El gravísimo escándalo de Volkswagen ha
representado una tremenda decepción para quienes creemos en la utilidad y el
valor de las políticas y los compromisos de Responsabilidad Social en las
empresas. Una profunda decepción para quienes sabemos, por nuestra experiencia
personal y profesional, que no todo es escaparate ni solo buenas palabras
cuando se habla de RSC, ya que conocemos ejemplos de empresas que
intentan hacer las cosas bien, cumplen los compromisos éticos y respetan los
valores que declaran.
Precisamente el negativo ejemplo de
Volkswagen, nos debería reafirmar para seguir creyendo, todavía con más fuerza,
en la necesidad de profundizar en extender y reforzar la Responsabilidad Social
en las empresas, porque precisamente este escándalo evidencia las catastróficas
consecuencias de la vulneración de estos valores para los trabajadores, la
empresa y la sociedad.
Con toda crudeza, Volkswagen enseña que
debemos mirar la actividad y el producto, porque es ahí donde debe estar el eje
y el corazón de la RSC de una empresa, que se debe medir en la respuesta a ¿cómo?,
¿en qué condiciones?, ¿a costa de qué?segeneranlosbeneficios. Dicho en
otras palabras, es preciso corregir y cambiar esa extendida
tendencia atendiendo a ¿a qué dedican? las empresas sus beneficios,
en lugar de exigir conocer y controlar cómo se obtienen, porque con este
patrón, más allá de la potente acción social que haya podido desarrollar
Volkswagen, su estafa en el producto la descalifica absolutamente como empresa
socialmente responsable. Como otras muchas empresas que se presentan como
socialmente responsables solo por sus vistosas y potentes campañas de acción
social, mecenazgo y filantropía, pero que a su vez escondencómo, dónde
y en qué condiciones producen su impacto en la sociedad.
Este escándalo, más allá de otras muchas
consideraciones, obligará a releer y modificar muchas de las teorías recogidas
en la prolija literatura que se ha escrito en torno a la Responsabilidad Social
de las empresas. Sobretodo, debería obligar a repensar muy seriamente los
actuales instrumentos, procedimientos y protocolos de gestión de la RSC,
para conseguir reforzar y mejorar los débiles mecanismos de control, más
formales que reales, que tienen la mayoría de las empresas, en el objetivo de
conseguir que todas las partes implicadas, trabajadores, clientes,
sociedad y administraciones públicas pasen ya, de una vez por todas, de ser
unos meros receptores de información, a convertirse en eficaces y estrictos
interlocutores a la hora de definir compromisos, así como fiscalizadores del
cumplimiento de los compromisos adquiridos y declarados por las empresas.
Pero más allá de las muchas lecturas y
críticas que se merece el escándalo de Volkswagen, es sabido que los
primeros y más directos afectados por la mala gestión de los directivos serán
sus 600.000 empleados que tienen en el mundo, entre ellos los 22.000
trabajadores en España. Y que el primer reto para estos miles de trabajadores
trabajadoras será recuperar la confianza de sus clientes y el prestigio de la
marca que hoy está por los suelos. Y resolver sobre qué base se saldrá de esta
crisis: si, como vemos tantas veces, los destrozos provocados por los
errores de los altos ejecutivos, se pagan en destrucción de empleo y
retroceso en las condiciones de trabajo o, por el contrario, gracias a la
fuerte y sólida presencia sindical en todas sus plantas de producción, la
salida de esta crisis se afronta desde un fuerte compromiso de Responsabilidad
Social, salvaguardando lo esencial, la defensa el empleo y el compromiso
con la sostenibilidad con sus productos.
Volkswagen ha de salir adelante, no hay
duda, gracias al compromiso de sus trabajadores y trabajadoras y a la
solidaridad canalizada por sus sindicatos comprometidos con el futuro de la
empresa. Ha de salir adelante porque sabrán convertir la actual crisis en
nuevas oportunidades para una nueva Volkswagen. De igual forma que el
sindicalismo global debería saber aprovechar esta oportunidad para demostrar lo
equivocados que están esos teóricos, sabios y gurús de la gestión
empresarial que lo han dado por muerto. Porque, el sindicalismo, gracias a su
fuerte presencia en las 118 plantas de todo el mundo, y la evidencia de
una elevada afiliación y solidez de CCOO y UGT en las plantas en España, demostrará
el valor del trabajo y su capacidad para construir y proponer alternativas de
mejora en todos los ámbitos de la empresa, y demostrará al mundo económico que
la participación y el empoderamiento de los empleados es la única vía para
mejorar la gestión de las empresas.
El sindicalismo, y en esa dirección
apuntan las primeras declaraciones de los líderes sindicales, tiene la
oportunidad de ejercer la solidaridad entre todos los trabajadores y
trabajadoras, evitando que los eslabones más débiles sean los que sufran las
consecuencias de la crisis, y el riesgo siempre presente del “sálvese quien
pueda” . Y es esperanzador, para evitar estos riesgos, leer, desde hace unos
días, el mensaje: "Un Equipo -Una Familia" impreso en las camisetas
de los afiliados y afiliadas al potente sindicato alemán IG Metal de Wolfsburg.
Más allá de todas las incógnitas por resolver, que son muchas y en muchos
frentes, podemos afirmar, que del grave escándalo de VW deberían
salir importantes lecciones para el mundo empresarial, para los agentes
sociales, los gobiernos y para el conjunto de la sociedad.