"España encabeza el fracaso escolar y el desempleo juvenil
en Europa”. Este titular nos ha acompañado en todos los medios de comunicación
y sintetiza los datos recogidos por la UNESCO en la edición 2012 del estudio anual
"Educación para Todos" (EPT). "Indigno y una vergüenza para
Europa que entre sus países miembros haya algunos con el nivel de paro juvenil
como el de España, que el pasado julio alcanzó el 52,9% y pide a Europa que
actúe” declaraba hace unos días en Bruselas el presidente del Parlamento Europeo
(PE), Martin Schulz. "No es aceptable e insoportable que haya un Estado
miembro donde el paro de los jóvenes roce el 50%. Es indigno, una vergüenza
para Europa. Hace falta que Europa actúe" afirmaba François Hollande hace
unas semanas en un encuentro con la prensa en París.
Y el
Gobierno español sigue sin proponer, sin dialogar y sin actuar frente al
desempleo juvenil, cuando es difícil encontrar un problema más grave y urgente
al que responder. Más bien al contrario, provoca conflictos: ideológicos, de
administración y organización en la enseñanza, reduce y cierra centros de
investigación, inventa virtuales e ineficaces modelos de contratación, aunque,
eso sí, se esfuerza en hacer propaganda de planes de empleo en las empresas
para jóvenes que se frustran uno tras otro, como nos demuestra el incremento
mensual del desempleo juvenil.
Tanto por
las causas como por las acciones políticas a realizar, la experiencia de las
crisis pasadas, también muy graves, difíciles y muy distintas, no sirve: en las
crisis económicas vividas en los años 1977-85 y 1991-94 se afrontó una
reconversión del aparato productivo en la que nuestra industria necesitaba
transformarse y especializarse en sectores para nosotros bastante nuevos y de
fuerte demanda, como eran la química, farmacia, electrónica, aeronáutica etc.,
y paralelamente acometer una fuerte reducción de la capacidad instalada, a la
vez que se mejoraba la productividad de sectores que hasta entonces respondían
esencialmente a nuestro mercado interior, protegido por aranceles a la
importación y premiado con desgravaciones fiscales en la exportación, como el
textil y confección, el cuero y el calzado, la siderurgia o el naval.
Se
aplicaron instrumentos de negociación y diálogo sólidos, hoy ausentes, entre el
gobierno, los sindicatos y la patronal, que permitieron poner en marca
jubilaciones anticipadas, fondos para el empleo, planes sectoriales de
reconversión, etc. La mayor diferencia es que hoy la crisis no es el resultado
de una reconversión tecnológica, ni reclama un relevo generacional, ya que la
diferencia de formación se ha acortado mucho entre una persona cualificada o
titulada de 55 años y una de 35 o de 25 años, que son los que conforman la
mayor bolsa de desempleo y de falta de expectativas de futuro.
Los
desempleados de hoy no son iguales a los de crisis pasadas, y menos a los de
los 90. Son más jóvenes y no pueden enlazar con la jubilación. Son más nuevos
en el mercado de trabajo y tienen prestaciones más cortas. Viven en estructuras
familiares que también han cambiado. Hoy hay más mujeres y jóvenes en paro que
son ya responsables de la unidad familiar.
En crisis
anteriores las redes de protección fueron los sistemas públicos de pensiones y
desempleo, hoy debilitadas por el déficit, y también las familias. Hoy los
jóvenes son los menos protegidos por el sistema de desempleo, no sólo porque
tienen prestaciones contributivas cortas, sino porque cumplen difícilmente los
requisitos de algunos subsidios. Y como ya han trabajado tienen hábitos de
consumo y compromisos de gasto.
De no
resolverse rápidamente, el mayor riesgo y principal problema para la cohesión
social y nuestro futuro está en que puede acabar siendo estructural e
irreversible. La imagen que mejor ilustra las consecuencias de una juventud
atrapada en la nada, son las masas de jóvenes pegados en las paredes en las
ciudades de algunos países del Norte de África. El riesgo es que no seamos
capaces de evitar que la crisis sea un corte laboral difícil de recuperar para
los jóvenes desempleados de hoy, especialmente de aquellos no cualificados que
abandonaron los estudios para trabajar, y para los que han acabado los estudios
y deberían empezar a trabajar ahora. Ambos grupos tienen todas las papeletas
para no poder desempeñar más que empleos temporales.
Es
precisamente la urgente necesidad de revertir esta situación uno de los
principales objetivos de la
Huelga General del 14 de noviembre. La exigencia de un cambio
radical de la actual política económica del Gobierno para que atienda e impulse
los sectores industriales; para que comprometa y promueva la necesaria inversión pública y privada en I+D+i, y para
que se corrija la política educativa garantizando su calidad y equidad desde el
diálogo necesario que el Gobierno del Partido Popular desprecia con su forma de
gobernar.