Que Catalunya y los catalanes somos especiales, es un hecho
irrebatible, no solo, porque, como dijo Francesc Pujols (1882-1962) y repetía
el pintor Salvador Dalí, ‘llegará un tiempo en el que los catalanes, por el
solo hecho de serlo, iremos por el mundo y lo tendremos todo pagado’, ni por el
hecho que cada mes celebremos una efemérides o cada trimestre se afirme ‘que
vivimos un nuevo acontecimiento histórico’. Ni tampoco porque tengamos tantas
cosas que son más de lo que son, como el Barça más que un club, Montserrat más
que una montaña, el Palau de la
Música más
que un auditorio, TV3 más que una televisión o La
Caixa , mucho más que una entidad financiera.
Somos tan especiales que dos importantes y muy respetables
entidades, como Asamblea Nacional de Catalunya (ANC) y el Omniun Cultural,
también son más de lo que son, aunque ambas juntas cuenten con menos de la
mitad afiliados que cualquiera de los dos sindicatos, CCOO o UGT, en Catalunya.
Así que cuando hablan o entran por la puerta de las instituciones, para algunos
medios de comunicación y para las propias instituciones, son nada menos que la
voz y la representación de la sociedad civil catalana.
Somos tan especiales que desde hace unos años convivimos dos
mundos tan distintos que si los midiéramos por sus estados emocionales y sus
percepciones, bien podrían parecer que habitan en galaxias distintas. Dos
mundos, el independentista y el que no lo es, conviven sin prácticamente
fricciones en la cotidianidad de la familia, del trabajo o de las amistades,
algo que debe decirse y reconocer para acallar algunas las alarmas
malintencionadas. Dos mundos diferentes, no porque cada uno de ellos pertenezca
a diferentes estamentos y clases sociales o respondan a ideologías distintas,
sino porque sienten urgencias y preocupaciones distintas dada su posición
favorable o no a la independencia de Catalunya.
Por una parte, el mundo independentista, hipermovilizado y lleno
de emociones, con la sensación de estar viviendo en plena y constante
excitación colectiva. Un mundo formado por personas y colectivos que se sienten
protagonistas de la historia pues han encontrado la explicación a sus males:
más fácil que la tediosa lucha de clases o la confrontación de modelos
económicos, sociales e ideológicos en los que se dividen las sociedades
modernas y democráticas. Más fácil y movilizador, hoy, aquí, fuera de aquí y
siempre a lo largo de la historia, por haber encontrado la solución a
estos males: un enemigo común.
Todos juntos movidos por la fuerza motriz del patriotismo: ricos y
pobres, derechas e izquierdas, los trabajadores y sus empresarios. Todos
juntos, cargados de emociones sanas, nobles, llenos de ilusiones, viviendo en
comunión ese momento trascendental de sentir un sueño, sobre el que gira y ha
girado desde hace meses toda la vida social, mediática, política e
institucional en Catalunya, como un circuito cerrado, retroalimentándose de sus
propias redes sociales, de sus medios de comunicación, de sus imágenes, de sus
noticias, de sus informes económicos, de su revisión de la historia, etc.
Y en la otra cara de la luna, como en otra galaxia que está a años
luz, el otro mundo, la otra mitad, más o menos, de la sociedad catalana
escéptica e incrédula que asiste distante a la excitación social que viven
algunos de sus conciudadanos y la mayoría de las instituciones públicas
catalanas. Ese otro mundo, el de catalanes y catalanas que viven con
indiferencia las banderas esteladas en los balcones, en las rotondas o en el
ayuntamiento de su pueblo o ciudad. Ciudadanos y ciudadanas que ni ven, ni
oyen, ni leen los medios de comunicación independentista, que viven su
cotidianidad ausentes de las efemérides y de esos grandes hechos históricos que
dicen están sucediendo día a día.
Dos mundos, que vivirán la próxima consulta electoral también de
forma y movilización muy diferente, pues para el mundo independentista, estas
elecciones son, también, más que unas elecciones: son un plebiscito y la última
oportunidad, hasta la próxima, para romper con el pasado y abrir la
ventana a un nuevo amanecer. El 27 de septiembre para el mundo independentista
es el primer paso para poner los cimientos de un nuevo estado independiente, dicen
más justo y más moderno, más rico e innovador, más social, más todo,
Por el contrario, para el no independentista menos movilizado,
este 27 de Septiembre, es sólo, pero nada menos, el momento de evaluar la
gestión del gobierno de Artur Mas y elegir quién gobernará y con qué políticas
se gestionará la sanidad, la atención a las personas en situación de
dependencia, el medio ambiente, la enseñanza, la vivienda, los derechos
sociales, las políticas de igualdad, etc.
Pero, lo más previsible, según sea el resultado electoral, en la
noche del 27 de septiembre, es que una parte de la sociedad catalana podrá
añadir una efeméride más a su particular calendario para seguir soñando, como
puede soñar que está volando el que se tira del piso 90 antes de llegar al 2º
piso. Para luego seguir, que no ha sido nada, hasta que llegue el famoso y
anunciado choque de trenes. No vaya a suceder que se les joda el invento
porque al final fuera a triunfar la opción, que de verdad es muy
mayoritaria en Catalunya (Metroscopia junio 2015), de una Catalunya formando
parte de España reformada, pero con nuevas y garantizadas competencias, ya que
Catalunya es mucho más, por suerte, que los intereses, en el fondo tan
parecidos, que representan los señores Aznar y Mas.