Quim
González Muntadas
Ayer, 17 de septiembre de 2019, tras
el anuncio de que el Rey no tenía propuesta de candidato para la convocatoria
de una nueva sesión de investidura, al escuchar a Pablo Iglesias explicar lo
que según él habían sido las causas por las que han fracasado las negociaciones
que permitieran investir presidente a Pedro Sánchez, y lo que representaba el
que se hubiera frustrado la creación de un gobierno progresista como él ha
propuesto, me he acordado de este chiste:
Un ruso, nuevo rico, conduce a gran
velocidad por la carretera con su flamante coche. Se estrella contra un árbol y tras
unos segundos emerge del desastre y gime:
─Mi Mercedes... Mi Mercedes...
Los médicos de la ambulancia que le
están atendiendo le dicen:
─Pero señor... ¡Qué importa el auto! ¿No
ve que ha perdido un brazo?
Y mirándose el muñón sangrante, el
hombre llora y sigue gritando:
¡Mi Rolex! ¡Mi Rolex!
Tuve la sensación de que Iglesias se
parece al nuevo rico ruso que se lamenta por haber perdido primero el Mercedes,
y luego el Rolex, sin capacidad para ser consciente de que lo que de verdad ha
perdido tenía un valor infinitamente mayor y representaba una pérdida mucho más
grave, puesto que acababa de perder parte de su brazo.
En esta frustrada negociación, lo
grave de verdad que ayer hemos perdido la clase trabajadora y los sectores
progresistas de este país, lo más grave de este fracaso, no es que él y UP no
estuvieran en el reivindicado gobierno de coalición, aunque creo que hubiera
sido una muy buena noticia que hubiera aceptado la propuesta de acuerdo que
tuvo encima de la mesa en el mes de julio. La verdadera catástrofe es que se ha
frustrado un posible programa de gobierno con el que se podían sentir
identificados los sectores que Podemos dice que aspira a representar.
Con este párrafo no pretendo
responsabilizar en exclusiva, ni mucho menos, a UP, ni a su líder Pablo
Iglesias, del fracaso de las negociaciones. Porque ahí está también la gestión
errónea, errática y amateur de Pedro Sánchez, empezando por el error de
anunciar desde una cámara de TV lo que nunca un buen negociador haría, el veto
a Pablo Iglesias. La primera norma de Técnicas de Negociación es no atacar y
descalificar al interlocutor, y centrarse en las propuestas. Y, en la misma línea
de descalificaciones, el que Pablo Iglesias afirmara que querían estar en el
Gobierno, no para aplicar un programa común consensuado con el PSOE, sino
porque “no se fiaban” de Pedro Sánchez, del PSOE.
Creo que en el fondo la explicación última
de este desaguisado también la tendremos que buscar en los nuevos estilos de
dirección que se han impuesto en los partidos políticos. El hiperliderazgo que
ha hecho desaparecer el debate colectivo y con ello los contrapesos que
necesita toda organización, eso de la tesis, la antítesis y la síntesis. Ha
desparecido la estructura de los partidos y, como dijo el sabio, “estructura es
lo que dura”. Y es este hiperliderazgo lo que da lugar a que muchas veces la
estrategia no sea más que los humores, las fobias y las filias del líder. Sin
esta realidad no se entenderían las purgas que viven y vivirán todos los
partidos tras los congresos: sobran “todos aquellos que no me votaron en las
primarias o en el Congreso como Secretario General o Presidente del Partido”.
Sólo así, con estos hiperliderazgos,
se entiende que está negociación fuera lo más parecido a una serie televisiva
que bien podría llevar el título de “Juego de adolescentes o de egos”.
Pero ahora viene lo peor, la nueva
campaña electoral, ahora viene el “yo no he sido”. El todos contra el PSOE y el
PSOE contra todos. Las descalificaciones y las medias verdades entre la
izquierda. Mientras, la derecha a esperar que la frustración o el sectarismo,
el ver quién la dice más gorda, lleve finalmente a que amplios colectivos de la
izquierda no vayan a votar.
No es ciertamente una perspectiva muy
constructiva, ni entusiasmante. Pero yo
iré a votar el próximo 10 de noviembre, y votaré a los mismos que el 28 de abril.
No porque lo haya hecho bien la candidatura que entonces elegí. Sólo porque no
lo ha hecho peor que las demás.
Nos va mucho a los trabajadores y
trabajadoras, que no nos pueda el desengaño.