¿Qué le está pasando a esa generación que durante los años
de la transición, la Constitución ,
los Pactos de la Moncloa y la adhesión ala
Comunidad Europea , vivió con orgullo su militancia política,
sindical, empresarial, así como en entidades profesionales y ciudadanas, y hoy
no pide la palabra para, desde su experiencia, rebatir con argumentos y
conocimiento, las descalificaciones de la acción política de aquellos años?
¿Qué le retiene a esta generación y la acalla, cuando por
primera vez en este país, con una larga historia tan poco edificante en el arte
de la política, en aquellos momentos especialmente complejos y difíciles, fue
capaz de construir un edificio de convivencia democrática que ha sido ejemplo
de inteligencia, madurez y generosidad?
¿Qué razones --o complejos-- explican el silencio de quien
conoce bien el valor del trabajo realizado, que con orgullo e ilusión abrió un
tiempo nuevo de esperanza y supo enterrar los viejos demonios que tantas veces
han perseguido nuestra convivencia, haciendo de España durante décadas un lugar
injusto, triste, pobre y atrasado?
¿Qué hace que permanezca muda ante las críticas feroces de
esos sectores de la opinión pública y de dirigentes políticos, que nos explican
que aquello fue un pacto entre élites y que la razón y causa de todos nuestros
problemas de hoy están en el pragmatismo, el diálogo y el consenso entre
diferentes de aquellos años que edificó nuestra convivencia, una práctica, por
cierto, ajena a nuestra historia y presente y al parecer podría también ser
ajena a nuestro futuro?
¿Qué le pasa a esa generación comprometida, idealista y
activista, en la que la parte más brillante de cada disciplina y actividad se
comprometió en la cosa pública y en mejorar su país, que hoy no es capaz de
salir en tromba a defender una de las pocas obras decentes de nuestra negra y
triste historia política llena de desprecio de la cosa pública, de sectarismo e
individualismo que explican muchas de las razones de nuestro histórico retraso
social y económico?
Porque deberíamos saber que nuestros problemas no vienen,
ni están en los fundamentos del edificio que se construyó desde el dialogo, el
consenso y la concertación. Ni tampoco son la causa de nuestra incapacidad de
ver como día a día se iban degradando los muros, vigas y columnas fundamentales
de ese edificio que constituyen las reglas democráticas, el control y la
transparencia de las instituciones y que han provocado la pérdida de su
credibilidad.
Nuestros males no están en el edificio ni en sus
materiales, por deficientes que éstos fueran. La razón deberíamos buscarla en
sus habitantes porque nos ha fallado la ética política y ciudadana
equivocando las prioridades, devaluando injusta y temerariamente el valor
del trabajo, la formación y el esfuerzo frente a la especulación y el
endeudamiento, devaluando el valor de lo colectivo y la cooperación frente la
mistificación del individualismo.
El edificio está destrozado por el mal uso y la falta de
cuidados por parte de sus vecinos que somos la sociedad española. Un edificio,
España y sus instituciones, que precisa una urgente reparación que sólo puede
venir desde el diálogo y el compromiso común. Que no vendrá de las soflamas de "pared
contra pared", aunque a corto plazo puedan dar altos réditos electorales a
los dos extremos que la defiendan. Ni tampoco vendrá por dinamitarlo o que una
parte de sus vecinos abandonen el edificio para construir otro más pequeñito
con los mismos materiales degradados.
Saldremos de esta crisis si nuestras instituciones son
capaces de repararse y ejercer su liderazgo, con valentía e inteligencia. Cosa
que es muy probable que nos demuestren en estos días, una vez más por cierto,
las dos grandes Confederaciones Sindicales, CCOO y UGT, con la firma del
Acuerdo con la Patronal ,
dando un buen ejemplo del valor del diálogo y la negociación y que sería justo
que sus protagonistas recibieran el reconocimiento social que merecen. Pero es
muy posible que no sea así, porque sabemos bien que, en nuestras tierras y en
estos tiempos, las posiciones más proclives a las complejidades de la sutil
negociación y el diálogo no salen bien en la pantalla de televisión. Como
tampoco el reivindicar y defender hoy el valor de aquella transición.