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Cuaderno de Quim González Muntadas, director de Ética de Organizaciones
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Cuando nuestro país vive una grave
crisis económica y social, provocada o agravada por una emergencia sanitaria
que tiene en vilo a todo el planeta y que está provocando miles de muertos, el
cierre de decenas de miles de empresas y la pérdida de empleo de millones de
personas, cuando frente a nuestras narices tenemos dantescas previsiones
económicas y sociales, como apuntan con crudeza todos los estudios sobre
el presente y futuro de nuestro país, vemos como la respuesta de algunos de
nuestros líderes políticos es, con ésta o similares expresiones, el grito
de “más madera a la máquina de la confrontación” y el de “otra vuelta más a la
tuerca del sectarismo”.
Sabemos que estas formas de hacer
política no son exclusivas de nuestro país. Un ejemplo claro lo hemos podido
ver en la madrugada del 30 de septiembre con los gritos, insultos,
deformación de la historia y con los ataques de Trump a su oponente político.
Se ha puesto también de manifiesto unas horas después, más cerca, en él
Congresos de Diputados, en la sesión de control de los miércoles, con el
contenido y las formas de las preguntas arrojadas por los portavoces de las
derechas a los miembros del Gobierno.
Constituye al parecer una estrategia
que responde a los nuevos tiempos que vivimos, en los que, como ha escrito el
filósofo Daniel Innerarity, “hablar de datos objetivos no le interesa a nadie y
lo que de verdad capta la atención es la historia, sea verdad, verdad
exagerada, o mentira”. Por ello, cuando los hechos son muy débiles, entra en
acción la fabulación, la interpretación a medida de esa realidad, para vender
una historia que interese. Y en tiempos de tanto desconcierto como los que
estamos viviendo, estas historias inverosímiles atrapan, dan tranquilidad,
porque nos explican la situación tal cómo la queremos oír.
Pero hoy, en España, en momentos como
los actuales, lo que precisamos de la política y de las instituciones que de
ellas emanan, es: rigor, ciencia, objetividad, generosidad, humildad, honradez,
lealtad diálogo y acuerdo. Lo precisamos, aunque fuera solo por la excepcional
y muy grave situación que vivimos, ya que, según cómo se resuelva marcará
varias generaciones futuras.
Seguir crispando irresponsablemente
la escena política, bloqueando toda posibilidad de acuerdo entre distintos para
aparentar firmeza. Lo que, la mayoría de las veces, no es más que disimulo y
miedo a compartir riesgos y también soluciones. Isabel Diaz Ayuso y su Gobierno,
Pablo Casado y algunos líderes del Partido Popular y del independentismo
catalán, son un claro ejemplo de esa confrontación permanente que imposibilita
atender la compleja realidad que vivimos, llena de matices y grises, que va más
allá del radical blanco y negro que nos quieren hacer creer.
Impedir el necesario debate y el
intercambio de ideas, constructivo y sosegado, que nos permita imaginar las
soluciones a tantos problemas, que sabemos, que exigen solidaridad, diálogo y
suma de esfuerzos, como es habitual en otros países de nuestro entorno, es más
que una irresponsabilidad, es un “crimen a la democracia” y una profunda
deslealtad a la noble función de la política y los políticos. Más cuando
estamos frente al reto de implementar los necesarios y profundos cambios y
reformas que demanda nuestro país, y tenemos la oportunidad de contar con
importantes recursos provenientes de la Unión Europea para intentar afrontar el
cumplimiento de la Agenda para el Desarrollo Sostenible, el Programa 2030.
Seguir embarrando el terreno, como
ese entrenador de fútbol que conoce la debilidad de su equipo y su único
objetivo es impedir el juego del equipo contrario, constituye una actitud que
daña la convivencia y pretende en la práctica servir intereses partidistas y electorales.
Impedir que podamos aprovechar la oportunidad histórica para afrontar los
muchos y difíciles retos que estamos llamados a resolver, como son la crisis
sanitaria y económica, el desempleo, el paro juvenil, la formación, la mejora
de la productividad, o la desconfianza hacia la política y nuestras
instituciones democráticas, que, de forma insistente, tantos están intentando
debilitar.
Pero
estos sectores, los del cuanto peor mejor, deberían saber que no lo
conseguirán, por mucho que embarren el campo de la convivencia, por mucho que
intenten robarnos la ilusión del futuro. La mayoría de la sociedad seguimos con
la esperanza intacta de que saldremos adelante a pesar de todo el barro que
puedan lanzar al terreno de juego. Y deben saber que: ¡este partido lo
vamos a ganar!
Quim
González Muntadas
Que el independentismo ya no es lo que era lo puede sentir y
percibir toda persona que viva en Catalunya. Así lo muestra la reciente
fotografía de la encuesta del Centre d’Estudis d’Opinió (CEO) en la que se
nos dice que los partidarios de la independencia han caído al 44,9% y los
contrarios han subido hasta alcanzar el 50,5%, el porcentaje máximo desde el
año 2017. Igual de relevantes son otros datos de la misma encuesta. El primero
es que en cuatro meses se ha desplazado la principal preocupación de la sociedad
catalana, que ayer era la relación Catalunya–España y hoy lo es solo para el
14,3%. El otro cambio, también muy significativo, es que el 75,3% de la
ciudadanía catalana cree hoy que la situación de Catalunya es peor que hace un
año. De estos, el 41% está convencido que aún empeorará más en el futuro. Y,
para rematar la fotografía gris de la realidad que vive Catalunya, el 53% de
los catalanes vemos la situación política de nuestra Comunidad peor que la de
España.
La
realidad que describe el último CEO tendrá muchos y variados motivos, pero
sin dudad uno de ellos ha sido la profunda decepción que ha representado para
muchos la nefasta gestión de estos dos años y medio del Gobierno de Quim Torra.
De manera muy particular la muy mala ante la pandemia, que ha acabado por
romper el espejismo, tan insistente y cuidadosamente trabajado por el
separatismo y sus medios de comunicación públicos y privados, de que los
catalanes somos mejores en la gestión política. Por no decir también mejores en
todo, una creencia común en los pensamientos nacionalistas, de cualquier color
o condición.
La creencia de que “somos
mejores” ha sido la que permitió en los últimos años de gobierno de Artur Mas
pasar de argumentar la independencia de Catalunya con un mensaje cargado de
razones pasadas, de identidades y derechos históricos, buscando la respuesta
a la pregunta del “POR QUÉ” a la independencia, a un mensaje nuevo centrado en
la pregunta, “poderosa”, como se define en el Coaching, del “PARA QUÉ”. ¿Para
qué la independencia?, y se nos decía que para ser semejantes a Dinamarca,
Austria o Finlandia, semejantes en innovación, en su Estado del Bienestar, en
la calidad de su educación, formación profesional, en la estructura industrial,
o incluso semejantes a Israel en I+D. Y a partir de ahí ya no
hubo conferencia, entrevista o discurso de Artur Mas que no estuvieran
llenos de este mensaje, nombrando a estos países.
En
aquellos años de crisis económica con un gobierno de España de derechas,
reaccionario en lo económico y social, inútil para afrontar con un mínimo de
empatía el conflicto catalán, era más fácil vender un proyecto de país
independiente en el que “se comerían helados todos los días” que hoy, con
un gobierno del PSOE y Unidas Podemos, con un programa de gobierno de políticas
progresistas y una demostrada voluntad de aplicarlo, que incluye una clara
voluntad de dialogo para afrontan el conflicto político catalán.
Se
ha roto el espejismo de que “somos mejores y solos lo haríamos mejor”. Y
una parte muy importante de la sociedad catalana ha visto que no hay pueblos
mejores, ni peores. Que lo que son mejores o peores son las políticas y con
ello las personas que administran lo público. Han visto en estos últimos meses
lo parecidos que pueden llegar a ser en muchas ocasiones Ayuso de Madrid y
Torra de Catalunya. Ha sentido la decepción que suele provocar la cruda
realidad cuando ésta hace caer las excusas y las justificaciones para
explicar las dificultades y los problemas provocados por un mal gobierno,
cuando éste tiene todas las competencias, por ejemplo en sanidad,
educación o residencias para gente mayor. Y ha comprobado la fuerte caída
de inversiones extranjeras en Catalunya o el fuerte descenso en el ranking de
competitividad de las 271 regiones al pasar, en pocos años, del puesto ciento
tres, al ciento sesenta regiones europeas. Y que mucho tiene que ver en estos
retrocesos con la crisis social iniciada por el procés y el deterioro
institucional permanente que padece Catalunya.
Por esto hoy, frente a la
fuerza transformadora que representa el actual gobierno de España PSOE-UP que
apuesta por modernizar económica y socialmente España, el discurso de los
líderes independentista ha tenido que retroceder y extremar su esfuerzo en
intentar presentar España como una pseudo dictadura, como un Estado fracasado,
un país retrasado y pobre, presentar una falsa España en la que sus
instituciones serían aún la herencia política de Franco. Y esperar que una
alta abstención en las próximas elecciones catalanas, por la
desmovilización de los votantes contrarios a la independencia, les puede
permitir seguir manteniendo su Procés, un procés hacia ninguna parte.
Quim
González Muntadas
Este mes de agosto he tenido la suerte de
convivir con mi sobrino de 15 años, recién cumplidos, que tiene más de 60.000
seguidores en su cuenta de Instagram. Una experiencia que me ha llevado a dedicar
algunas horas a bucear en los pocos estudios y trabajos sobre esta generación
de adolescentes nacidos al inicio de este siglo XXI y que forman la denominada
Generación Z.
Unos chicos y chicas que han hecho viejos a los millennials. Son la primera generación que realmente ha crecido dentro de la Red, en la que viven conectados. Son los verdaderos nativos digitales. Se han educado y socializado con internet plenamente desarrollado. No conciben un mundo sin Wi-Fi, YouTube, o Instagram, Tik Tok, y Snapchat, ni sin seguidores o ‘likes’. No han vivido lo que era conectarse a internet a través de un módem ligado a la línea telefónica, ni esperar para poder realizar descargas y conexiones, ni han sufrido el incordio de esas paradas en la reproducción on-line de un video cuando la velocidad de reproducción es mayor a la de bajada. Han crecido en la cultura de lo instantáneo, de lo inmediato, en el “lo quiero todo y lo quiero ahora”.
Es una generación que espera que todo funcione a la perfección. Que exigen el acceso a las cosas que necesitan, pero sin tener realmente el deseo de poseerlas tanto como las generaciones anteriores. Son quizás la expresión de una nueva realidad social que apunta, basada en el “acceso a” en lugar de la “propiedad de”. Una tendencia, que de ser cierta como apuntan los estudios sobre su comportamiento, representaría sin duda un cambio radical en las normas de consumo. Y por ello en el sistema económico futuro.
Los chicos y chicas de la Generación Z son autodidactas, aprenden vía tutoriales en Internet desde donde hacen todas sus tareas y labores online. Habituados a hacer múltiples tareas y procesar al mismo tiempo varías fuentes de información. Son la primera generación que rompe el concepto de formación formal y cerrada. Valoran las titulaciones, pero saben que en un mundo cambiante van a serles más útiles las habilidades, la autoformación y los perfiles profesionales al ad hoc. El acceso a la nube, desde la soledad de su habitación, les ha dado las herramientas necesarias para encontrar la manera de construir su propio mundo y encontrar de forma inmediata cualquier tipo de respuesta.
Si a los millennials se les ha identificado a menudo como la generación del ‘Yo, todo apunta que la Generación Z pueda ser más bien la de “Nosotros”. Son más pluralistas cuando, a los 15 años, han conseguido una impresionante red social digital, a menudo internacional, lo que hace que vivan en una realidad más global que cualquier otra generación anterior porque la tecnología les permite formar parte de una sociedad mucho más amplia que su entorno inmediato.
A esos ocho millones de chicos y chicas que forman la Generación Z en España los que percibimos irreverentes y algo soberbios. No dudan en llevar la contraria a sus padres, profesores o mayores, pero, ¿serán los que construirán un país y un mundo mejor?. Esperemos que sí, aunque la generación de la inmediatez deberá adaptarse a los tiempos de un sistema político en el que las decisiones nacen del diálogo, del análisis meditado, del consenso entendido como pacto y compromiso. Por esto será necesario, como explica Nuria Vilanova (autora con el director de Deusto Business School, Iñaki Ortega, del libro “Generación Z” en Plataforma Editorial), “Por un lado, que los sistemas políticos sean más flexibles y sepan adaptarse a una nueva cultura política emergente. Por otro lado, los Z tienen su propio reto, el de aprehender los valores implícitos que caracterizan a una democracia, para así aprender lo que significa ser ciudadanos en una democracia”
Que los jóvenes inquieten a los adultos no es nada nuevo, es algo que ha sucedido desde la antigüedad. Debe ser normal que nos cueste entender que se pasen el día mirando la pantalla de smartphone, viendo Instagram o TikTok, y no jugando en la calle. Pero en lugar de escandalizarnos por su forma diferente de comportarse, deberíamos hacer todo lo posible para convertir este relevo generacional en una oportunidad, mejorando el entorno educativo, laboral, empresarial y político que les facilite aprovechar y poner en práctica sus extraordinarias capacidades. Para que lideren esté Siglo y contribuyan a la construcción de un mundo mucho mejor.
Quim González Muntadas
“Lo primero es antes” propone don Venancio Sacristán, padre del afamado actor Pepe Sacristán. Con esta frase cierra, desde hace unas semanas, su artículo diario José Luis López Bulla en su Blog “Metiendo Bulla”. Una frase que es un editorial de política, e incluso de filosofía, en los momentos actuales cuando deberían estar tan claras las prioridades, al menos para la izquierda política y social. Un blog, el de José Luis, seguido diariamente con fiel devoción por miles de personas de toda España y otros país . Porque son unos artículos directos, bien escritos, con finura granadina y obsesión por la correcta ortografía. Unas veces sarcástico y otras provocador. Pero siempre inteligente y lleno de un valiente sentido común, opinando sobre la actualidad, el mundo del trabajo, la política o la cultura.
Tiene mucho mérito escribir diariamente, durante más catorce años. Solo la disciplina de un veterano militante y líder sindical y político, que presume más de sus numerosas primaveras de edad que de los años de cárcel que sufrió en la dictadura franquista y de los importantes cargos sindicales y políticos que ejerció: Secretario General de CCOO de Catalunya y Diputat en el Parlamente de Catalunya. De quién Manolo Vázquez Montalbán dijo que lo había usado gratuitamente de asesor de ópera y como diccionario viviente.
José Luis López Bulla, que ha publicado centenares de artículos en los principales diarios (El País, El Mundo, El Periódico y ahora Nueva Tribuna), que ha escrito cuatro exitosos libros relacionados con el mundo del trabajo en este país en el que esta literatura está ausente de las librerías. Son “Qüestió salarial i nova cultura”, “El sindicalismo en la encrucijada”, “Cuando hice las maletas”, y el último, dedicado a los sindicalistas ante los profundos cambios tecnológicos y de organización que vive el mundo del trabajo: “No tengáis miedo de lo nuevo”. Algo muy poco común en un país en que el pensamiento y la opinión de la mayoría de sus líderes no se suele expresar más allá de los 140 caracteres de Twiter.
Tiene mucho mérito, responder a la cita, día a día, durante más de 14 años, para dar la opinión sobre los conflictos laborales, los acuerdos sindicales y convenios colectivos, unas materias que lamentablemente tan poca atención y reflexión merecen a los medios de comunicación. También sobre la política en mayúsculas, y ridiculizando la que es minúsculas. Sobre los nacionalismos, tan nocivos para la solidaridad entre la clase trabajadora y el progreso social. Sobre el patriotismo, que escribió, “yo, como Norberto Bobbio que la emoción patriótica solo la sentía cuando veía en un pueblecito una estatua de Dante. la siento cuando veo en Fuentevaqueros la efigie de García Lorca. Igual que en Italia viendo la figura de Verdi o en París la de Voltaire (a pesar de algunas de sus cosas), o en Barcelona ante la estatua de Francesc Layret, abogado defensor de los trabajadores asesinado en 1920 por los pistoleros de la patronal catalana”.
Un blog que siguen miles de personas, muchas de ellas militantes o ex militantes de las organizaciones políticas de izquierdas y sindicales. Un blog que, cuando como una rutina diaria obligada lo abrimos en Internet, leemos la máxima de Arquílaco que encabeza “Metiendo Bulla”: "Nada curo llorando y nada empeoraré si gozo de la alegría". Lo que es una buena síntesis de lo que nos vamos a encontrar navegando en ese inmenso trasatlántico construido hasta hoy con 2.240 artículos en los que nos acompañarán pasajeros tan ilustres y de tanto interés como son Giuseppe Di Vittorio, Osvaldo Gnocchi-Viani, Luciano Lama, Bruno Trentin, Umberto Romagnoli, Karl Marx (que desde la confianza es tratado como el Barbudo de Tréveri), Winston Churchill, el filósofo español Gregorio Luri, Carlos Navales, Enric Juliana, Paco Rodríguez de Lecea, o el maestro confitero Ceferino Isla, más conocido como Tito Ferino de Santa Fe.
Un buen rincón para descansar en estos tiempos difíciles en los que se abren a paso firme y con demasiada facilidad los discursos sectarios, improvisados e irreflexivos. Un buen rincón para estos tiempos llenos de urgencias partidistas que acaban tapando emergencias sociales. Y en los que cobra especial importancia el tener claro que “lo primero es antes”.
El 18 de agosto pasado La Vanguardia publicó un artículo firmado por los profesores Esteve Almirall, Xavier Ferràs, Antoni Garrell, Xavier Marcet, titulado Catalunya ,un replanteamiento económico global. Sería útil que el gobierno de la Generalitat y las fuerzas políticas, sociales y económicas de Catalunya prestaran atención a su contenido. Como también es de utilidad atender las lúcidas observaciones a este artículo que ha publicado en Nueva Tribuna Isidor Boix, en las que apunta los riesgos de presentar una Catalunya como una unidad concebida al margen de España, aislada en Europa.
¿Qué señalan los cuatro profesores? Pues lo que todos ya sabemos, aunque nos cuesta reconocer: «Catalunya ha perdido peso como país industrial y como una de las regiones innovadoras de Europa.» Y lo ha perdido a pesar de haber tenido un modelo de investigación que ha dado buenos resultados científicos, pero que ha sido incapaz de constituir un modelo de innovación serio y sostenido, al haberle faltado la necesaria apuesta presupuestaria pública. Y, sobre todo, la ausencia del necesario compromiso con la innovación del mundo empresarial catalán, que hace años optó por ir desprendiéndose de las empresas más emblemáticas, precisamente aquellas que deberían haber sido la punta de lanza y el motor para crear la base del necesario ecosistema de innovación. Porque sin empresas y empresarios, no hay innovación.
Un déficit que se ha resultado disimulando durante décadas tras los mejores planes estratégicos y pactos sociales y políticos. Unos planes que decían pretender el impulso y la modernización del sistema productivo para convertir a Catalunya en una plataforma de industria avanzada y competitiva, engarzada en el cambio digital y de la industria 4.0. La realidad ha sido que todo ello se ha quedado en el papel y no ha pasado de la teoría. Solo con que se hubiera hecho realidad un 20% de todos esos planes y pactos, Catalunya sería hoy una de las principales referencias de Europa.
Esta consideración obliga a enterrar el repetido autobombo institucional y la generalizada autocomplacencia sobre nuestra realidad, y reconocer, una vez por todas, que se ha hecho muy poco mientras se han ido perdiendo industrias y centros de decisión de las que fueron grandes empresas catalanas — por cierto resulta sorprendente la poca tinta que ha merecido este hecho durante los últimos años —. Son déficits que no se resolverán solamente con recursos, tampoco con más toneladas de papel en Planes y Pactos Estratégicos aislados del resto de España.
Ahora los Fondos Europeos para la Recuperación pueden representar una formidable ocasión para, desde el realismo de lo que en realidad somos y de dónde partimos, poder producir ese necesario punto de inflexión estratégico que precisa el modelo productivo de Catalunya y del resto de España. Un país, lo hemos comprobado, tan vulnerable en cada crisis.
Es la hora de fijar con realismo, pero también con ambición, cuáles son los motores sociales y tecnológicos que se deben impulsar. Cuáles son propios y específicos de cada realidad territorial, en este caso Catalunya, como apuntan los cuatro profesores en su artículo. Pero también comunes con el conjunto del Estado y con los planes complementarios entre algunas Comunidades Autónomas, o con otros países europeos como son Francia y Alemania, por poner un ejemplo en el sector de la automoción.
Catalunya no ha sido, ni es, una excepción. Sabemos que los cambios sociales están afectando a todos los niveles, comenzando por las personas y alcanzando al conjunto de la comunidad, sea en el ámbito urbano o rural. Que la aceleración de la revolución tecnológica alcanza a todos los sectores económicos, desde la agricultura a los servicios y del turismo a la industria. Sabemos que la sostenibilidad medioambiental nos obliga a abordar nuevos retos y oportunidades con horizontes de medio y largo plazo. Son retos que difícilmente pueden encerrarse en un solo territorio y afrontarse de forma aislada desde una Comunidad o desde un sector productivo.
El mayor riesgo, y el peor error que podemos acabar cometiendo, es que cada una de las Comunidades Autónomas, y particularmente Catalunya, vea el mundo desde su agujero y se desprecien todas las potencialidades y sinergias que puede representar, en tantos temas, una inteligente cooperación entre los distintos territorios y sectores económicos. De la capacidad de liderazgo que sepa ejercer el gobierno de España dependerá también poder convertir en realidad estas buenas intenciones. Confiemos que se intente y se pueda. Por el bien de todos.
Quim González Muntadas
Europa nos ha asignado, fruto del Acuerdo de Recuperación
Económica alcanzado en la Unión Europea, un volumen de recursos
muy considerable. Al mismo tiempo se han marcado, con bastante
claridad, los objetivos y prioridades a los que se deben destinar esos
recursos. Por ello, España se encuentra en la urgente necesidad de definir su
Plan, digámosle, estratégico, que responda del uso y destino de unos recursos
que deberán ir dirigidos a alcanzar los objetivos de la Agenda de la ONU
para el desarrollo sostenible 2030.
Dicho
de otra forma, estamos ante la gran ocasión en la que deberíamos saber acertar
en nuestras prioridades y distinguir los sectores económicos y productivos
a potenciar. Acertar en distinguir qué necesidades sociales son
las que exigen mayor atención y qué colectivos precisan mayor protección.
Estamos
en el momento de encontrar la valentía y la fuerza política necesaria para
acometer las reformas que llevan décadas esperando en el cajón.
El momento de evitar la improvisación, el clientelismo, los electoralismos
populistas, tan comunes en nuestra práctica política cuando se trata de
distribuir recursos.
Estamos ante la ocasión del
protagonismo de la política en la que prime el rigor. De pasar de las palabras
a los hechos. De convertir los reiterados proyectos y las teorías de lo que “se
debería hacer” en acción política.
En
definitiva, estamos ante la hora de la verdad, para el gobierno de España por
supuesto, pero también para todas y cada una de las Comunidades Autónomas,
para los partidos políticos, las patronales y los sindicatos, los
empresarios y los trabajadores etc. Porque todos tendremos que elegir.
Una
opción es repetir los viejos errores y que finalmente el reparto de estos
recursos sea el resultado de la fricción y el combate feroz de los agravios
comparativos al que apelen todos y cada uno de los territorios y
sectores económicos. Y que el resultado final quede en la espontánea
dinámica del mercado y en la suma agregada de los proyectos aislados de
cada una de las Comunidades Autónomas como esferas que no se tocan ni se
articulan en el proyecto común que es España.
O
por el contrario, esta vez sí, somos capaces de construir, desde un Proyecto
Común de futuro del país, impulsando lo que podría y debería ser un Plan
Estratégico de país a 10 años. Un Plan que gire en torno a los
objetivos de la Agenda 2030 y que da sentido a la intervención pública como
motor de la economía. Y desde tal Plan, con el mismo eje y articuladas,
todas las iniciativas, planes y proyectos autonómicos y locales sumando
sinergias, tal como se define la articulación mecánica la articulación.
¿Sabremos
aprovechar la oportunidad? Puede ser. Serias dudas surgen de las maneras con
las que diversos partidos políticos e instituciones públicas abordan el Pacto
del Gobierno central con la Federación de Municipios sobre los 15.000 millones.
Una “revuelta” que ha sido capaz, desde el agravio comparativo, unificar todo
el arco político del PP a la CUP. Todos juntos, al grito de “van a robar
los ahorros de los ciudadanos de nuestra ciudad”.
Si lo que estamos viviendo
estos días es el preámbulo de lo que nos espera a la hora de la discusión del
destino de esos 140.000 millones en los que tantos tenemos puesta tantas
esperanzas de un buen destino y de palanca para construir un país mejor, más
competitivo, cohesionado y más solidario, si es así, estamos jodidos y
habremos perdido nuestra última oportunidad.