Joaquím González Muntadas
Pocas entidades y organizaciones sociales y políticas como nuestros Sindicatos Confederales están llamadas a analizar los bajos niveles de valoración que la sociedad española muestra hacia su trabajo y su función. Así lo expresa con toda crudeza la última encuesta del CIS y, lo que resulta más grave, así lo percibe en primera persona la militancia sindical cuando escucha de manera algo desmoralizante y con gran decepción la opinión de muchos vecinos y amigos sobre el papel de los sindicatos y la imagen de los sindicalistas. No debería haber tarea más urgente y necesaria que restaurar la moral y la autoestima de los miles de hombres y mujeres que hoy sienten sus ideales agredidos y despreciado su trabajo cotidiano.
Revertir esta injusta realidad requiere analizar con valentía qué es lo que está fallando en la política sindical y detectar lo que precisa urgente corrección, a fin de recuperar el prestigio de la causa y la militancia sindical, por el bien de los trabajadores y las trabajadoras, pero también por la salud de la democracia de nuestro país.
Una primera explicación se encuentra en la infame campaña de acoso y derribo a CCOO y UGT que algunos potentes medios de comunicación vienen realizando, y ante la cual la inmensa mayoría de sus militantes se sienten indefensos e indignados. Es desmoralizador reconocerse como blanco de injurias e intentos de desprestigio del compromiso y militancia en la defensa de los derechos de la clase trabajadora, y en muchas ocasiones desearían una defensa más contundente frente a estos ataques. Más allá de estas campañas, la grave crisis que padecemos incorpora una mayor dificultad para el sindicalismo confederal y para la función de representar los intereses de los trabajadores y trabajadoras en las empresas y en los sectores.
La crisis ha sustituido la percepción del sindicalismo, históricamente identificado con los avances sociales conquistados por la organización y la unión de la clase trabajadora, por la función, prioritaria pero incómoda, de conservar, cuando no impedir, la pérdida de derechos, la defensa del empleo y, consecuentemente, la ingrata misión de negociar ajustes de plantilla o reducciones de salario, un planteamiento no siempre comprendido por amplios colectivos de ciudadanos que simpatizan con las reconocidas y prestigiadas organizaciones sociales y políticas con quienes CCOO y UGT comparten el discurso y las movilizaciones de denuncia ante la crisis.
Recuperar la autoestima de la militancia sindical es imprescindible para que el sindicalismo pueda cumplir su tarea. No sólo con la cabeza bien alta frente a los ataques de la derecha reaccionaria, como ha hecho el Secretario General de CCOO de Andalucía, sino también frente a amplios colectivos que exhiben injustamente una superioridad moral sobre afiliados y afiliadas de CCOO y UGT porque saben que tienen mejor prensa y mayor aprecio social que la militancia sindical. Una militancia sindical que convive con la contradicción del reformismo realista y necesario si quiere ejercer su función de sindicato, más allá de la denuncia y las soflamas.
Urge resolver esta injusticia explicando, por ejemplo, que fueron los militantes de CCOO y UGT quienes recogieron más firmas en los centros de trabajo para la ILP encabezada por Plataforma de Afectados por la Hipoteca. Así podríamos ir enumerando todas y cada una de las iniciativas promovidas por la Cumbre Social , para confluir en que los sindicalistas no pueden constituir solamente la infantería sin bandera en sus movilizaciones.
Urge explicar y extender el gran trabajo que en estas difíciles condiciones está realizando el sindicalismo en nuestro país. Trabajo duro y valiente, que queda diluido y callado por el ruido de la calle, porque, como dice el refrán, “hace más ruido una carreta vacía que una carreta llena”. Urge contar como ejemplo, la actividad sindical en el sector financiero que se encuentra en profunda transformación. Las propuestas sindicales, las movilizaciones y los difíciles acuerdos pasan desapercibidos por unos medios de comunicación que suelen ignorar el rigor y el acuerdo, porque atrae mucho más para la noticia “una calle llena que una empresa vacía”. Preguntemos a expertos en relaciones laborales internacionales y nos explicarán los escasos países europeos en los que su sindicalismo respondería con la inteligencia y la madurez que están demostrando estas dos federaciones sindicales de CC.OO y UGT.
De la misma forma, en muy pocos países europeos pasaría desapercibido un Acuerdo Sindical de la potencia y valor como el alcanzado el pasado mes de mayo en la empresa Michelin España. Un Acuerdo que es ejemplo en la multinacional para el resto de los países y en el que sacrificio compartido ha conjugado flexibilidad, participación sindical, solidaridad, estabilidad, mejora de la competitividad y empleo. Ha pasado desapercibido porque no se han quemado neumáticos y porque “sólo” ha habido cientos de reuniones, mucha participación de los trabajadores, mucho estudio, muchas horas de trabajo y mucha actividad sindical, mucha inteligencia y profesionalidad de los sindicatos y los dirigentes de la empresa, lo que precisamente no suelen aportar las reformas laborales ni tampoco los discursos genéricos.
Y así podríamos llenar páginas y páginas de resultados del trabajo sindical. Ejemplos en grandes y pequeñas empresas, ejemplos en regulaciones, suspensiones y cierres de empresas, de difíciles y complejos acuerdos, de movilizaciones con diferentes resultados, la inmensa mayoría son fruto del trabajo honrado y silencioso de miles de personas. Y hay que decirlo porque las dificultades sociales y económicas nos obligan a reconocer que hoy la militancia sindical precisa de tanta valentía y compromiso como la exigida hace décadas, en aquellos tiempos heroicos.
Por ello todos los demócratas y progresistas de nuestro país deberían decir con toda tranquilidad y confianza: ¡Sindicalistas, pongo la mano en el fuego por vosotros!