domingo, 5 de marzo de 2017

Artur Mas, ¡che bella voce!

Es muy esclarecedor escuchar con atención el contenido y el tono de los discursos que últimamente se vienen pronunciando desde el mundo secesionista. Cada día son más dignos de un comandante que está dirigiendo una expedición o batalla, y necesita advertir a los suyos, que se acerca la hora de la verdad y que ya no hay marcha atrás. Algo así transmiten las palabras de Artur Mas, el pasado 22 de febrero en el Kursaal de Donostia, cuando afirma: “para nosotros, llegar hasta el final es fundamental, porque la alternativa de no seguir adelante, sabiendo que no encontraremos un interlocutor dispuesto a escuchar, que es lo que quisiéramos, sería tirar la toalla, y no hemos hecho lo que hemos hecho para, en el último momento, tirarla”.

Hay que reconocer al secesionismo su gran efectividad a la hora de crear mensajes e imágenes. Vemos cómo se está construyendo un marco mental que sitúa el conflicto en un  nuevo eje,  el de la  “España no es una democracia”. Desde ahí  la contraposición de libertad y pueblo soberano de unos, frente a tribunales amañados y leyes que nacieron de una Constitución impuesta al pueblo de Catalunya de otros. Un nuevo marco que insiste en identificar el Estado con el gobierno del Partido Popular y sus políticas y, de paso, cultivar la creencia de que el ADN de España, y por extensión el de la mayoría de los españoles, es la escasa calidad democrática frente a la tradición de Catalunya y su gente, ésta sí democrática.

Así, poco a poco se presenta la anunciada batalla como la confrontación heroica del débil contra el fuerte, la eterna lucha de David contra Goliat, de la libertad contra la opresión, y a los líderes del independentismo como los Nelson Mandela o las Rosa Parks del siglo XXI, héroes que luchan por la libertad y los derechos básicos de las personas, dejando atrás aquellas otras razones, tan repetidas, de las balanzas fiscales o aquel “España nos roba”, ahora en segundo plano y solo para el consumo interno.

La duda está en saber si toda esta teatralidad e histrionismo, que se viene agudizando en estas últimas semanas, no es más que la expresión y la evidencia lee la necesidad de disimular el fracaso de aquella hoja de ruta, que el Parlament de Catalunya votó con gran solemnidad aquel 9 de Noviembre de 2015, en la que se garantizaba la desconexión de España en dieciocho meses, según la cual en estos días la República Catalana debería estar rompiendo aguas. O si dicha teatralidad y las reiteradas escenas, como ha definido José Luis Lopez Bulla en su último artículo, de “bravucones de moqueta”, no es más que parte de la soterrada batalla por la hegemonía dentro del mundo secesionista. Incluido, si no es también una expresión más del incierto papel que jugará Artur Mas en el futuro de la política catalana.

Esperemos que venza la inteligencia y dejemos las historias de héroes de caballería para las novelas. Estamos en la era digital, la de la conectividad y la Industria 4.0. Hay mucho esfuerzo que compartir y que sumar, mucho trabajo por hacer que no estamos haciendo. No sea que al final aquel elogioso refrán que decía  que "los catalanes de las piedras hacían panes". Ahora, poco a poco, de lo que de verdad acabemos siendo capaces de hacer es: "convertir los panes en piedras".

Esperemos que se imponga el sentido común y la prudencia, que no es precisamente la actitud que ha producido más traidores en la historia de la humanidad. Esperemos que toda esta teatralidad en los llamamientos al choque final, acabe, por el bien de todos, como aquella bonita historia italiana en la que un oficial del ejército de este país arenga, con voz potente y clara, a su batallón en pleno desierto de Trípoli. Firme y teatral en el ademán, pluma negra al viento, el oficial, dirigiéndose a su tropa a voz en grito, exclama: ¡Soldados, ha llegado la hora suprema del sacrifico final! ¡Adelante, adelante!... La tropa escucha atenta y en silencio el ardor guerrero de su comandante. Nadie pestañea. Nadie vitorea, ni responde. Todos permanecen quietos ante la inmensidad del desierto libio. Silencio. Pasado un interminable minuto, un soldado exclama con voz clara que retumba en el desierto: ¡Che bella voce!