Entre
los muchos méritos que los máximos dirigentes de CCOO pueden presentar en el
balance de gestión del próximo XI Congreso que se celebrará en julio, se
encuentra el de haber implantado un estilo de dirección donde ha primado el
orden y la unanimidad en una organización compleja como es un sindicato. Y más
en la actual sociedad, tan convulsa y particularmente crítica con todo lo que
representa la autoridad y la jerarquía en las organizaciones y las
instituciones.
Este
buen resultado ha permitido aguantar e impermeabilizar a la organización de los
brutales ataques que, por tierra, mar y aire, ha recibido el sindicalismo en
estos últimos años. Pero cuando se abre un nuevo ciclo renovado en la dirección
del sindicato, este resultado no debería esconder la necesidad de abrir,
integrar y representar la diversidad que conforma hoy la clase trabajadora. No
me refiero a pluralidad ideológica y política que siempre ha estado garantizada
por los estatutos del sindicato, como en ninguna otra organización, sino a su
creciente heterogeneidad y diversidad social.
Una
clase muy distinta de cuando se crearon las actuales normas y estructuras de
los sindicatos. Tan distinta como lo es la empresa actual de aquella del siglo
pasado, en la que se formaron la mayoría de los
actuales dirigentes sindicales. En esa época la complejidad el trabajo podía vencerse troceando en tantas partes como la
estructura jerárquica permitía, o cuando la común regla de
oro en la gestión y organización era la uniformidad en las condiciones de
trabajo, el orden y la disciplina.
Pero
hoy la mayoría de las empresas y el mundo del trabajo tienen muy poco que ver
con aquella empresa y sociedad del taylorismo. Las empresas forman parte de sistemas entrelazados
que requieren organizaciones más abiertas, más flexibles y planas. Y
sindicatos menos verticales, más abiertos a la diversidad y con estructuras que
cooperen entre sí.
Se
requieren nuevas cualidades y capacidades para dirigir las organizaciones de
hoy, con nuevas formas y competencias que permitan gestionar las excepciones,
la diversidad y la discrepancia, y que sepan administrar esta nueva realidad
donde, en expresión de Daniel Innerarity: ¨el orden en una organización
inteligente es el desorden domesticado”.
Sabemos
que el sindicalismo tiene serios desafíos. Uno de ellos, como han venido
insistiendo los máximos dirigentes de CCOO durante los últimos cuatro años, es
repensar muchas verdades que ayer sirvieron para construir un pasado heroico y
que hoy precisan actualizarse para seguir siendo útiles a los trabajadores y a
las trabajadoras que aspiran a representar. De donde se deriva la necesidad de
conjugar con acierto el pasado, presente y futuro, un reto que CCOO ha sabido
condensar extraordinariamente bien en el eslogan: “hicimos, hacemos y
haremos historia”.
Hay
que honrar el pasado como se merece y reforzar el orgullo de la función del
sindicalismo, de su historia y del valor de la militancia sindical, en
particular en CCOO. Pero igual de imprescindible será, como se ha dicho, releer
muchas verdades que el acelerado cambio social, económico, cultural y
tecnológico exigen adaptar y aprender, re-aprender y actualizar todo lo
sabido. Conscientes de que nada aprende quien en todo ve la ocasión de
confirmar y reafirmar lo que ya sabía. Si seque quiere afrontar el reto que
apunta Unai Sordo en la reciente entrada de su Blog,:“la
adaptación a la nueva tipología de situaciones en el mundo del trabajo, la
necesaria flexibilidad de las estructuras y recursos del sindicato".
Un
reto para el que será imprescindible evitar el riesgo que corren aquellas
organizaciones que perciben la pluralidad como un riesgo, la diversidad y las
diferencias como un error a corregir, cuando precisamente constituyen todo lo
contrario. No hemos de olvidar que un grupo de personas que expresan la
pluralidad y la diversidad son más efectivas y obtienen mejores resultados que
quienes, muy inteligentes pero demasiado similares, dan siempre la razón y
permanentemente confirman que estamos en lo cierto.
Recordemos,
que no es de la inercia y la
rutina, ni tampoco de la jerarquía, de donde nace la creatividad de las
personas, ni la innovación a la que debería aspirar toda organización, en
particular hoy el sindicalismo, si quiere estar viva. Que ello es siempre el
fruto de la duda, de la incómoda pregunta, también del conflicto leal y
ordenado.