Joaquim González
Muntadas
Director de Ética
Organizaciones SL
"Si somos catalanes es que no podemos ser otra cosa, si somos unos que forman la patria catalana es que no podemos ser parte de otra. Ante la patria toca elegir: tierra, bandera, lengua, historia, formas de vida, humor” Estas rotundas y contundentes frases son parte de un articulo de Quim Torra publicado en El Món el 8 de septiembre de 2015 con el título Tornar a l’origen: la pàtria dels catalans.
Rápidamente, después de leer
estas frases escritas y firmadas por el actual President de la Generalitat, una
de las más inquietantes de su abundante producción, me ha venido a la memoria
un articulo, éste muy distinto, de Joan Subirats, publicado hace ya dos décadas,
el 28 julio 1998 en la edición impresa de El País( artículo que fotocopié y
guardé como una referencia para recordar por su interesante contenido) en el
que , apuntaba los riesgos que corren aquellas comunidades que subliman sus
elementos diferenciales a costa de reinventarse tradiciones e historias, que si
bien pueden dar seguridades a muchos de sus miembros, al final acaban por crear
espejismos que no suelen conducir a un buen final.
Pero lo que más me interesó
de aquel artículo fue la referencia a la conocida metáfora del “viejo aparador”
de Ernest Gellner , que al filósofo y antropólogo social, británico de origen
checo, le sirvió para argumentar que las naciones y las patrias no son unidades
míticas naturales dadas, sino que, muy al contrario, son más bien la
cristalización de nuevas unidades culturales posibilitadas por la actual
sociedad industrial abierta, global y cambiante.
La metáfora de Gellner
compara esa vieja “patria ombligo”, de puros y buenos catalanes, a la que
aspira Quim Torra, con aquellos viejos muebles- aparador, de inmensas
dimensiones, de una sola pieza, que no se abandonaban en toda la vida y que
servían para todas circunstancias. Aquel armatoste que ocupaba todo el espacio
disponible, como la patria de Quim Torra, donde no caben más identidades y en
la que sólo se puede ser catalán y nada más que catalán.
Pero en las sociedades
globales actuales, como nos dice la metáfora, la mayoría de las personas somos
más comparables a esos muebles modulares, más modernos, que nos vamos armando de
diversas identidades e influencias. Más parecidos a esos muebles a los que se
les pueden ir sumando piezas y renovando. Más parecidos a un mueble adaptable
que a los viejos aparadores que ofrecían la solidez y seguridad de ese
patriotismo tradicionalista y conservador que nos propone Quim Torra para
Catalunya.
Pero por suerte, muchos
catalanes, creo que la gran mayoría, no queremos conformarnos con una sóla
identidad cuando podemos disfrutar de varias enriquecidas y complementarias,
porque estamos más cerca del “hombre molecular” que expresa la metáfora de
Gellner. La mayoría de los catalanes y catalanas son más parecidos a mi amiga
con “ocho apellidos catalanes”, que se siente catalana hasta la medula, mucho
más barcelonesa, que en Madrid se siente como en su casa, que el Rioja es su
vino preferido, que cada miércoles va a la academia de baile de sevillanas y
que le emocionará tanto si la Selección de Fútbol española gana el Mundial, como
cuando el Barça ganó la Champions Ligue.
Porque, por suerte, la
mayoría de los catalanes y catalanas estamos muy lejos de la “patria ombligo”
a la que nos convoca el President de la Generalitat de Catalunya, que entiende
que sólo cabe una única interpretación de la identidad, en este caso, la
catalana, cuando nos dice :
“si somos unos que forman la patria catalana es que no podemos ser parte de
otra” que es
una síntesis fiel del pensamiento del nacionalismo conservador y
tradicionalista,.
Una corriente
que hoy, por desgracia, vemos como se expresa en diferentes formas y colores
en tantos lugares de Europa y América.