Quim González Muntadas
Acto de Podemos en Galicia el 29 de
febrero de 2020.
“Podemos ha
sufrido una derrota sin paliativos, en las últimas elecciones de Galicia y
Euskadi”, tal y como se expresó su máximo líder Pablo Iglesias. La mayoría de
los dirigentes de Unidas Podemos, junto al reconocimiento de este fracaso, han
hecho un llamamiento a realizar una profunda reflexión autocrítica de lo
sucedido. Son expresiones casi idénticas a las realizadas tras las últimas
elecciones municipales y autonómicas: “nos toca hacer una profunda autocrítica
y aprender de los errores que sin duda hemos cometido” (Pablo Iglesias, marzo
2019). "Nuestro espacio político ha sufrido hoy una derrota sin
paliativos. Perdemos buena parte de nuestra representación en el Parlamento
Vasco y quedamos fuera del Parlamento de Galicia. Nos toca hacer una profunda
autocrítica y aprender de los errores que sin duda hemos cometido" (Pablo
Iglesias julio 2020).
Es de
esperar, para el bien de la izquierda de este país, que, en está ocasión, la
reflexión y las conclusiones, vayan más allá de las realizadas en abril de
2019, en las que, por ejemplo, la conclusión de Podemos de Castilla León de su
autocrítica fue “nuestro error ha sido pensar antes en clave de país que como
formación política”. “Es decir, hemos dado prioridad a solucionar los problemas
que tiene la gente en este país antes que a obtener más votos como formación
política”. Conclusión que se asemeja a lo que sería responder ante la pregunta,
en una entrevista de trabajo, de ¿cuál es tú principal defecto?, y
respondes: la obsesión por el trabajo bien hecho y la puntualidad.
Podemos es
una organización joven, creada en marzo 2014, por un grupo de brillantes
jóvenes politólogos. Desde su constitución ha vivido una constante noria de
emociones. Ha pasado de la euforia que representó lograr a las pocas semanas de
su constitución un 8% de los votos en las elecciones europeas y reunir, en seis
meses, más de doscientos mil inscritos y situarse, en la encuesta de
Metroscopia, de noviembre de 2014, como la fuerza de mayor voto potencial con
un 27%, por delante de PSOE y PP…, de haber conquistado las alcaldías de
Madrid, Barcelona y otras importantes capitales de provincia. Hasta llegar a
ostentar varios ministerios y la segunda vicepresidencia del Gobierno de
España.
La pregunta
que seguro se hace la dirección y la militancia de Podemos es ¿qué nos está
pasando?, ¿qué explicación nos damos para que elección tras elección vayamos
perdiendo apoyos a raudales?, sobre todo en estas últimas, de tan espectacular
resultado, como es que en Galicia sólo el 20% de las personas que nos votaron
en Marea en 2016 hayan repetido esta vez, y en Euskadi, sólo el 45% de los que
optaron por UP. ¿Qué ha pasado?
La
respuesta, como siempre en política, tendrá mil caras y cada cual subrayará su
razón. Desde quien dentro de la organización considere, si ya estaba en contra
de la entrada de Podemos en el Gobierno, que ahí está el motivo. Los más
ortodoxos de la organización, las razones las buscarán fuera: “las cloacas, los
medios de comunicación, los recursos para la campaña...”, y así lo más probable
es que pasen días, semanas, hasta que la anunciada necesidad de “una reflexión
profunda y autocrítica”, como se repite en estos días en caliente, quede
olvidada por nuevos acontecimientos y urgencias.
Pero
mientras llega ese momento, sería útil que se respondiera a la pregunta de ¿qué
ha quedado de aquel impulso que supo aprovechar la ilusión, la riqueza, la
pluralidad y el activismo del movimiento 15 M? ¿Qué ha pasado para que hoy, una
organización joven y dirigida esencialmente por personas jóvenes, se perciba
como una organización viejuna, rígida y con formas de gestión y dirección
tradicional, en todos los sentidos? Da igual, por muchas votaciones online,
asambleas permanentes en red, referéndums internos y primarias: el patrón es el
común a cualquier partido tradicional.
¿En cuánto
se ha transformado el mensaje inicial de Podemos con el que se fundó? El
mensaje con el cual pudo aprovechar que el PSOE estaba en el gobierno, en plena
crisis económica y social, explotando en monopolio un fuerte discurso de
denuncia de los efectos de la crisis que estaba afectando especialmente a las
jóvenes generaciones, con niveles de paro escandalosos cercanos al 60% mientras
se extendía la precarización de las condiciones laborales de la mayoría de los
trabajadores y trabajadoras, provocando el también escandaloso incremento
de la desigualdad social de nuestro país, la mayor de Europa.
Quizás una
parte de las respuestas las podrán extraer de la sentencia enfatizada por Juan
Carlos Monedero cuando afirma: “la izquierda nacionalista vasca y gallega se
han podemizado. El discurso de Bildu y BNG no se diferencia del que antaño
criticaban...”. Bien, probablemente sea verdad, que estos partidos
nacionalistas han reforzado su discurso social junto al identitario y soberanista.
Pero la pregunta de mérito, la de fondo que igual se deberían hacer los
dirigentes de Podemos, es: ¿qué diferencias hay, entre ellos y Bildu, BNG y,
por supuesto, con ERC en materia territorial y soberanista? Si la respuesta es,
ninguna o muy poca diferencia, como a mí me parece, ahí podría estar una de las
razones de esa “derrota sin paliativos”. Y que muchos de sus potenciales
electores se pregunten, ¿para qué votaros si sois prácticamente lo mismo cuando
hablamos de Galicia, Euskadi y Catalunya?