Joaquim González Muntadas
Secretario General de FITEQA CCOO
A la pregunta de dónde está la innovación, esa innovación tan necesaria y reclamada por todos y en todos los ámbitos de debate y opinión, que tanto tiempo ha estado ausente en las prioridades de nuestra realidad económica e industrial, se puede responder que cuando nuestra realidad política y social se movía sobre unas bases más alegres y divertidas que la triste y gris realidad actual, donde afloran con toda su crudeza nuestros déficits, ya entonces era ignorada.
Al hablar de innovación me viene a la memoria un hecho que presencié hace algunos años con ocasión del homenaje a un trabajador por su jubilación en una empresa química de Tarragona. Con él, sus compañeros y la dirección de la empresa querían expresarle un reconocimiento especial, por lo que tanto la dirección como la representación de los trabajadores solicitaron, y le fue concedida, la Medalla al Trabajo de la Generalitat de Catalunya, que le entregó el Molt Honorable Jordi Pujol.
En su discurso, y después de unas emocionadas palabras de agradecimiento, mi compañero se dirigió a los máximos responsables de la dirección de su empresa y les dijo "Sepan ustedes, queridos amigos, que durante cuarenta años han tenido mis manos, pero habrían tenido también mi cerebro, si me lo hubieran pedido, por el mismo precio". Creo que ha sido la crítica más feroz de un trabajador y la definición más cruda que he oído de una empresa por antigua donde es muy previsible que de ella salga poca o ninguna innovación.
Deberían quedar muy lejos aquellos tiempos en que las empresas se inspiraban en la conocida queja de Henry Ford cuando dijo: "Cada vez que pido un par de brazos, me vienen con un cerebro", porque la persona se consideraba un apéndice de la máquina. Y muy lejos quedan ya aquellos tiempos en los que la innovación y las fuentes del conocimiento de las empresas industriales se encontraban en el apoyo de un inventor externo e independiente, porque los conocimientos técnicos eran fáciles de encontrar, copiar y aplicar, y esencialmente porque su organización taylorista del trabajo era rígida, repetitiva y sin iniciativa. Así funcionaba mayoritariamente la empresa nacida de la revolución industrial, algo muy distinto a la realidad actual, donde la innovación por lo general es más el resultado de un proceso interno de transformación de los conocimientos existentes en la empresa.
Ante la grave crisis que padecemos hoy, todos los programas, iniciativas, plataformas o informes, reconocen la necesidad de impulsar la industria como vía de salida de un modelo de crecimiento sustentado por una economía de bajo valor añadido y empleo poco calificado, que está agotado. Todos reiteramos insistentemente que la economía tiene la urgente necesidad de impulsar la mejora competitiva de nuestra industria, para lo cual necesita una apuesta fuerte y decidida por la innovación de cuyo éxito dependerá nuestra capacidad de competir en los mercados y con ello salir, o no, de la actual situación.
A pesar de la insistente retórica sobre la necesidad de impulsar, apoyar y extender la innovación, la realidad es que la mayoría de nuestras empresas siguen padeciendo bajos niveles de innovación, donde la mayoría no va más allá de concentrar sus esfuerzos en reducir costes -por la vía de reducir plantillas o contratar servicios externos- que naturalmente pueden mejorar los resultados económicos, pero al mismo tiempo, cuando el mercado está estancado y la competencia es solo por precios, en no pocas ocasiones se acaba creando un verdadero círculo vicioso que obliga a una espiral de constante deterioro de las condiciones de trabajo y a la vez de destrucción de empleo y, con ello, de debilitamiento del proyecto mismo de la empresa.
La innovación que precisamos potenciar y extender con todo los medios, públicos y privados, es la innovación centrada en explorar mercados y en comprender las necesidades y los problemas de los clientes, la de crear nuevos productos y servicios, esa innovación que conlleva una nueva concepción del trabajo cooperativo y con la participación de los trabajadores. La innovación que precisamos es la que surge de una nueva organización del trabajo capaz de convertirse en un ámbito de generación de valor, reflexión, diseño y aprendizaje individual y colectivo. La innovación que surge de unas relaciones laborales no autoritarias, donde se reconoce el esfuerzo individual y colectivo, porque permite desarrollar la innovación de los productos y procesos en los que interviene cada trabajador más allá de la posición que ocupa en el proceso productivo.
En resumen, cuando se motiva y se reconoce que además de las manos, lo más importante es el cerebro de todas y cada una de las personas que conforman la empresa, y por extensión, el lugar de trabajo se convierte en el ámbito más importante para la formación y la innovación, se entiende que los recursos humanos son un bien a cuidar, por no decir a mimar, ya que por mucha crisis y desempleo que soportemos, las personas son el recurso principal de una empresa y de un país y el lugar de donde saldrá gran parte de la innovación que todos reclamamos, porque la mayoría de la organizaciones y empresas tienen el conocimiento en el interior, y el mérito de sus gestores está en encontrarlo, porque ahí se encuentra mucha de la innovación que están buscando.