Hoy podemos decir, sin duda alguna, que la táctica que ha venido
desarrollando el movimiento independentista en Catalunya ha sido brillante y
que merece un 10, dado que ha conseguido invertir a favor de su causa, en
menos de cuatro años, las encuestas de opinión.
Ha sabido llegar a los marcos mentales (“frames”, concepto
acuñado por George Lakoff, lingüista y profesor de la
Universidad de
Berkeley, en a su libro “No pienses en un elefante”) de la mayoría de la
ciudadanía en Catalunya, consiguiendo lo más difícil a la hora de
construir un proyecto: que, los convocados a la movilización y a la acción,
sientan la épica y el convencimiento de que están haciendo historia.
Ha sabido aprovechar a su favor los fuertes aires resultantes de
la grave crisis económica que vivimos, presentándola no tanto como el resultado
de unas malas políticas de derechas o izquierdas, sino como responsabilidad del
gobierno español, obviando así toda responsabilidad, con estas políticas, de
CiU. Ha sabido aprovechar el desprestigio de los políticos, la indignación por
los recortes, el deterioro de la marca España, los errores garrafales y el
electoralismo a la hora de tratar los problemas territoriales por parte de las
fuerzas políticas y los gobiernos de España. Ha aprovechado también la
manifiesta inquina que desprenden los medios de comunicación de la derecha
española más extrema hacia Catalunya y los catalanes. Medios que son
presentados como la voz de España o de los españoles, cuando no son más
que una minoría, aunque con potentes altavoces.
Y, todo hay que decirlo, han contado con la ventaja posicional
que representa la ausencia durante meses de la izquierda social y política
catalana en el campo de juego del debate. Consecuencia de sus dudas, complejos
y contradicciones a la hora de contraponer argumentos y debatir alternativas a
la independencia, dejando así el atril a la derecha centralista con argumentos
que hacen sonrojar a un demócrata. O en manos de algunos con posiciones que
destacan por su extremado ataque a derechos inalienables de la lengua y la
cultura catalana, lo que ha representado el mejor regalo para el
independentismo.
Un silencio, el de la izquierda social y política, que le ha
llevado durante demasiado tiempo: a unos contemplar el baile de la fiesta por
la independencia desde el balcón con las manos en la cabeza de preocupación
y a otros a responder con medias palabras, argumentando que aún no toca
el debate sobre independencia, no toca debatir sí o no. Sentados y tristes en
un rincón de la plaza, para que nadie diga que no están con la mayoría social,
pero sin bailar, o bailando solos, porque, aunque el cartel de la entrada anuncie
"por el derecho a decidir”, la música, la letra, el baile, la alegría y el
entusiasmo del público, como repiten insistentemente por la megafonía, responde
al son de la independencia.
El otro gran acierto del independentismo, que merece otro diez
en táctica, ha sido, cuando se anuncia y se presume por tantos foros la muerte
de las ideologías, el haber sabido crear e impulsar instrumentos y plataformas
a favor de la independencia que permitieran disimular al partido hegemónico en
este proceso, ganando a la vez la prestigiosa y cotizada marca de
“trasversales” y de “sociedad civil” y superar, como tantos predican, la tan
dichosa división de derechas e izquierdas. Hoy lo que toca y manda es algo más
potente y menos terrenal: el patriotismo y “la libertad de un pueblo”.
Por esto vemos en los balcones, en las fiestas mayores de las
ciudades y pueblos, en los pasillos de los institutos o de la universidad de
Catalunya, la movilización por la independencia, un movimiento que ha sabido
encontrar ese lenguaje positivo y amigable, para los marcos mentales de una
sociedad democrática, como son “votar es democracia”, “democracia
frente a leyes”, “independencia es futuro”, “España es el pasado” y etc, etc.
El mensaje positivo que ha sabido construir el independentismo,
debido también a la ausencia de un debate de lo sustantivo sobre la
independencia, sus contenidos y consecuencias, merece ser respondido por algo
más que las consignas, tristes y grises, como son: la ley, los fiscales y la
nada movilizadora “todo está bien y no hay nada que tocar” del Partido Popular.
Porque aquellos catalanes que no compartimos la opción de la independencia, que
creemos que sería un error, subrayo un error no un delito, necesitamos, porque
somos los primeros interesados, se vote o no el 9 de noviembre, que de una vez
por todas se abra el debate en serio con propuestas, positivas y también
ilusionantes. Contraponiéndole un proyecto real de reformas profundas que
permita un debate real más allá de las emociones y más propio del Siglo XXI en
una sociedad moderna, como es Catalunya, que no necesita ir a encontrase a si
misma en los romances de tres siglos atrás.
Es urgente abrir el debate real, no se puede secuestrar por más
tiempo la discusión sustancial, que no es otra que el sí o no a la
independencia, y ahí están llamados, no pueden esperar más para hablar y dar su
opinión, los grandes, medianos y pequeños empresarios, los colegios
profesionales, las universidades, las patronales con sus empresas etc. No
pueden esperar más los sindicatos para abrir al debate en sus estructuras, con
sus afiliados y con los trabajadores en las empresas.
Debatamos por favor, al menos para evitar que cuando llame a mi
puerta algún voluntario de la
ANC estas
próximas semanas para preguntarme qué Catalunya quiero para el futuro, yo haya
podido leer, estudiar y escuchar algo más que la propaganda de colorines de
unos y el BOE de otros.
Por favor, abran los medios de comunicación públicos y privados
el debate de lo sustantivo y abandonen el espectáculo en sus tertulias.
Elaboren estudios, contrasten opiniones y análisis. Por favor,
comportémonos como un país maduro y democrático. Guarden los panfletos.
Atrevámonos a debatir con rigor y libertad. Debatamos antes que nos pille el
tren.