Un dicho cheroqui dice:
“Escucha los susurros y nunca tendrás que escuchar los gritos”.
“Escucha los susurros y nunca tendrás que escuchar los gritos”.
Ignacio Fernández Toxo, Secretario General de CCOO, afirmó hace
ya bastantes meses, refiriéndose a su sindicato: “Debemos mirar más
profundo, más hacia nuestro interior para ver cómo estamos haciendo las cosas y
cómo debemos hacerlas. En la lógica de repensarnos, debemos caminar hacia una
nueva ética militante”. Y lo ha repetido con idénticas o muy
parecidas palabras en sus discursos y entrevistas. En su discurso en la 2ª
Asamblea Confederal del pasado mes de marzo, Cándido Méndez, secretario General
de UGT, afirmaba con la misma voluntad que UGT necesita “un cambio integral
en la estructura del sindicato. Hay que cambiarlo desde abajo, hemos hacer del
sindicato una organización más cercana a los trabajadores”.
La contundencia y radicalidad de estas afirmaciones expresan que
la dirección de ambos sindicatos coincide en la necesidad de impulsar un cambio
en sus estrategias y prácticas. Un “cambio profundo” que precisará de
innovadoras reformas en sus estructuras, puesto que demanda nuevos
procedimientos, nuevas normas y códigos más eficaces, como los que ya están
debatiendo y aprobando estos dos sindicatos para garantizar el más absoluto rigor
y transparencia en unas organizaciones especialmente complejas por su dimensión
y sus descentralizadas estructuras.
El cambio que anuncian los líderes sindicales de CCOO y UGT va
más allá de resintonizar algunos mensajes para adaptarlos a los actuales medios
tecnológicos y de comunicación, van mucho más allá de actualizar y modernizar
su imagen y lenguaje, mucho más que un cambio defensivo frente a las evidentes
dificultades que vive hoy el mundo del trabajo y en particular el sindicalismo,
como consecuencia de la crisis, la precarización, el individualismo etc… que
añaden nuevas dificultades a la actividad sindical.
El cambio que anuncian aspira a ser transformador, ya que
responde a la voluntad de “repensar y cambiar
desde abajo” estas organizaciones, como afirman sus secretarios
generales. Ello conlleva irremediablemente la necesidad de cambiar muchas
creencias, así como, y de forma particular, las actuales formas de
relacionarse con sus afiliados y afiliadas, innovando las formas e instrumentos
que estimulen y garanticen la participación y el protagonismo de la militancia.
Nuevas formas de dirigir, de comunicar y de participar, que recuperen el valor,
la emoción y el orgullo de la militancia sindical.
Un cambio para cuya gestión necesariamente deberán plantearse
las mismas preguntas que todas aquellas organizaciones, instituciones o
empresas que aspiran a impulsar un profundo cambio que mejore su función se
deben responder: ¿cuál es la visión y la misión del sindicato hoy?, o ¿qué
valores son los que comparte su militancia? Porque sin las respuestas a tales
preguntas difícilmente una organización puede producir el cambio profundo que
necesita, como afirma Peter Sege, autor de “La Quinta Disciplina ”
uno de sus éxitos relacionados con el cambio y el desarrollo organizacional, y
del que he tomado prestado el concepto de “la danza del
cambio” como título de este artículo.
Preguntas que aún no responden la mayoría de las opiniones que
leemos y oímos sobre lo que deberían o no deberían hacer los sindicatos para
afrontar sus dificultades. Opiniones, en su gran mayoría, centradas en el
contenido de las reivindicaciones, de los programas y de las políticas, como si
ahí estuviera el único o el principal déficit y, por ello, la solución a todos
sus problemas.
El militante sindical sabe que no es ahí donde residen las
principales dificultades a la hora de realizar su función. Que los problemas no
están en el contenido de lo que hace el sindicato, que en la mayoría de las
ocasiones es más de lo que puede. Sabe, por historia y experiencia propia, que
no hay recetas mágicas o universales ante realidades tan diversas y cambiantes
como es el mundo del trabajo en el que opera. Y más allá de su idealismo, que
es muy necesario en la militancia sindical, intervienen múltiples factores y
variables que determinan lo que proponen, defienden, negocian o acuerdan los
sindicatos en las empresas, en los sectores o en la concertación social como la
correlación de fuerzas, las leyes, los tipos de contratación, el tamaño de la
empresa, si es pública o privada, los niveles de afiliación, el sector
productivo, industria o servicios, la cultura empresarial, la unidad sindical,
la situación económica, el paro, la precariedad, etc. etc.,
El militante sindical sabe que no serán las generalidades ni los
radicalismos, tan comunes en la política, pero tan minoritarios en el
sindicalismo, hacia donde debe encaminar su práctica. Que lo que le debilita no
es la responsabilidad y el sentido común – que en general han presidido la
política sindical, como se confirma claramente, por citar algunos ejemplos, en
la banca o las empresas del automóvil, donde ambos sindicatos han negociado
medidas complejas y difíciles y donde los trabajadores y las trabajadores
afectados reconocen su buen trabajo con el voto mayoritario en las recientes
elecciones sindicales-. Ni les debilita firmar convenios colectivos, ERES,
reformas para el sostenimiento del sistema de pensiones, acuerdos salariales
con la patronal, e incluso negociar con un gobierno de derechas del PP las ayudas
necesarias, aunque insuficientes, para los desempleados. Aunque estas prácticas
puedan ser criticadas por muchos de los que coinciden con el sindicalismo en
las calles en la movilización social, posiblemente porque sólo ven su función
en las plazas y no en los centros de trabajo, no es ésto lo que ha debilitado
su papel.
El cambio profundo y necesario para el sindicalismo está, como
apuntan en parte sus líderes, en mejorar cómo se hacen las cosas y con quién:
la innovación más importante en la mayoría de las empresas y organizaciones que
han sabido generar nuevas formas de crear valor, donde se identifican las
diferencias entre unas personas, instituciones y organizaciones y otras,
reside, precisamente, en el cómo: cómo se dirige y se gestiona, cómo se
construyen las opiniones y se relaciona el sindicato con su afiliación y con el
conjunto de los trabajadores y trabajadoras; cómo se verifican los aciertos y
se aprende de ellos, y cómo se corrigen los errores con humildad y valentía,
cómo se valora el aprendizaje y la formación de sus cuadros.
Cambios que recuperen el valor y el orgullo para el conjunto de
hombres y mujeres comprometidos con el sindicalismo de esa “nueva ética
militante”, porque saben que no se puede pedir valentía y rebeldía sin ser valientes
y rebeldes. Y porque no falta ni valentía ni rebeldía entre los miles de
personas que forman estas dos organizaciones, CCOO y UGT sabrán realizar su danza del cambio para conseguir organizaciones capaces
de escuchar los susurros. Lo necesitan los trabajadores y trabajadoras, la
justicia social y la democracia española.