martes, 7 de enero de 2014

Empresas y trabajadores suspenden en confianza y cooperación

Joaquim González Muntadas
Director de Ética Organizaciones. SL

El pasado mes de septiembre se publicó la edición anual del informe de Competitividad Mundial que desde hace 34 años realiza el World Economic Forum (WEF), un prestigioso informe que analiza las fortalezas y debilidades competitivas de los países, que este año han sido 148. España está en el puesto 35, un lugar poco privilegiado si observamos el importante retroceso sufrido en estos últimos años. La mejor posición, la 22, la ocupamos el año 2002.

El informe subraya que ocupamos un lugar privilegiado, nada menos que el 4º, en escuelas de negocios, mientras en calidad directiva estamos en el muy modesto 43º. De igual forma, destacamos en alumnos matriculados en educación superior, ya que estamos en el 8º. Aunque en capacidad de innovación nuestro lugar es el 57º, y el 44º en científicos e ingenieros. Estos datos evidencian nuestro déficit en comparación con los países líderes. No basta con mucha universidad si se sigue manteniendo el histórico divorcio con el mundo de la producción y del trabajo, con la empresa y el emprendimiento.

El informe analiza múltiples indicadores que influyen directa o indirectamente en la competitividad de un país. Materias que van desde la independencia judicial a la eficacia de la administración, pasando por el sistema bancario, la gestión del gasto público o el marketing, hasta la utilización de la tecnología. En la mayoría de ellos no salimos demasiado bien parados, pero sabemos que muchos de estos déficits se pueden resolver con recursos, mejorando servicios y con nuevas leyes que corrijan los defectos.

De todos los indicadores, hay uno –que a su vez es el menos comentado-, para el que no hay dinero ni leyes que lo puedan mejorar sin la conciencia y la voluntad colectiva para corregirlo. Me refiero a lo que debería ser la base y principal garantía de la innovación en las empresas y la mejora de la competitiva: la necesaria confianza entre empresa y trabajador.

España está en el puesto 117º de 148 países en confianza y cooperación entre compañías y empleados porque España no es un estado de conflictividad laboral. Cabe recordar que en nuestro país, el pacto social y la cooperación han presidido el ámbito institucional. El problema está en el interior de muchas de nuestras empresas.

Esta posición nos debería preocupar de verdad, porque muchas de las dificultades a la hora de responder a los retos que se plantean en la nueva empresa y su nueva organización del trabajo en base de la competencia con eficacia, residen en el compromiso y la capacidad creadora de sus trabajadores y trabajadoras.

Unos objetivos, una confianza y una cooperación que necesitan de unas relaciones laborales fundadas en el compromiso y la garantía de la transparencia, la participación y la información veraz sobre la política de la empresa y sus objetivos. Unas relaciones que se construyen desde la normalidad del diálogo, de los instrumentos sencillos pero reales y de la participación de los trabajadores en la marcha de la empresa.

La realidad para muchos es un profundo alejamiento de la empresa, debido en gran parte a la percepción de pérdida de seguridad y equilibrio. Algo esencial para construir un escenario de lealtades mutuas, donde el trabajador concibe a la empresa como algo propio porque garantiza su existencia y su futuro.

No actuar en todos los frentes para modernizar nuestras anquilosadas relaciones laborales y el contenido de la mayoría de los actuales convenios colectivos --pensados aún para la gestión del palo y la zanahoria, más propia de la vieja empresa jerárquica y autoritaria de tareas sencillas, repetitivas y estrechamente controladas-- nos condena a seguir buscando. Con leyes y más leyes, con sentencias y más sentencias, con la competitividad desde las ventajas comparativas o desregulando y depreciando las condiciones laborales y salariales. Lo que supondría seguir hundidos en ese vergonzoso suspenso que representa estar en el 117º puesto en confianza y cooperación entre empresa y trabajador.

Salir de este hoyo es uno de los principales retos de nuestra economía. Extender de forma generalizada los principios y valores que inspiran la Responsabilidad Social Empresarial o Corporativa (RSC) puede ser una eficaz palanca para mejorar la realidad en nuestros centros de trabajo. Esencial para el cambio de modelo productivo y la salida de la crisis.


¡Ah! El mismo informe de Competitividad Mundial de WEF para 2013 sitúa a España en el puesto 122º en acceso al crédito. Sin palabras, porque el dato habla por sí solo.