas que estimulen la participación de los trabajadores y trabajadoras en la vida sindical para participar en la marcha de la empresa.
Claro que sí, el sindicalismo no solo tiene cabida en la nueva empresa, sino que puede y debe ser, con su implicación y compromiso, una fuerza determinante para el éxito de los cambios en la empresa y la humanización del trabajo. Y para esto, el sindicalismo, con todo el descaro del mundo, tendría que pasar a la ofensiva con nuevas iniciativas que respondan a los cambios profundos que se están viviendo las empresas más dinámicas e innovadoras. Porque puede y debe.