Si
bien aún persisten estereotipos de supuestas diferencias entre hombres y
mujeres respecto a su relación con el trabajo, la carrera profesional y la
familia, es indiscutible que vivimos una
revolución de los roles de género y la estructura familiar, donde las
nuevas generaciones comparten la vida doméstica y familiar con mayor
solidaridad que la que existía en épocas anteriores entre hombres y mujeres.
Cambios
de roles y de prioridades que llevan a cuestionar, hoy más que ayer, si el
trabajo debe impedir la atención satisfactoria de los demás ámbitos de su vida.
Por esto, oímos a jóvenes trabajadores y trabajadoras preguntarse en voz alta
‘¿Por qué no
puedo llevar a mis hijos al colegio y luego ir a mi puesto de trabajo?’ o si ahora llevamos nuestra
oficina, los documentos y el archivo siempre en el bolsillo ‘¿Qué me obliga a
tener que seguir anclado a un lugar físico de trabajo que no me aporta
ventajas, cuando podría trabajar con igual eficiencia en cualquier lugar?’ o también ‘¿las nuevas tecnologías y la
irrupción de la digitalización no deberían servir igualmente para humanizar el
trabajo?’ etc....
Preguntas
que siguen sin tener respuesta en la mayoría de nuestras empresas y
organizaciones puesto que ponen en cuestión las viejas y arraigadas normas y
costumbres, aún presentes en la mayoría de los centros de trabajo, más propias
de cuando el varón iba a trabajar mientras la mujer se quedaba al cuidado del
hogar y los niños. Cambiar esta realidad se está demostrando no ser nada fácil,
ya que en la mayoría de nuestras empresas y organizaciones se sigue valorando
el presentismo y el salir del trabajo diez minutos más tarde que el jefe, más
que la iniciativa y los resultados del trabajo bien hecho.
Pero
no habrá modernización de las relaciones laborales, ni tampoco se debería
calificar a una empresa u organización como responsable socialmente con RSE, si
no atiende correctamente estas exigencias y las afronta con imaginación e
innovación, añadiendo además los esfuerzos y recursos para generar un cambio radical
en los usos y costumbres que garanticen la implantación de horarios más
racionales y que ayuden a los hombres y mujeres a llevar una vida más plena y
armoniosa.
Y
para ello es imprescindible que los agentes sociales, patronales y sindicatos
lleven a la práctica sus declaraciones y recomendaciones a la negociación colectiva, y con ella a los
convenios colectivos, para incorporar avances y nuevos derechos y evitando el
riesgo de identificar la conciliación con la
etiqueta o epígrafe “problemas que afectan a la mujeres”,
como ha venido sucediendo de forma inconsciente en tantas ocasiones. El
objetivo es acordar nuevos derechos en jornadas flexibles o medidas que impidan
la inercia de las prolongaciones
irracionales de la jornada y
faciliten una mayor flexibilidad mediante sistemas de trabajo a
distancia, el teletrabajo, la bolsa de horas individual, los permisos y
reducciones de jornada, etc.
Con
igual importancia para este cambio es imprescindible que las instituciones
públicas pasen de los carteles, trípticos y los bonitos e ingeniosos eslóganes
a los hechos. Esto quiere decir que el sistema
público asegure la atención temprana a los menores entre 0 y 3 años,
residencias y servicios de atención a las personas en situación de dependencia,
y financiar permisos laborales que permitan una maternidad y paternidad
satisfactoria y aprobar los cambios legislativos pendientes que promuevan la
racionalización de los horarios en las administraciones públicas, el trasporte,
las escuelas, el comercio y el ocio.
Avanzar
en la conciliación de la vida laboral y personal es un objetivo posible, ahí
están los experiencias de algunas empresas que han dado pasos importantes en
esta dirección que merecerían ser imitadas. Conciliar la vida laboral y
personal y horarios racionales no son sólo bellas palabras y buenas
intenciones. Es hablar también de mejora de la competitividad y del clima
laboral, de retener el talento de las
personas y, sobre todo, de legítimos derechos.