Joaquim González Muntadas
Secretario General de FITEQA CCOO
Muchos nos preguntamos, con una mezcla de sorpresa, frustración e indignación, qué pieza del reloj ha fallado de nuestra economía y quiénes son los culpables. ¡Si parecía que funcionaba como un reloj suizo! ¡Si éramos envidiados como el generador de más de la mitad del empleo europeo, el mayor receptor de inmigración, el mayor inversor en America Latina! Empezamos a intuir que las razones que nos dimos o nos dieron en los primeros compases de la crisis, a pesar de ser más ciertas que las verdades del barquero, no son suficientes, porque la mayoría de los países afectados por la crisis financiera, hoy están mejor que nosotros, incluso algunos están saliendo de ella.
La particularidad es que nuestra economía había agotado y saturado su crecimiento, impulsado por el potente motor de la construcción y, más en concreto, por la vivienda, que absorbió y agotó nuestros recursos financieros propios y prestados. Porque, en definitiva, hemos embalsado la mayoría de los recursos y ahorros de una generación y media en hipotecas a larguísimo plazo. Nuestra economía era como una gran turbina que, por un lado, expulsaba ingentes cantidades de euros en la importación de productos energéticos, bienes de equipo y de consumo, mientras que por el otro absorbía ingentes masas de recursos en crédito del exterior (proveniente esencialmente de Alemania, Francia y Reino Unido), ya que ni nuestra productividad, ni nuestro ahorro (que no alcanzaba a cubrir el valor de las nuevas hipotecas), eran suficientes para alimentar nuestro crecimiento, el mayor de Europa.
Dicen que nadie se dio cuenta y que nadie advirtió los riesgos futuros, pero es legítimo pensar que quizás la razón reside en que había fuertes intereses, ya que en este gran negocio, se hicieron grandes fortunas, y los bancos generaron enormes beneficios. Todos aplaudían, también los gobiernos, el central, los autonómicos y los locales, cuando afirmaban que el crecimiento era gracias a su política particular. El crecimiento de la economía tenía muchos padres.
Y ahora sería muy útil acudir a las hemerotecas para releer los estudios e informes realizados en estos años por el Gabinete Económico de la Confederación Sindical de CC.OO. que, con mayor detalle desde 2003, anunciaba y denunciaba el error y los peligros de esa política económica y sus previsibles consecuencias. En estas hemerotecas encontraremos también las reacciones y respuestas que muchos economistas de relumbrón, de prestigiosos gabinetes de estudios de los bancos y cajas dieron a estas advertencias. También veremos en las hemerotecas a la flor y nata de nuestra economía felicitando a los gobiernos por su buena política y reclamando solo la eterna Reforma Laboral, el abaratamiento del despido y la bajada de las cotizaciones sociales.
Un periodo en el que, como denunciamos desde CCOO, se aplicaron erróneas políticas procíclicas, se destruyó la capacidad de recaudación y se creó un sistema tributario profundamente desequilibrado con el nivel de gasto, al considerar como ingresos ordinarios los que tenía un carácter claramente extraordinario ¿Quién? primero, la derecha y, luego, con mucha diligencia, los sucesivos gobiernos de Zapatero que inflaron y exprimieron la burbuja inmobiliaria, apoyados por unas teorías seudo-modernas de los valores de la izquierda, que hoy, al recordarlo y a la vez escuchar a la izquierda francesa o alemana, nos debería como mínimo ruborizar.
La importante tasa de ahorro que tuvo España la malgastó íntegramente en la compra de viviendas a un precio inflado. Tan inflado que necesitó ingentes cantidades de dinero de inversión internacional para financiarlas, generando de esta forma una altísima deuda con el exterior; la deuda privada más alta del mundo, una deuda que genera elevados intereses a pagar y que en su momento nos dejó sin recursos para la ampliación del capital productivo de la economía. Se pinchó la burbuja y nos quedamos con la deuda. Los responsables deberían explicar lo sucedido porque, de otra manera, la sociedad dejará de creer en sus instituciones.
Esta es la razón por la que las soluciones a los problemas actuales son tan difíciles, porque se han agotado los márgenes y hemos quebrado la confianza de quienes nos deberían seguir financiando. Y ahora solo nos queda mirar hacia el tejido productivo, que nunca se debería haber olvidado, y en especial hacia la actividad industrial, donde debemos fijar nuestro futuro, ya que tenemos posibilidades de mejora muy importantes en una parte muy significativa de nuestras empresas y sectores.
Si no queremos amanecer un día sin industria, precisamos con urgencia apoyar los motores de la innovación para proteger y fomentar el empleo cualificado, que acompañado con instrumentos de naturaleza fiscal y crediticia, den facilidades a las pequeñas empresas que intenten asociarse para afrontar el salto tecnológico, en definitiva, la causa de muchas de nuestras debilidades.
Nuestra industria ha perdido competitividad porque sus sectores viven en la competencia global -cada día más global- y, por ello, los efectos de nuestra mayor inflación (la fiebre de nuestra economía enferma) provocada irresponsablemente por el desenfrenado incremento del precio de la vivienda junto con los servicios no sujetos a la competencia global. Mayor inflación que la de nuestros competidores y, en las empresas multinacionales, mayor aumento de los precios españoles que los de otros países con centros que compiten con los nuestros. Mayor inflación que ha empujado, debemos decirlo sin complejos, a un incremento de los costes de los salarios, de los beneficios distribuidos y de los servicios, un incremento mayor que el de su competencia. Sabedores, y hay que dejarlo claro, que estos mayores costes salariales no han representado mejoras significativas del poder adquisitivo de los salarios cuando se deducía la inflación, como tampoco un mayor peso de las rentas salariales en este periodo. Más bien todo lo contrario.
Hemos padecido una pérdida constante de competitividad de nuestros productos y de nuestra economía, indizada mes a mes de forma estridente por la balanza de pagos, la más descompensada del planeta con excepción de Islandia. Importábamos muchos productos, algunos caros, con valor añadido que nosotros no fabricamos. Tampoco fabricamos aquellos otros productos de bajo valor que se hacen en los países emergentes, frente a los cuales los nuestros por su coste habían perdido competitividad tras la liberalización total de los mercados y la desaparición de los aranceles proteccionistas.
Tenemos márgenes para reforzar y recuperar la competitividad de nuestro tejido productivo si todos acertamos en nuestra acción; si insistimos en la filosofía y el mensaje reflejados en el preámbulo y el contenido del II Acuerdo para el Empleo y la Negociación Colectiva , que desde CC.OO defendemos como un instrumento para la generación de empleo. Y además porque España necesita un fortísimo control y una bajada de precios que necesariamente implique una fuerte moderación de las rentas para todos (salarios y beneficios distribuidos), y que esta moderación de rentas sea dirigida a la inversión productiva junto con el aumento de los ingresos públicos.
Es imprescindible sumar esfuerzos del conjunto de actores: empresas, sindicatos y los distintos gobiernos, central y autonómicos. Esfuerzos orientados a realizar políticas concertadas para mejorar la competitividad y establecer las acciones que corrijan el insuficiente esfuerzo empresarial en I+D+i, uno de los déficits que más seriamente perjudica nuestra capacidad competitiva. Y precisamos mayores inversiones en capital humano y en investigación, en desarrollo y en educación a todos los niveles – primaria, secundaria, formación profesional y universitaria-, junto con el apoyo a la investigación pública y al I+D empresarial, a la vez que garantizamos los puentes para llevar el conocimiento desde dondequiera que se produzca (universidad, gran empresa, AA.PP) a todos los lugares donde hay espacio para el cambio y muy especialmente hacia la industria y sus sectores tradicionales y a sus pequeñas y medianas empresas porque así y desde ahí podremos crecer, exportar y crear empleo.
Sabemos que la debilidad de la demanda y el elevado déficit público no facilitan que un plan de inversiones active el crecimiento si al mismo tiempo no se acompaña de un cambio en la política europea, y con ella, de nuevos recursos para impulsar nuestro crecimiento. Necesitamos y merecemos el apoyo de nuestros socios europeos con recursos y financiación, sabedores que no nos exime de la necesidad de cambiar nuestras prioridades políticas, para que miremos hacia la economía real y desaparezcan las fantasías de pensar que un país puede progresar desde la economía virtual y sin el apoyo a su industria y el valor al trabajo.