martes, 2 de febrero de 2016

El conflicto de Cataluña, ¿más madera?

"El problema es la confusión, no la ignorancia": Karl Weick


La disciplina matemática de la teoría de juegos se ocupa del mejor comportamiento de las personas a la hora de afrontar un conflicto y su negociación y distingue entre aquellas negociaciones en las que uno gana lo que pierde su contrario, es decir que el resultado suma cero, y aquellas otras, de suma variable,  en las que las dos partes pueden ganar juntas.

En las relaciones laborales y en los duros conflictos de intereses que se generan en las empresas, en los sectores y en la negociación colectiva en  general,  vemos múltiples ejemplos de esta teoría. A pesar de que en el planteamiento inicial cada una de las partes se pueda percibir como antagonista irreconciliable constatamos que, en la inmensa mayoría de las ocasiones, gracias a la inteligencia  y a la conciencia de sus protagonistas, ven la necesidad de encontrar el acuerdo. Desde esa conciencia  consiguen generar el esfuerzo y la imaginación para encontrar el  interés común, convirtiendo el resultado final de la negociación en una suma variable, que es la única que garantiza unas relaciones estables de confianza,  más allá incluso de que al inicio del conflicto pudiera  parecer imposible. 

También sabemos que cuando los conflictos se abordan desde la prepotencia y el ultimátum, la negociación siempre acaba en fracaso y, como demuestra la historia, las consecuencias son siempre catastróficas y con daños que en la mayoría de las ocasiones se reconoce que si las aspiraciones empresariales o las reivindicaciones sindicales hubieran sido más realistas, habrían podido evitar graves perjuicios y frustraciones en ambas partes.

Algo parecido puede suceder en el conflicto catalán: sí, sí, conflicto y grave. El mencionado dilema de la teoría de juegos está expresando con toda claridad la lógica de la negociación de "suma cero", y si no se corrige dicha estrategia, sus previsibles y graves consecuencias para las dos partes en perjuicios y frustraciones. Los últimos acontecimientos, expresados en  discursos y declaraciones preñados de plazos, ultimátums y decisiones unilaterales, colocan intencionadamente a este conflicto en la órbita de una negociación  sin salida y en la lógica de la negativa  "suma cero". Y si no se remedia, se sitúa en el ámbito de los  conflictos que la historia y la experiencia nos han demostrado siempre, siempre, que acaban provocando la destrucción de ambos, ya que la reacción acaba prefiriendo la pérdida, el daño y la destrucción del otro como única contrapartida. 

La realidad, hoy en el año 2016, en Europa, en España y Catalunya con la grave crisis económica y los serios problemas e incertidumbres políticas, sociales, de valores, ambientales, de seguridad etc. es que estamos obligados a resolver el principal problema, la principal piedra en el camino de nuestro futuro, un camino suficientemente encrespado y embarrado, que es el encaje de Catalunya en España. 

Como sociedad madura, nuestra obligación es encontrar alternativas imaginativas, nuevas, legales y reformistas que miren al futuro y den una solución de suma variable. Soluciones que sabemos que no  pueden construirse desde la prepotencia y ultimátum, ni respondiendo sólo a las exigencias del  50% de la sociedad catalana;  ni, tampoco y hay que decirlo también, desde el enfrentamiento con la gran mayoría de nuestros conciudadanos del resto de España que disfrutan, padecen, sienten, lloran  con lo mismo que la gran mayoría de las personas que vivimos y trabajamos en Catalunya. Y sueñan también con una sociedad más formada, más competente, más rica, más justa, más solidaria y más feliz. 

Lo sabemos todos, los de aquí y los de allí, no se alcanzará ni con silbidos al Rey, ni con desplantes de éste a los representantes de las instituciones catalanas. No lo alcanzaremos gritando ¡más madera!  a los maquinistas de los dos trenes hasta conseguir el anunciado  gran choque. Un choque,   que seguro, seguro, que beneficiará a los mismos y también lo pagarán los de siempre.