Si al llegar a nuestro país, una persona leyera lo que publican
algunos medios de comunicación, escuchara la opinión de prestigiosos
empresarios, o atendiera las reflexiones de los dirigentes del Partido Popular,
concluiría que la explicación de nuestros problemas y de la larga lista de
déficits que padecemos -altísimo desempleo, baja productividad, escasa
inversión en I+D+i, deficiente formación, o nula coordinación entre las
diversas Administraciones Públicas-, es el mercado de trabajo, y los
responsables, los sindicatos.
Explicación
que, sin un gramo de humildad, han expresado tanto los primeros
ejecutivos de empresas constructoras, energéticas o bancos, como sus
muchos centros de estudios que negaron, informe tras informe, la existencia de
burbuja alguna y que, ahora sin rubor, cargan la responsabilidad de todos
nuestros males a los salarios y al coste del despido de los trabajadores.
Y por supuesto sin citar que ellos, los ejecutivos españoles, son uno de los
colectivos que mejor soportan la comparación de sus condiciones salariales con
sus homólogos europeos.
Podemos
oírselo a directivos de Cajas de Ahorros que día tras día han reclamado
reformas de nuestro sistema de pensiones por lo elevado de las mismas,
para luego descubrir sus indecentes y millonarios planes privados. Leemos y
escuchamos a medios de comunicación clamar contra las subvenciones a otros
organismos y entidades, mientras siguen subsistiendo gracias a éstas.
Escuchamos a catedráticos reclamar el despido más fácil y barato, sin mirar ni
por un instante la realidad de sus condiciones de empleo, a quienes si se
aplicaran solo un tercio de las recetas que nos extienden a los demás,
mejorarían notablemente la competitividad y la calidad de nuestro sistema
universitario.
Vemos a
partidos políticos, que desde el gobierno o desde la oposición, han estado
otorgando o exigiendo multimillonarias inversiones de muy baja productividad,
sean éstas AVES sin justificación económica y con trazados que sonrojan al
sentido común, aeropuertos que se quedan sin aviones al agotar las subvenciones
a las compañías aéreas; autopistas sin tráfico que jamás cubrirán los costes de
inversión y de explotación; parques temáticos que hoy son cementerios de cartón
piedra; suelo urbanizable sobre el que no se construirá absolutamente nada en
muchos años, o puertos sin barcos. Se ha confundido inversión en
investigación con construcción de edificios para investigar, y así nuestros
jóvenes investigadores emigran igual que emigraban (no sólo ahora, repasemos
las denuncias de los jóvenes becarios en estos últimos 15 años).
Da igual,
todo este despilfarro se olvida.
Afrontarlo
merecería respuestas demasiado complejas y responsabilidades demasiado
compartidas y algo más de modestia. Significaría abandonar la fácil explicación
de que casi todos nuestros problemas -el grave desempleo, la baja productividad
y las dificultades para mejorar nuestra competitividad- se encuentra en
nuestras leyes, en las normas laborales y por extensión en los sindicatos.
Explicación
muy útil para exonerar de responsabilidades a parte de la clase dirigente
que en el pasado ciclo económico ha cometido serios errores, colectivos y
particulares, por su incapacidad de fijar prioridades sociales, económicas y
políticas, de impulsar y promover el tránsito desde un modelo productivo basado
en el bajo valor añadido, escasa formación y bajos salarios, dominado por la
pequeña empresa y dirigida al consumo interno, hacia un sistema productivo
demandante de un mejor sistema educativo, de mayor innovación, de mayor
esfuerzo en investigación, de más internacionalización, de mayor tamaño de las
empresas y alianzas, y que finalmente ha terminado por dilapidar los mejores
años de nuestro crecimiento económico.
Para este
objetivo se precisaba empleo estable, se necesitaban trabajadores motivados y
comprometidos con el proyecto de su empresa, y se precisaban empresarios
fiables y arriesgados. Políticos que tratasen a los ciudadanos como adultos a
los que se les dice la verdad por muy cruda que sea. Medios de comunicación sin
sectarismos descarados para que sus portadas no se escriban el día antes de la
noticia. Se precisaba enterrar, de una vez por todas el combustible que ha
movido este país en los últimos 15 años: el fácil discurso del agravio comparativo.
Pero
también se precisaban patronales con objetivos más allá de reiterar año tras
año la misma consigna, esté el país en crecimiento o en recesión; que por una
vez asuman su cuota de responsabilidad en los déficits que denuncian porque,
efectivamente, la tienen en las carencias de nuestra negociación colectiva y en
los contenidos de los convenios o en el sistema de formación continua; con una
relación más autónoma con el poder político y mucho más seguras de su propia
capacidad de negociación, defensoras de su autonomía como agentes sociales,
como en todos los países de nuestro entorno.
También los
sindicatos debemos analizar con rigor cuál ha sido nuestra actuación,
preguntarnos con valentía si nuestras prioridades, durante el pasado ciclo de
crecimiento económico, han recogido y expresado los cambios que nos demandaba
la nueva realidad en las empresas y en los sectores. Preguntarnos por qué ha
sido tan difícil, precisamente en la fase de fuerte crecimiento, reforzar y
reformar la débil estructura de la negociación colectiva. Y preguntarnos si
hemos sido capaces de ajustar, con la precisión necesaria, las prioridades y
demandas de los colectivos de mujeres, jóvenes, becarios, eventuales o
trabajadores de pequeñas y pequeñísimas empresas.
Somos conscientes
de que también en el sindicalismo tenemos asignaturas pendientes, muchas de
ellas comunes a la mayoría del sindicalismo europeo: es necesario afrontar una
cambiante realidad que reclama, y seguirá reclamando, nuevas políticas
sindicales, que deberían orientarse a conseguir mayores niveles de
participación de los trabajadores y trabajadoras, a la implicación en la marcha
de la empresa y en la organización del trabajo, hacia los nuevos sistemas de
retribución más flexibles y hacia mayores compromisos de los trabajadores con
la formación permanente. Y somos conscientes también de la necesidad de cambios
en las estructuras organizativas para que respondan con eficacia a las nuevas
demandas de los trabajadores y trabajadoras a los que aspiramos representar.
Los
sindicatos hemos dado ya unos primeros pasos, difíciles, costosos y no
fácilmente entendidos por amplios sectores de la sociedad. Lo hemos expresado,
primero, con el Acuerdo de Pensiones y, hace escasas semanas, con el AENC II.
Un acuerdo que supone un acta del compromiso sindical con el empleo, que
modifica y adapta lo pactado hace dos años en respuesta a la nueva
realidad de crisis y desempleo, y que en muchas de sus materias, representa un
cambio brusco de las tradicionales aspiraciones sindicales: moderación de
rentas, vinculación de salarios a la productividad, acuerdo sobre mecanismos de
mediación y arbitraje o introducción de nuevos mecanismos de flexibilidad
interna.
El Gobierno
no ha querido valorar este compromiso solamente unas semanas antes de aprobar
su Reforma Laboral, y ha despreciado un instrumento que impulsaba el cambio
cultural en las relaciones laborales e industriales, y un método, el diálogo
y el acuerdo, siempre mucho más eficaces que su imposición.
Estamos a
tiempo de corregir el camino andado, el del miedo en las empresas, el tiempo de
la desconfianza, el de los previsibles abusos, el del enfrentamiento y la
conflictividad laboral y social, inevitables si se sigue sin corrección en el
camino ahora emprendido.
La gravedad
de la situación exige el compromiso de todos los sectores de nuestra sociedad,
políticos, económicos, sociales. Precisamos de menos altanería, menos
sectarismo, menos verdades inmutables; en una palabra, menos autosuficiencia.
Porque las soluciones vendrán de la suma de esfuerzos, de una mayor
credibilidad, de una sincera y real explicación de las causas de la
crisis, y para ello necesitamos más generosidad, modestia y humildad, virtudes
poco comunes en nuestro quehacer político como país, pero bases imprescindibles
hoy para generar el necesario clima de confianza social. Es lo que con
contundencia demandó el pasado 29M, en el cierre de la multitudinaria
manifestación en la Puerta
del Sol de Madrid, el Secretario General de CC.OO. Ignacio Fernández Toxo con su
propuesta al Gobierno, a la CEOE
y a los grupos políticos del Parlamento, de un PACTO GLOBAL POR EL EMPLEO Y LA RECUPERACIÓN DE LA ACTIVIDAD ECONÓMICA.
No haría
bien el Gobierno manteniendo actitudes que pretenden expresar autoridad y en el
fondo esconden debilidad,-la de ser valiente con los débiles y sumiso con los
fuertes- si no negocia y corrige la Reforma Laboral y la reorienta hacia la suma de
voluntades y al Pacto Social; porque de ésta crisis no saldremos sin altas
dosis de humildad y de dialogo.