La nueva convocatoria electoral para el 26-J ha suscitado preocupación y enfado en muchos ciudadanos y ciudadanas por el fracaso político que representa la repetición de las elecciones. Enfado por las formas de relacionarse nuestros dirigentes políticos entre ellos llena de sectarismo y falta de profesionalidad, por no decir infantilismo en bastantes casos.
Cuatro meses de reuniones, posados y ruedas de prensa, de supuestos argumentos, razones y sobre todo de excusas, para explicar la imposibilidad de llegar al acuerdo que tenía que haber hecho posible abrir esa nueva etapa política, tan necesaria y tan deseada por tantos ciudadanos de este país. Ciudadanos que veían la necesidad de un gobierno que empezara a andar a paso ligero hacia las urgentes y necesarias reformas que demandan los muchos problemas que precisan de soluciones urgentes. El resultado: hemos perdido cien días. Pero esto no es lo más grave. Lo más preocupante son las razones con las que se nos intenta explicar este fracaso; los argumentos con los que se nos pretende explicar las causas por las que no está ya en pleno funcionamiento es gobierno; el por qué no ha sido posible un gobierno del cambio y plural, con un programa de regeneración y de reformas que llevamos esperando décadas y que, a este paso, otras décadas deberemos esperar.
Pero en el fondo, una vez más, es ese sectarismo que está en el tuétano de nuestras formas de relacionarnos y de hacer política dónde encontraremos la principal explicación de ese fracaso.
Un sectarismo, tan incrustado en nuestra práctica política y sin el cual no se entenderían ni los crudos conflictos entre los medios de comunicación o entre las organizaciones políticas de hoy. Ni, quizás, los desgraciados episodios históricos y las dificultades que demostramos o hemos demostrado tener ante el principio básico de la democracia: respetar la opinión del contrario. Un mal que, de no curarlo, nos condenará a la mediocridad política aunque, como ha sido el caso, cambie profundamente el mapa político con nuevos actores, pero con las mismas viejas formas.
Ese sectarismo que facilita la ausencia de autocrítica en la función pública y permite explicar el fracaso siempre desde razones ajenas, endosando la responsabilidad al otro con el “y tú más”, que nos impide apreciar y valorar con valentía y sin reservas el éxito de nuestros competidores. Estos siempre sospechosos de todo lo peor y merecedores de las descalificaciones más contundentes.
Algo pasa en nuestra particular cultura política que hace que el acuerdo sea una excepción, lo cual genera decepciones y rupturas en las organizaciones. Mientras el enfrentamiento, la confrontación y el enemigo externo, sean el preciado bálsamo para la cohesión interna que facilita aparentar firmeza cuando a veces no es más que disimulo y miedo a compartir riesgos y también soluciones.
Algo tendrá que cambiar, ya que es difícil imaginar una solución a los muchos problemas que se deben afrontar, y que exigen solidaridad, diálogo y suma de esfuerzos. Porque será imposible ver soluciones a esos problemas desde esos anteojos del sectarismo que paralizan la inteligencia política e impiden la modestia necesaria para afrontar: la crisis económica, el desempleo, el paro juvenil, la enseñanza, la mejora de la productividad o la desconfianza hacia la política y las instituciones.
No podemos seguir con esta manera de hacer política a la que se le podría aplicar aquella caracterización que hacía Foucault del poder (que nos suele recordar a menudo en sus artículos y conferencias Daniel Innerarity), como “pobre en recursos, parco en sus métodos, monótono en las tácticas que utiliza, incapaz de invención".
Esperemos que después de otros cien días podamos decir: ¡valió la pena volver a las urnas!. Porque habremos aprendido que democracia es el equilibrio entre cooperación y competencia. Que los ideales expresan lo que queremos ser, pero que al final son siempre los compromisos los que verdaderamente expresan lo que somos. E incluso igual aprendemos también de ese aforismo tan presente en el mundo sindical que dice “muchos se contentan con una victoria cuando podrían conseguir algo mucho mejor, que es un acuerdo”. Los votos y el tiempo nos lo dirá.