En California circula un adhesivo, de
esos que se pegan en el cristal posterior del coche. “¿No sabes qué es un
sindicalista? Es aquel que ha hecho que puedas disfrutar de un fin de semana”.
Enrico Deaglio
Enrico Deaglio
Si hay un colectivo de personas que
puede sentirse profundamente decepcionado por el escaso reconocimiento social
que recibe en relación al esfuerzo que realiza, son esas decenas de miles de
hombres y mujeres que voluntariamente han asumido la función de representar a
sus compañeros y compañeras de trabajo y que ejercen, con responsabilidad y
honestidad, su actividad de sindicalistas. Personas afectadas, más que nadie,
por los casos, excepcionales y minoritarios, que pueden haber manchado las
siglas de su organización, y que viven como un insulto las duras campañas de
descalificación y difamación que han venido sufriendo en los últimos años, y
que también saben que el sindicalismo en su larga historia ha vivido, combatido
y superado, similares dificultades y ataques por parte de quienes lo han visto
como un dique a su concepción reaccionaria de la empresa y la sociedad.
Con todo, los sindicalistas saben que su
principal riesgo reside en las dificultades que enfrenta para atender con
eficacia los profundos cambios que está viviendo el mundo del trabajo y su
fragmentación actual. En muy pocos años, y agravado por la crisis, comprueban
que se ha ido dibujando un nuevo mapa, con realidades diversas que poco tienen
que ver con aquellas relaciones laborales, industriales y políticas, no tan
lejanas en el tiempo, sobre las que se fundamentaron los sindicatos en el
pasado siglo, y sobre las que se construyeron las formas de organización,
relación y comunicación con sus afiliados y con los trabajadores, así como las
prioridades programáticas y reivindicativas a defender.
Cambios profundos que están exigiendo a
los y las sindicalistas nuevos conocimientos y nuevas competencias de gestión,
de comunicación y de liderazgo para ejercer con eficacia su función de
representantes sindicales en la empresa y en los sectores productivos. Nuevas
capacidades para representar y gestionar la enorme diversidad que hoy es la
característica principal y dominante en el mundo del trabajo y que el
sindicalismo, si quiere mirar hacia el futuro, debe entender y atender. Porque
aquella cómoda uniformidad de la clase trabajadora de ayer, así como su
traducción en la pesada e ineficiente estructura organizativa de su sindicato y
su rígida jerarquía, está quedando muy lejos.
Como en toda empresa y organización que
aspire a afrontar un cambio y salir de la zona de confort que da la seguridad
de hacer las cosas como siempre, al sindicalismo no le queda más opción que
abrirse de par en par al aprendizaje, y para ello sus dirigentes necesitan la
humildad de promover y estimular la creatividad para aprender de ella. Esa
creatividad que surge del atrevimiento y de la imaginación de decenas de
militantes sindicales que desarrollan, día a día, rompedoras prácticas y formas
de movilización y de lucha; nuevos procedimientos para elegir las candidaturas
para las secciones sindicales y para los comités de empresa; aprendiendo de
esas nuevas iniciativas que surgen en muchos centros de trabajo para estimular
la participación de los trabajadores y trabajadoras a la hora de construir la
plataforma de su convenio colectivo.
Esa creatividad que nace de la humildad
y de la duda que nos obliga a buscar las preguntas necesarias a la hora de
afrontar un problema y de promover el cambio personal o colectivo, más que la
seguridad de las conocidas y repetidas respuestas de siempre. De buscar esas
preguntas "poderosas" a las que se refiere la conocida frase de
Albert Einstein: "Si tuviera una hora para resolver un problema y mi
vida dependiera de la solución, yo gastaría los primeros 55 minutos para
determinar la pregunta apropiada porque una vez, supiera la pregunta correcta,
podría resolver el problema en menos de cinco minutos".
El sindicalismo es un territorio rico y
propicio para la innovación y la creatividad, pero aún está falto de canales
internos que estimulen la transferencia de conocimiento y experiencias, falto
de espacios que faciliten aprender de los aciertos y de los errores en las
formas de trabajar entre unos y otros. Y este requisito, tan imprescindible en
toda empresa y organización que aspire al éxito, se consigue atendiendo y
aprendiendo de la experiencia diaria que aportan los miles de sindicalistas que
trabajan en la empresa o militan en la base de la estructura del sindicato.
Las empresas innovadoras saben bien que
el germen de la innovación no surge de la jerarquía, ni tampoco de la
experiencia de haberlo hecho bien en el pasado, sino de quienes están en
primera línea de contacto con el cliente, con la frescura, el riesgo y el
arrojo necesarios para no ser arrastrados por la inercia. Unas características
que se encuentran a raudales en el trabajo de esos miles de militantes, que día
a día visitan los centros de trabajo y que atienden la acción sindical en las
empresa y los sectores, que su sindicato debería saber escuchar como primer
paso para pone en marchar la reflexión abierta, el estudio y la investigación
de los muchos y profundos cambios a los que está llamado el sindicalismo
español, al que no le falta ni medios, ni inteligencia y, esperemos que
tampoco, la voluntad para acometerlos.