Isidor Boix Lluch
Quim González
Muntadas
Hemos recibido estos días un mail personalizado de Sharan Burrow, Secretaria General de la CSI (que cuenta con 200 millones de afiliados de 332 organizaciones en 163 países y territorios), adjuntando un documento por el que nos invita a participar en una iniciativa nueva, el “Día mundial de acción para adaptar nuestro trabajo al clima y al empleo”, convocado para el próximo 24 de junio.
En su misiva la Secretaria
General nos invita a una “conversación a escala mundial”:
«Únanse a nuestra iniciativa
participando, junto con su empleador, con pequeñas empresas que apoyen, y/o con
representantes de Gobiernos locales y nacionales, en la mayor conversación a escala mundial sobre nuestro
futuro. Su participación puede tener lugar en persona o
de forma virtual.»
Hace pocos días la propia CSI, frente a la
pandemia del Covid-19, llamaba también a una acción virtual en un documento titulado «Creemos economías resilientes con un nuevo
contrato social.» Para su
consecución nos proponía marcar 5 casillas de una larga lista de “elementos de un posible contrato social”,
y añadía “y compare su respuesta con las
del resto del mundo”. Terminaba este mensaje con una solemne afirmación:
“El contrato social se ha roto. Pero juntos podemos
crear economías resilientes y escribir uno
nuevo.”
Ante el método y el
eje de ambos documentos surge una preocupación, para emplear una expresión prudente. Porque el objetivo es
muy ambicioso, nada menos que un “nuevo contrato social”, pero descansa, prácticamente en exclusiva, en la
acción virtual. Esta
constituye sin duda un instrumento que el movimiento sindical debe utilizar en
toda su amplitud, pero no creemos que pueda convertirse en el medio y marco
esencial de una movilización, aunque parece ser esta una tendencia cada vez más extendida en el movimiento
sindical, con el riesgo de perder el sentido de la acción social colectiva, que no es solo
ni principalmente la suma de acciones individuales, como sí
podría ser la
base de muchas ONGs.
El sindicalismo impulsó
desde sus orígenes el concepto y la práctica de la acción colectiva con una referencia básica, el centro de trabajo. Con
la huelga, expresión clara de la confrontación de intereses colectivos en las
relaciones de trabajo, que solo puede ejercerse de forma colectiva. No es una
anécdota que el derecho de huelga aparezca en los
Convenios de la OIT, así como en las constituciones de los países más avanzados, como un derecho humano fundamental.
Es cierto que el concepto de “centro de trabajo”
está teniendo hoy un particular
desarrollo al que hay que prestar atención, y aplicarlo a las también nuevas
formas de acción colectiva. Pero acción colectiva en defensa de
intereses colectivos, que, insistimos, son la tutela, pero no la suma, de
derechos individuales.
Todo ello lo abordamos en unos
momentos de aguda crisis, acentuada sin duda por la pandemia del Covid-19, pero
no solo causada por ésta. La
emergencia del clima, el trabajo “indecente”, la crisis de los derechos de las personas, de género, la crisis
migratoria, …, a las que habría que sumar ya una apuntada
crisis de los heterogéneos modelos de consumo.
Todas estas crisis están estrechamente
interrelacionadas. Será difícil abordarlas, y menos aún avanzar en su superación, de forma separada, como si
fueran compartimentos estancos. Crisis en estos momentos, con problemas de empleo,
de consumo, monetarios y de equilibrios presupuestarios, en los países más desarrollados. Problemas que se agravan aún
más en los países emergentes para los millones
de trabajadores y trabajadoras de las cadenas de producción de las multinacionales y de sus
economías “informales”, expulsados muchos de sus
puestos de trabajo, con agudos problemas de seguridad y salud, empujados más
allá del umbral de pobreza; una
realidad ante la cual el sindicalismo global, particularmente el de los países y las empresas globales, no
puede reducir su acción a piadosos mensajes de solidaridad o de denuncias
de papel.
Son sin duda necesarias medidas
inmediatas para construir esta “nueva y
mejor normalidad” mundial que plantea Guy Ryder desde la dirección de la OIT. Un PACTO GLOBAL DE
RECONSTRUCCIÓN con iniciativas inmediatas y a medio plazo, un
pacto en el que la Confederación Sindical Internacional (CSI), junto con las
organizaciones de empleadores y las grandes empresas multinacionales, debería jugar un papel determinante.
Para ello es necesario un profundo proceso de movilización, y de reflexión en la movilización, en el mundo del trabajo.
En esta situación la clase trabajadora mundial,
puede, y debería, estar en condiciones de ser el colectivo esencial
para conducir la recuperación del planeta, para sentar las bases de un futuro “nuevo y mejor”. Estamos convencidos que de la
experiencia diaria de las 332 organizaciones sindicales que integran la CSI, de
los 200 millones de trabajadores afiliados, pueden derivar ideas e iniciativas
que vayan más allá, mucho más allá, de las encuestas individuales
que se nos propone.
Porque la emergencia de este
momento puede estimular las incontables energías que la historia del
sindicalismo mundial ha ido acumulando. Es una buena ocasión para que la Confederación Sindical Internacional lance
una potente campaña que movilice a los miles de sus estructuras a todos los
niveles, a los millones de trabajadores que organiza.
Contribuir a construir la “nueva y mejor normalidad”, plasmarla en un nuevo CONTRATO
SOCIAL GLOBAL, constituye sin duda una tarea esencial de la CSI, pero las
iniciativas a las que nos hemos referido al inicio de estas líneas nos parecen claramente
insuficientes. Es necesario, y estamos convencidos de que es posible, conseguir
un también
“nuevo y mejor” desarrollo de las energías históricas de la clase trabajadora.