En Catalunya vivimos tiempos de fuertes
emociones, de toques de corneta, de estrategias y aventuras que nadie sabe, a
ciencia cierta, cómo acabarán. Pero lo que sí sabemos ya es lo que estamos
viendo estos días. Negarlo sería una irresponsabilidad. Se está sembrando
el campo del virus del sectarismo que puede acabar generando una peligrosa división social.
Quien tenga dudas acerca de estos
riesgos, o considere que son exageradas las afirmaciones de este primer
párrafo, sólo tiene que repasar las muchas sandeces y las delirantes fábulas
que se han dicho y escrito sobre confabulaciones y conspiraciones contra
Catalunya y los catalanes durante el conflicto de los vigilantes de Eulen en el
aeropuerto de El Prat de Barcelona. Y, más graves todavía, las muchas
estupideces que se han vertido en relación con los atentados de las Ramblas de
Barcelona y Cambrils, que deberían avergonzar sólo repetirlas. Unos
comportamientos que indican que estamos demasiado cerca de una peligrosa y
temeraria práctica como es la exhibición de superioridad moral y el desmesurado
apasionamiento con "la causa”.
Empiezan a verse nubarrones que pueden
amenazar la normal convivencia social. Es evidente que está terminando la
“revolución de las sonrisas” cuando aparecen las sectarias respuestas y las
descalificaciones que amplios sectores nacionalistas dedican a las personas y organizaciones
que ahora, ya sin complejos, han empezado a romper su silencio y a expresar su
oposición a la independencia de Catalunya, o incluso hacia aquellos,
partidarios del derecho de autodeterminación pero que anuncian que no piensan
participar en el 1 de Octubre, por entender que no tiene las garantías
democráticas suficientes.
Es precisamente las muchas iniciativas que en
estos días están surgiendo desde diferentes ámbitos en toda Catalunya,
que rompen ese largo silencio que ha servido para disimular la
discrepancia. Lo que provoca esas duras reacciones que marchitan ese "buen
humor" del que tanto han venido alardeando los sectores
independentistas durante estos años.
Quizás lo que de verdad, se descubre en estos
días, es que en realidad lo que ha facilitado esa imagen de buen rollo y
“germanor” ha sido precisamente el silencio mantenido durante estos
largos años por parte del sector de catalanes y catalanas que no participan de
la causa independentista. Quizás el mérito de esta ausencia de división social
en Catalunya tenemos que buscarlo en el fair play de esa otra mitad de la
ciudadanía catalana, no independentista, que se ha tragado en silencio y
educadamente la incomodidad y anomalía que representa que las instituciones
públicas en Catalunya les ignoren sistemáticamente.
Quizás es ese fair play el que ha garantizado
la falta de crispación porque ha decido convivir, sin darle mayor importancia,
con la invasión abusiva, por parte de las instituciones de mayoría
independentista, de los espacios públicos que compartimos toda la ciudadanía -
independentistas y no independentistas- como han hecho con sus banderas
“esteladas” en ayuntamientos y rotondas, en muchos casos tan inmensas y
ridículamente exageradas como la que ondea en la Plaza Colón de Madrid.
Quizás ha sido el silencio de esa otra mitad
de la población lo que permite explicar la tranquila convivencia social de
estos últimos años y el que ha permitido presentar una Catalunya irreal,
obviando con ello la comprobación de que las dificultades del proyecto de
secesión no están fuera de Catalunya. Porque están en la de propia sociedad
catalana de la que al menos la mitad se niega a fracturarse y a ver la solución
de sus problemas fuera de España y Europa.
Por todo ello no está de más advertirnos de
que “cuidado que se está rompiendo la convivencia” cuando se
rompen o se ignoran las reglas de juego compartidas. Ya que, como escribía el
21 de noviembre de 2000 en un breve artículo Rosa Montero en el diario El
País, “el sistema democrático no es más que un inmenso, hermoso, transparente castillo de naipes.
Se sostiene en el aire de milagro, no apoyado en la fuerza bruta, sino en el
respeto colectivo a la palabra dada; en la aceptación, libre y generosa, de las
reglas del juego”, y continuaba diciendo: “Que no se nos olvide esa fragilidad en la joven
España”.
Así que atención, porque
parece que los catalanes y catalanas que callaban han decido hablar.