Es muy esclarecedor escuchar con atención el contenido y el tono
de los discursos que últimamente se vienen pronunciando desde el mundo
secesionista. Cada día son más dignos de un comandante que está dirigiendo una
expedición o batalla, y necesita advertir a los suyos, que se acerca la hora de
la verdad y que ya no hay marcha atrás. Algo así transmiten las palabras de Artur Mas, el pasado 22 de febrero en el Kursaal de Donostia, cuando
afirma: “para nosotros, llegar hasta el final es fundamental, porque la
alternativa de no seguir adelante, sabiendo que no encontraremos un
interlocutor dispuesto a escuchar, que es lo que quisiéramos, sería tirar la
toalla, y no hemos hecho lo que hemos hecho para, en el último momento, tirarla”.
Hay que reconocer al secesionismo su gran efectividad a la hora de
crear mensajes e imágenes. Vemos cómo se está construyendo un marco mental que
sitúa el conflicto en un nuevo eje, el de la “España no es
una democracia”. Desde ahí la contraposición de libertad y pueblo
soberano de unos, frente a tribunales amañados y leyes que nacieron de una
Constitución impuesta al pueblo de Catalunya de otros. Un nuevo marco que
insiste en identificar el Estado con el gobierno del Partido Popular y sus
políticas y, de paso, cultivar la creencia de que el ADN de España, y por
extensión el de la mayoría de los españoles, es la escasa calidad democrática
frente a la tradición de Catalunya y su gente, ésta sí democrática.
Así, poco a poco se presenta la anunciada batalla como la
confrontación heroica del débil contra el fuerte, la eterna lucha de David
contra Goliat, de la libertad contra la opresión, y a los líderes del
independentismo como los Nelson Mandela o las Rosa Parks del siglo XXI, héroes
que luchan por la libertad y los derechos básicos de las personas, dejando
atrás aquellas otras razones, tan repetidas, de las balanzas fiscales o aquel
“España nos roba”, ahora en segundo plano y solo para el consumo interno.
La duda está en saber si toda esta teatralidad e histrionismo, que
se viene agudizando en estas últimas semanas, no es más que la expresión y la
evidencia lee la necesidad de disimular el fracaso de aquella hoja de ruta, que
el Parlament de Catalunya votó con gran solemnidad aquel 9 de Noviembre de 2015,
en la que se garantizaba la desconexión de España en dieciocho meses, según la
cual en estos días la República Catalana debería estar rompiendo aguas. O si
dicha teatralidad y las reiteradas escenas, como ha definido José Luis
Lopez Bulla en su último artículo, de “bravucones de moqueta”, no es más que
parte de la soterrada batalla por la hegemonía dentro del mundo secesionista.
Incluido, si no es también una expresión más del incierto papel que jugará
Artur Mas en el futuro de la política catalana.
Esperemos que venza la inteligencia y dejemos las historias de
héroes de caballería para las novelas. Estamos en la era digital, la de la
conectividad y la Industria 4.0. Hay mucho esfuerzo que compartir y que sumar,
mucho trabajo por hacer que no estamos haciendo. No sea que al final aquel
elogioso refrán que decía que "los catalanes de las piedras hacían
panes". Ahora, poco a poco, de lo que de verdad acabemos siendo capaces de
hacer es: "convertir los panes en piedras".
Esperemos que se imponga el sentido común y la prudencia, que no
es precisamente la actitud que ha producido más traidores en la historia de la
humanidad. Esperemos que toda esta teatralidad en los llamamientos al choque
final, acabe, por el bien de todos, como aquella bonita historia italiana en la
que un oficial del
ejército de este país arenga, con voz potente y clara, a su batallón en pleno
desierto de Trípoli. Firme y teatral en el ademán, pluma negra al viento, el
oficial, dirigiéndose a su tropa a voz en grito, exclama: ¡Soldados, ha llegado
la hora suprema del sacrifico final! ¡Adelante, adelante!... La tropa escucha atenta y en
silencio el ardor guerrero de su comandante. Nadie pestañea. Nadie vitorea, ni
responde. Todos permanecen quietos ante la inmensidad del desierto libio. Silencio. Pasado un interminable minuto, un soldado exclama con voz clara
que retumba en el desierto: ¡Che
bella voce!