miércoles, 13 de marzo de 2013


Joaquim González Muntadas

 

CÁTEDRA INDITEX-UNIVERSIDAD A CORUÑA DE RESPONSABILIDAD SOCIAL


Desde la experiencia sindical, una mirada a la RSC



A Coruña 6 de marzo de 2013





Joaquim González Muntadas

 

CÁTEDRA INDITEX-UNIVERSIDAD A CORUÑA DE RESPONSABILIDAD SOCIAL

Desde la experiencia sindical, una mirada a la RSC


A Coruña 6 de marzo de 2013



Desde mi experiencia en la dirección de la Federación de Industrias de la Moda, Energía y Química de CCOO, una organización sindical reconocida en los foros sobre RSC por su compromiso en este campo, quiero compartir algunas ideas que podrían ser útiles a las personas interesadas en esta materia. Responsabilidad Social Corporativa o Responsabilidad Social Empresarial, RSC o RSE  unos términos que pretenden trasmitir el esfuerzo voluntario, de la nueva de empresa sostenible, ciudadana, con capacidad de diálogo, y comprometida socialmente, un concepto que cada día está más presente en los medios de comunicación y en el discurso político, social y también en el económico.

Pero, y hay que decirlo también, es un concepto con mucha literatura, buenas voluntades, escasa experiencia, inflación de actores disputándose el protagonismo, y mucho oportunismo e instrumentalización al no ir más allá, en muchas ocasiones, de la gestión de la imagen de la empresa.

Un concepto que el Movimiento Sindical ha vivido de forma muy tímida y contradictoria. Lo ha recordado con toda crudeza al revisar la conferencia que di, hace ahora doce años, en la Universidad de Verano del Escorial, comprobando que en el debate en el que participaron sindicalistas de varios países, los términos más usado fueron "perplejidad" y “desconfianza” al considerar la RSC como un riesgo para la función sindical y percibierse como un posible intento de las empresas de ignorar a los sindicatos como legítimos representantes de los trabajadores.

Mi Federación Sindical, FITEQA CCOO, que organiza algunos de los sectores más sensibles y afectados por la globalización de la economía como son  el textil, el petróleo, gas y la química, no compartíamos del todo estos miedos, y ya habíamos empezado nuestros primeros escarceos incordiando a algunas empresas muy importantes como Inditex, Repsol, Mango, Cortefiel, Corte Inglés, Gas Natural, sobre sus compromisos en Responsabilidad Social. He dicho incordiar, lo sabe muy bien Antonio Abril como directivo y secretario general del Consejo de Administración de Inditex, que recordará, igual que yo, algunas conversaciones telefónicas, unas más amistosas que otras, correos y cartas al respecto. A decir verdad todo era intuición, inquietud y, si me permitís, un poco de olfato, porque estaba todo por escribir, y en nuestro país todo por hacer.

Nuestra posición o, mejor dicho, nuestra intuición, se concretaba en que el sindicato obtendría algo de información, intervención o influencia en las empresas, porque si estábamos seguros de algo, era que las empresas, hace quince años, tampoco sabían muy bien lo que querían, ni como lo querían, no sabían qué hacer y hasta dónde iban a llegar, por muchos folletos de colores que estuvieran  editando en torno a su RSC.

En el sindicalismo comenzaba una primera discusión sobre si el tema interesaba o no, si era solamente marketing empresarial o un burdo intento de llevar a la decisión unilateral de la empresa lo que antes había sido materia de negociación colectiva. Algo de esto había en algunos planteamientos empresariales.

Existía otra discusión en el sindicalismo organizado: unos decían que en la medida que los Códigos de Conducta eran decisiones unilaterales de las empresas y abordaban temas, como son los derechos y estándares básicos que la empresa se compromete a cumplir en relación a los/as trabajadores y trabajadoras, la comunidad y el medio ambiente, que interesan al sindicalismo no convenía intervenir en su aplicación porque era hacer el juego de la política unilateral de las empresas.

Por ello se contraponía y se contrapone a los unilaterales Códigos de Conducta los negociados Acuerdos Marco para  convertir lo unilateral en pactado. Confieso que nosotros FITEQA-CCOO si bien coincidíamos en el objetivo del Acuerdo Marco, a la vez entendíamos prioritario el contenido de las prácticas empresariales, reconozco desde un descarado posibilísimo, consideramos  que había que trabajar a partir de lo que hay, de los Códigos de Conducta, y entendiendo que, aunque unilaterales, los compromisos pueden ser de cumplimiento exigible. Por otra parte, probablemente era más fácil alcanzar los deseados Acuerdos Marco (objetivo que compartíamos) a partir de andar juntos empresa y sindicatos porque una dificultad inicial está en ganar la mutua confianza y la utilidad del trabajo.

Hoy existen un centenar de Acuerdos Marcos en empresas transnacionales o multinacionales, pero no  deja de ser muy significativo que el único Acuerdo Marco en la industria de la confección, uno de los sectores más complejos a la hora de hablar de gestionar y garantizar el cumplimiento de los derechos humanos y laborales en  los cientos y miles de proveedores y en los centenares de miles de trabajadores y trabajadoras en todo el mundo sea precisamente el de Inditex que se alcanzó precisamente desde el trabajo gradual que permitió ganar la confianza mutua.

Pero quiero subrayar que hay una gran diferencia, no teórica, sino práctica, entre el Código de Conducta voluntario y unilateral y el Acuerdo Marco al ser el resultado de la negociación, el acuerdo y la firma de los compromisos de la empresa y con ello también los instrumentos de seguimiento y verificación de su cumplimiento entre la Dirección de la empresa y la Organización Sindical.

Hoy, doce años después, si alguien, de cualquier ámbito, sindical, social, económico, político o académico, dijera que está perplejo o asombrado ante la RSC, pensaríamos que acaba de despertar después de dormir toda una década.

Sobre la RSC se pueden hacer muchas exclamaciones, incluida la de incredulidad, por considerarla un engaña-bobos, falacia, marketing, maquillaje, pero ya no exclamar perplejidad o sorpresa, como afirmé hace más de diez años que era lo que sentía la mayoría del Movimiento Sindical Internacional, europeo y por supuesto español.

El concepto no solo se ha extendido y ha ganado naturalidad, sino que en nuestro país se ha institucionalizado con un Consejo Estatal de Responsabilidad Social de las Empresas (CERSE), dependiente del Ministerio de Empleo y Seguridad Social, donde participan las patronales en nombre de las empresas, y en representación de los trabajadores las organizaciones sindicales más representativas. También están otras instituciones y organizaciones no gubernamentales, junto con una nutrida representación de la Administración General del Estado, con el Ministerio de Empleo, el de Economía y Hacienda, y los de Educación, Sanidad, Industria, etc. Así que es difícil encontrar mayor nivel de institucionalidad de algo que nació de la voluntariedad empresarial a partir de una difusa y a veces confusa presión de algunas organizaciones de la sociedad civil.

Pero quizás más relevante que el grado de institucionalidad alcanzado, son los múltiples Masters de Gestión que imparten las Universidades y Escuelas de Negocios que han incorporado en todos sus MBA  asignaturas y referencias constantes a la RSC, que expresan el esfuerzo por integrar estos valores de forma transversal en la formación de los nuevos dirigentes empresariales, y por relacionar la competitividad de la empresa moderna con los intangibles que representan los valores, entendidos como protagonistas en la gestión. Estoy hablando de teoría, de conceptos o imágenes mentales, que, cuando se concretan, muchas veces tienen poco que ver con la realidad, pero esto sería harina de otro costal.   

Por eso ya podemos decir que la RSC ha conquistado su hegemonía social en términos gramscianos, al haberse convertido en un valor de referencia para la mayoría de la sociedad. Hoy ya no es un fenómeno nuevo que se debate  por qué y para qué sirve. Hoy, al hablar de RSC, todo el mundo sabe y entiende que nos estamos refiriendo a un valor positivo como es el compromiso de la empresa con la mejora social y que ello quiere decir necesariamente ir más allá del cumplimiento estricto de la ley. Hoy todo el mundo ya sabe que hablar de RSC es el esfuerzo por definir la moral o la ética de cada empresa.

Me refiero al término moral, como la conciencia o el conjunto de facultades y valores de una persona o de una colectividad, en este caso una empresa, que se consideran éticamente aceptables. Entendiendo, por otra parte, y quiero subrayarlo porque considero esencial precisarlo, la ética en el sentido aristotélico. Aristóteles define que sólo son morales, en el sentido de especiales, aquellas acciones en las que puedes elegir, y por ello decidir hacerlo o no. Concretando un poco más, en un estado de derecho cumplir la ley no es voluntario ni optativo, así que hablar de una empresa ética, y con ello hablar de la RSC, no es y no sólo puede ser, solo por cumplir la ley a la que se está obligado.

Pero antes de entrar en algunos porque y como de la gestión de la Responsabilidad Social desde la óptica sindical, quiero apuntar, lo que entiendo,  una de la mayores dificultades para la buena gestión de la RSC, al menos en nuestro país, como seguro lo debe ser  en otras muchas cuestiones de nuestra vida pública. Me refiero a la "banalización del concepto" por un inadecuado uso del término o, mejor dicho, por un abuso, ya que aprovechando su impacto positivo en la opinión pública, se acaba convirtiendo en un cajón de sastre que no dice nada porque se ha usado para todo.

El otro riesgo es el de la "banalización de los compromisos" adquiridos voluntariamente por algunas empresas. Lo explicará mejor la anécdota, que quizás Antonio Abril también recordará, y es en el año 2002 cuando aquí  en A Coruña, en Arteixo, se celebró el Acto de Constitución del Global Compact promovido por Kofi Annan y que en nuestro país se dio a conocer como Pacto Mundial de Naciones Unidas y del cual Inditex hizo de promotor en España y presidió lo que se denominó “la mesa cuadrada”.  Yo asistí como único sindicalista a lo que iba a ser la puesta en marcha de una iniciativa en la que voluntariamente se podían comprometer nuestras empresas para alinear sus estrategias de gestión con diez principios universales sobre que contiene el Pacto Global: derechos humanos, estándares laborales, medio ambiente, y anticorrupción.

La anécdota es, que al leer la lista de empresas que en España se habían adherido al Global Compact, desde el primer día fueron 135. Ésta fue mi primera decepción, no por que fueran muy pocas comparadas con las miles que habían. No, la decepción era porque había demasiadas empresas, y si no veamos: en el inicio, el total de empresas adheridas al Pacto Global en Japón fueron 8, en Alemania 16, en Italia 15.

Algo fallaba aquí, cuando el mismo compromiso e igual de voluntario, por poner dos ejemplos, en España y Alemania se producía esta desproporción que sólo podemos explicar desde dos variables. La primera, que las empresas españolas son el número uno de responsables en derechos humanos, en estándares laborales, en rigor con el medio ambiente y también, claro, en mecanismos que eviten la corrupción. Para ser sincero, no creo que fuera esta  variable, ojala lo fuera. La segunda, creo que más acertada, que en Alemania o Japón se le da un valor distinto a la firma de un compromiso voluntario. Así que, cuando nos referimos a RSC, como en tantas otras cosas en la política, en la economía y también en la vida, debemos ir más allá del nombre de las cosas y atender a su contenido.

¿De dónde surge pues la RSC? ¿Es, como muchos consideran, sólo un intento más de las empresas para vender y lavar su imagen? Creo que podemos afirmar, sin mucho riesgo a equivocarnos, que es la respuesta, unos dirán que obligada, pero todos deberíamos decir que inteligente, a la decepción expresada por la mayoría de la ciudadanía hacia las grandes corporaciones empresariales en las décadas de los ochenta, precisamente cuando las empresas eran las instituciones mejor valoradas y percibidas como las más capaces de responder a los intereses de amplios sectores de la población. Lo reflejó con mucha precisión Ronald Reagan con su concepto de la “Magia del mercado”.

En los años noventa se evidencia un cierto divorcio entre el mundo de estas grandes empresas y corporaciones y las necesidades sociales, y que se agudiza aun más con los escándalos económicos y financieros protagonizados por altos ejecutivos, con un extraordinario impacto en la opinión pública, esencialmente americana. Es cierto que las críticas a la gestión de las grandes empresas y la revolución del accionista, en Europa se producen con menos fuerza y crudeza.

La inexistencia de verdaderos contrapesos y eficaces mecanismos de control sobre el poder de decisión de los gestores, ha provocado que directivos de empresas con grandes beneficios durante este periodo, mientras despedían a miles de trabajadores, no tuvieran escrúpulos en aumentarse escandalosamente sus salarios y remuneraciones, provocando la ruptura del contrato no escrito, por el cual de manera sutil se entendía, que los trabajadores podían esperar estabilidad en su empleo mientras la empresa fuera rentable, y a la vez la empresa podía contar con la colaboración leal de los sindicatos, y una aceptable identificación de los trabajadores con los proyectos y objetivos empresariales.

Lo más grave de la ruptura de este pacto es que se había producido en un contexto de fuerte crecimiento económico, y por tanto, no como una respuesta a las necesidades de carácter coyuntural y de crisis lo que explica la reacción y la contestación social. El paradigma de esta decepción por su dimensión a escala mundial fue Enron laureada por las revistas especializadas como la empresa más innovadora de los Estados Unidos durante cinco años consecutivos, entre 1996 y 2000 y en la lista de los 100 mejores empleadores. Hasta qué su reputación comenzó a decaer tras conocerse  los pago de sobornos y tráfico de influencias para obtener contratos en América Central, América del Sur, África, las Filipinas y la India y tras conocer sus técnicas contables fraudulentas, avaladas por la entonces prestigiosa firma Arthur Andersen que permitieron crear el mayor fraude empresarial conocido hasta ese entonces. De ahí que "Enron" se convirtiera en  sinónimo del fraude empresarial planificado.

Algo muy parecido a la decepción vivida con ENRON, es lo que está ocurriendo en nuestro país con algunas entidades financieras. O queremos mayor sarcasmo, comprobar hoy, que hace justo cinco años la tercera empresa española percibida con mejor reputación social fuera Caja Madrid y BANKIA. Una entidad  que no respetó el mínimo código de buen gobierno, que actuó, como otras, con prácticas fraudulentas  e ilegales  con  sus clientes en las "preferentes". Algo nos falla cuando  se le reconoce a una empresa como la tercera empresa con mejor reputación mientras  practica una abusiva política retribuida a sus directivos y una temeraria política de créditos a lo amigos de estos.

Fue la presión social, como lo será ahora en España tras de la experiencia que estamos viviendo en el Sector Financiero,  la que contribuyó a situar en el primer plano la discusión política de la función social de la empresa y la necesidad de nuevos equilibrios entre las responsabilidades de los accionistas, los gestores, la creación de riqueza y el conjunto de la vida social. Y ello con independencia de la discusión teórica y académica, que sigue y seguirá viva, sobre la idea de la responsabilidad social de la empresa.

Hay que destacar el protagonismo de las organizaciones no gubernamentales, especialmente los grupos de derechos civiles y el movimiento ecologista, con sus campañas de denuncia de determinadas prácticas y conductas de las grandes empresas y corporaciones,  y el hecho que de que éstas sean permeables a las coacciones sociales y a la presión de sus clientes. En Europa ha adquirido también una dimensión política, empezando por las diversas Resoluciones del Parlamento Europeo que expresan el objetivo de hacer de Europa un polo de excelencia de la responsabilidad social de las empresas. De manera muy especial El Libro Verde de la Comisión Europea en el año 2001 para fomentar un marco europeo de RSC  representó un impulso y una referencia muy importante en España y en Europa, así como la  nueva definición de la Comisión Europea en su Comunicación de 2011 que incorpora el concepto expreso de la responsabilidad empresarial por sus “impactos”.

No es un hecho de segundo orden que en Europa el eje en torno al que gira la RSC sea el empleo, la organización y calidad del trabajo y la relación con los trabajadores, tal como ya se había avanzado en el consejo Europeo de Lisboa, reconociendo con ello que el principal déficit de la construcción europea es la política social.

Debemos recordar, después de varias décadas de viaje, que la RSC no ha sido un proceso pacífico, sino que ha tenido potentes enemigos como se refleja en la dureza de los adjetivos utilizados, por poner un ejemplo, por el influyente The Economist, calificando la RSE de conspiración e intoxicación a la opinión pública contra el capitalismo y la libre empresa, y donde advertían de las graves consecuencias para la competitividad y la reputación de la industria europea, y que de triunfar la RSE, aumentarían artificialmente los costes de las mismas al verse obligadas a atender objetivos que no le son propios. Ataques y advertencias de los riesgos para la libre empresa desde los más irreductibles representantes de la ortodoxia política y económica ultraliberal, que llegaron a equiparar el movimiento de la RSE con la ofensiva teórica e intelectual de los adversarios de la libre empresa y la economía de mercado, frente a las exigencias cívicas de responsabilidad social, a las que responden con la lapidaria sentencia de Milton Friedman “la acción social corresponde a los accionistas con sus dividendos, no a la empresa”, o la más repetida de todas “ la finalidad de una empresa bien gestionada es hacer beneficios, no salvar al planeta”.

El verdadero cambio al que asistimos es el gran protagonismo que adquieren los intangibles en el valor de la empresa y su marca, un cambio con relación a pocas décadas atrás donde se repartía entre el 80% del tangible y el 20% de intangible, mientras que hoy, estamos en la “gestión del intangible”, o dicho de otra forma, en la necesidad de integrar en la gestión estratégica de la empresa lo duro y lo blando y con ello la nueva importancia y trascendencia del concepto reputación, la necesidad de integrar en un todo lo económico, lo social y lo medio ambiental, algo que ha provocado un nuevo espacio de diálogo obligado entre las grandes empresas, las ONG, las comunidades locales, las comunidades indígenas y los sindicatos.

Querría hacer un paréntesis antes de entrar en el papel concreto de los sindicatos en la RSC. Podéis intuir que su papel es complejo, como organizaciones acostumbradas a gestionar la dureza de las relaciones laborales concretas entre el trabajador, su productividad, su salario y sus condiciones de trabajo –que tienen poco de intangibles- y, al mismo tiempo, la gestión de lo blando, en esta diferencia que acabo de apuntar.

El cambio de verdad, el radical, en el mundo de la empresa y su relación con la sociedad, el cambio que nos explica que la RSC cada día tenga mayor relieve en las empresas y la sociedad, es el peso y valor de la marca. Porque hemos pasado de la idea, de no hace tantos años, de que lo principal era la producción, lo duro, y que la marca, lo blando, era solo un agregado. Hemos pasado de centrar todo el esfuerzo en diseñar y fabricar productos, a considerar que lo más importante es comercializar y distribuir estos productos, y que la marca no es solo una imagen impresa en las etiquetas, sino una identidad o incluso una conciencia empresarial. La marca, ya no tanto como producto, sino como ideas, actitudes, valores y experiencias, es decir, la marca como cultura.

La Marca y con ello el poder del cliente, que coincidiremos que no es el mismo ante la empresa de frenos por ejemplo Ferodo, o envases de vidrio si no cotizan en bolsa, que ante Nestlé o Camper, por poner dos ejemplos, o Zara. Un espacio en el que inciden además las más diversas ONG que saben que el talón de Aquiles es la marca y la percepción que de ésta tenga el consumidor.
    
Una novedad que ha sido potenciada por la globalización de los mercados, pues ha modificado el panorama del trabajo mundial. Nada resulta más molesto, más desagradablemente material que las fábricas que manufacturan sus artículos. La razón del cambio es sencilla: construir una marca es un proyecto extraordinariamente caro, necesita una atención, una gestión.

Pero para que una empresa recupere los costes, sólo puede destinar una cantidad finita de dinero a cubrir todos los gastos: los de materias primas, los de fabricación, los gastos fijos y la creación de la marca, después de haber firmado contratos de patrocinio, de promoción y publicidad de costes elevadísimos.

Según esta lógica, las empresas no deben emplear sus limitados recursos en las fábricas. El cambio lento pero decisivo de las prioridades de las empresas ha dejado en una posición precaria a los productores no virtuales, a los trabajadores y trabajadoras.

Empresas que tradicionalmente se daban por satisfechas con aumentos del 100% entre el coste de producción en fábrica y el precio minorista hoy remueven el planeta para encontrar fábricas capaces de manufacturar productos tan baratos que ese margen se multipliqué por tres, por cuatro o por cinco. Un margen que dedican a la promoción de la marca, a los locales de prestigio en el centro de las capitales y  a la  publicidad y el patrocinio.

Lo dijo el Presidente  Nike “Ya no vale la pena hacer cosas. Lo que añade valor es la investigación, la innovación y el marketing”. La producción no es la piedra fundamental del imperio de las marcas, sino una tarea fastidiosa y marginal. Y con la pretensión de que a medida que se traslada al exterior, se va con ello la anticuada idea que el fabricante es el responsable de sus empleados.

Y ahí aparece otra vez el Sindicato para recordarle a la empresa, a sea empresa que, fuera su pretensión o no, tiene una responsabilidad en las condiciones de trabajo y en el respeto de esos empleados que fabrican sus productos, sean muebles, vestidos, productos alimenticios, teléfonos o automóviles, etc.

La función del sindicalismo hoy en la economía y en la empresa global está en impedir que la estrategia de muchas y muy importantes empresas, algunas laureadas con nominaciones de Empresa Responsable y Ética, ignore a las personas que trabajan en sus productos, aunque sea a miles de kilómetros de su sede central o en empresas subcontratadas, y también sean ignorados de la vida comercial de los productos que fabrican.

Dicho de otra manera, para que los trabajadores del sur y los consumidores del norte nos comuniquemos, el sindicalismo internacional debería ser  el mejor cauce. Porque a pesar de la retórica de la uniformidad del planeta, éste sigue profundamente dividido entre productores y consumidores.

Y para acabar dos consideraciones generales  y una conclusión:

La primera consideración general: Sería muy difícil hablar en los términos que hoy se hace sobre la RSC sin un mundo absolutamente  intercomunicado por Internet y las  redes sociales que permite que las empresas estén constantemente observadas y censuradas por los agentes sociales: ONG, consumidores, sindicatos, organismos institucionales y directamente por sus clientes y la ciudadanía.

La segunda consideración, la hago en forma de declaración de principios: Después que el Movimiento Sindical ha despejado sus dudas y perplejidades iniciales en relación a la RSC. Hoy está obligado a luchar para que la empresa sea algo más que los dividendos de sus accionistas, para que en ella rija un principio de responsabilidad pública, y para que, de acuerdo con ello, las empresas sean responsables de los resultados y los impactos económicos, sociales y ecológicos de sus actividades. Por ello, el sindicalismo debe incorporar en la negociación colectiva cuantos mecanismos de su participación y obligaciones a las empresas que garanticen el seguimiento, control y el debido cumplimiento de los compromisos, inicialmente voluntarios, de Responsabilidad Social.

La conclusión: Los trabajadores de una empresa y sus sindicatos son, entre los actores de la RSC, los que tiene una posición más compleja, ya que el talón de Aquiles de la empresa y la razón que mueve en gran medida la lógica de la RSC, y con ello la creación de valor, es la Reputación.  El resto de las partes implicadas sabe que su arma de presión y de coacción hacia la empresa es el desprestigio de la marca y el deterioro de su reputación, con los riesgos que comporta para la viabilidad presente y futura de la empresa. Así que a nadie se le escapa que utilizar esa arma, digamos por ejemplo el boicot de los productos, impulsarlo y promoverlo por parte de los trabajadores y sus sindicatos, sería lo más parecido a escupir hacia arriba.

Por esto, quiero trasladar un mensaje a las personas que actualmente o en el futuro, intervienen en la gestión de la Responsabilidad Social en las empresas. Que no veáis a los trabajadores y trabajadoras y a sus sindicatos como una parte implicada más  como los definen la mayoría de los manuales de la RSC. Porque estos deberían ser vistos y tratados como, lo que son, como una parte esencial y comprometida ya que la diferencia entre los trabajadores y los consumidores y las organizaciones que los representan, está que su empleo presente futuro depende de la buena o mala reputación de su empresa.

Bien,  he querido desde la experiencia sindical, una de las partes comprometida con la RSC, dar la visión, o más bien una versión, de algo que creo firmemente que puede ser,  mejor dicho lo es ya, una fuente muy importante de innovación social y de gestión empresarial, como lo deberá ser también para el sindicalismo que aspire con su acción sindical intervenir e influir en la gestión de las empresas.    

Gracias por vuestra atención.