Oír cacerolas, como ha sucedido estos días en cualquier
calle de Catalunya, reclamando al President de la Generalitat que ponga las urnas para votar, ha
sido un sarcasmo que invita a pensar en los contrasentidos políticos que
vivimos.
Oír a los portavoces de ANC, arrogándose la voz de la
sociedad civil, afirmar que si el President no convocaba elecciones antes de
las municipales para que el pueblo catalán pudiera ejercer su derecho a
decidir, repetirán las movilizaciones en la calle, pero dirigidas a Artur Mas,
parece la escena de un cazador cazado.
Oír durante semanas al President de la Generalitat lanzar propuestas sobre sus
condiciones y condicionantes para convocar las elecciones anticipadas sin
cuidar la mínima y elemental consideración hacia los partidos políticos y la
ciudadanía catalana que no son soberanistas, afirmando sin ningún disimulo, que
convocará esas elecciones sólo si tiene la garantía de ganarlas, es algo que no
deja de sorprender e incluso preocupar.
Oír, como si estuviéramos ante la quintaesencia de la
generosidad patriótica, tácticas sobre los criterios de listas electorales:
únicas o separadas, de país, listas del President, listas del procès, cuando la
realidad, y no se le escapa a nadie, es la simple y terrenal razón de la
imperiosa necesidad de maquillar debilidades y buscar un desesperado salvavidas
político, no es nada gratificante para quienes creen que el juego electoral es
algo más que un simple juego de cortos intereses partidistas.
Oír con grandilocuentes palabras explicar las
conversaciones o negociaciones entre CDC y ERC para convocar dentro de ocho
meses, el 27 de septiembre las, según nos dicen, más trascendentales elecciones
de los últimos 300 años de la historia de Catalunya, no deja de causar
perplejidad, cuando sabemos que el centro de la discusión ha estado, sin muchos
disimulos, en quién atrapa a quién o quién gana a quién.
Pero hoy, y cada día que pasa más, la
realidad de este debate, el proceso hacia la independencia, pierde interés o, al menos, tiene que compartir actualidad. Lo hemos
visto en estas fiestas de Navidad y Fin de Año cuando de forma muy generalizada
que, para la mayoría de los ciudadanos, el tema central de nuestras apasionadas
conversaciones ha girado en torno a las próximas elecciones al Congreso de los
Diputados y sobre las encuestas recientes que anuncian cambios radicales.
Las conversaciones se han centrado en opinar sobre
el nuevo cuadro político y el papel de los nuevos actores surgidos desde las
elecciones europeas. El protagonismo de las discusiones no han sido el
si o no a la independencia de Catalunya. Han sido sobre la
bondad o maldad de las propuestas de Podemos. No han sido sobre Mas o
Junqueras. Han sido entre quienes ven a Pablo Iglesias como un iluminado
peligroso y quienes le ven como el esperado líder y futuro presidente del
gobierno de España.
Ésta ha sido la agenda en la mayoría de las comidas, cenas
y copas en estos días, junto a la corrupción, la recuperación económica
real o no, la precariedad laboral, el paro, la desigualdad y las miles de
personas afectadas por la hepatitis C y no "el procès" Porque
es ahí donde la mayoría de la sociedad tiene puestas sus preocupaciones o
esperanzas. Son las cosas de la vida de lo que han hablado con pasión y
preocupación en la mayoría de los hogares españoles, y también en Catalunya.
Una realidad muy distinta a la del pasado año, pues parece mentira que
hayan pasado sólo dos meses desde aquel 9 de noviembre, donde el derecho a
decidir, o mejor dicho, la independencia o no de Catalunya acaparó nuestras
conversaciones.
Y ahora el 27 de septiembre, otra efeméride histórica más
para el consumo interno. Otra vez en la noria de las elecciones permanentes y
una coartada más para poder aplazar la gestión de gobierno y la solución de los
problemas, sustituyéndolo por más discursos grandilocuentes, más
banderas, más himnos, mientras nuestras empresas, universidades, centros de
investigación, escuelas, hospitales, personas dependientes seguirán esperando
soluciones.
Qué pereza da volver a empezar otra vez más, con más
publireportajes y debates monotemáticos en los medios de comunicación
oficiales. Otra vez nos pasarán a toda velocidad la película para intentar que
se difumine la cruda realidad de nuestro país, que reclama soluciones urgentes.
Como aquel hombre de la fábula que tenía tanto miedo de sus huellas que, en
lugar de caminar, siempre corría, cuando lo único que conseguía era aumentar el
número de éstas, que es lo que le sucede a Catalunya, donde cada
día aumentan los problemas sin resolver. Sólo cabe esperar que toda la
izquierda y el movimiento sindical muy en particular, esta vez encuentren su
pancarta