Quim González Muntadas
En
estos últimos meses son incalculables las veces que leemos y escuchamos las
recetas que necesita aplicar nuestro país para afrontar la crisis generada por
la pandemia del coronavirus. De todas, la más común, la que está presente en la
mayoría de las entrevistas, conferencias, debates políticos y en todos los
documentos y dictámenes elaborados por los centros de estudios, las escuelas de
negocios, los gabinetes técnicos de los ministerios, partidos políticos,
patronales y sindicatos. Es la que afirma que España precisa un cambio
de modelo productivo.
Una necesidad
que no es nueva, ya que mucho antes de la crisis de 2008 amplios sectores, con
más fuerza las Confederaciones Sindicales de CCOO y UGT, apuntaban de su
necesidad como condición indispensable para garantizar la generación de
riqueza, el empleo estable y de calidad. Pero en estos años, sobre todo, por la
timidez de las políticas públicas y la falta de emprendimiento y visión
empresarial nos han dejado muy lejos de conseguirlo. Por lo que ha seguido aumentando,
en negativo, la brecha en la intensidad innovadora y la productividad de
nuestro país respecto a la media europea.
Ojalá que
ahora no perdamos esta ocasión, posiblemente la última y definitiva,
oportunidad de modernización del país cuando estamos en plena revolución
tecnológica y digital que deberían ser la palanca que impulse, refuerce y
amplíe nuestra base industrial y el cambio en nuestra economía. Aunque ya
sabemos qué proponer un cambio de modelo productivo es más fácil que hacerlo
realidad. Y que nos exigirá grandes esfuerzos colectivos para llevarlo a cabo.
Porque sus ventajas no serán automáticas y obligarán a renunciar a
rentabilidades económicas y sociales presentes e inmediatas para poder invertir
en proyectos y sectores más robustos, resilientes y con mayores potencialidades
de competitividad a medio y largo plazo.
Como sabemos
que tendremos fomentar un aumento generalizado de nuestra productividad, que
nos exige que la innovación, la formación y la cualificación de las personas
estén en el centro de las preocupaciones sociales y de las políticas públicas.
Y también que nada de ello será posible si a la vez no somos capaces de
desprendernos de la vieja y pesada losa que representa las actuales relaciones
laborales, más propias de un modelo productivo dominado por empresas y sectores
de bajo valor añadido que minusvalora el papel del trabajo y de los
trabajadores en la empresa. Exige que nos desprendamos de las viejas formas
autocráticas y jerárquicas que aún están presentes en tantas y tantas empresas
en España y superemos la malsana temporalidad generalizada y nuestro enfermo
mercado de trabajo que hace que los jóvenes sean los principales sacrificados
en la pérdida de empleo y en sus condiciones de trabajo.
No construiremos un nuevo modelo productivo sin un nuevo
Estatuto de los Trabajadores que responda al mundo del trabajo del Siglo XXI,
que promueva un cambio profundo de las viejas bases y filosofía que inspira la
gestión y las maneras de trabajar y de relacionarse aún en tantas y tantas
empresas de nuestro país. No habrá cambio sin unas nuevas relaciones laborales
que ayuden a reconocer que cada persona aporta un valor único y diferencial,
que es la base de la motivación para mejorar la cualificación profesional, la
innovación y la competitividad. No habrá cambio sin una profunda reforma de la
actual estructura y contenido de la negociación colectiva, hoy demasiado débil
y segregada. Se necesitan convenios colectivos útiles y robustos que atiendan a
las nuevas formas de trabajo, que contengan nuevos derechos de formación
permanente, de información y participación de los trabajadores y sus sindicatos
sobre la marcha de la empresa y los efectos de su transición tecnológica. Y lo
más importante, hay fuerza y conocimientos en los sindicatos y las patronales
para afrontar este reto.
Aprovechemos la oportunidad, nunca ha habido en España tanta
coincidencia política y social sobre la necesidad de impulsar una transición
hacia un nuevo modelo económico guiado por la consecución de los 17 Objetivos
de Desarrollo Sostenible de Naciones Unidas (ODS). Un nuevo futuro que exige
reconocer el valor y la dignidad del trabajo y que las personas y sus maneras
de trabajar son el principal factor competitivo de una empresa y un país. No
dejemos escapar esta ocasión para humanizar el trabajo y reducir las fuertes
desigualdades que hay en las empresas y la sociedad en la distribución del saber
y del tener.